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El agujero negro de la educación chilena Opinión

El agujero negro de la educación chilena

Juan Pablo Cortés
Por : Juan Pablo Cortés Director Ejecutivo Escuelas del Cariño Secretario Ejecutivo Red Gradúa Chile
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El Simce es, si se quiere, la punta del iceberg. La desescolarización entre los mayores de 18 años influye en todas las áreas críticas de la educación actual, incluyendo la deserción escolar –hay una correlación directa entre padres desescolarizados y NNA que abandonan el sistema–, la inasistencia crónica que es el paso previo a abandonar el sistema y que también se encuentra en niveles alarmantes, y, en un plano mucho más permanente, la imposibilidad de reducir las brechas entre los distintos sectores socioeconómicos. 


Hace unas semanas, dirigentes políticos y líderes de opinión rasgaron vestiduras con los resultados del Simce. Se habló de un “desastre” que tendrá consecuencias por años y se buscaron responsables de uno y otro sector. También se intentó buscar explicaciones, como que la educación ha disminuido entre las prioridades de la gente por temas más urgentes como la delincuencia; que influyó la tardanza en reabrir los colegios e, incluso, que podrían estar incidiendo elementos como las nuevas tecnologías. 

Nadie, sin embargo, mencionó un elemento que está en la base de nuestras falencias educacionales y que es prácticamente transversal, salvo por los sectores socioeconómicos más acomodados: cuatro de cada diez adultos que conviven o son responsables de esos niños, niñas y adolescentes, no terminaron el colegio. Más de cinco millones de jóvenes y adultos, de acuerdo a la última Casen, de los cuales 500 mil son derechamente analfabetos.

El Mineduc prepara planes de reforzamiento de aprendizajes, busca tutores para Chile y otras iniciativas que son muy atendibles, pero no llegan al nervio del problema. ¿Cómo podía un padre o una madre que no terminó su educación escolar ayudar a sus hijos cuando se vieron expuestos a la educación remota en la pandemia? ¿Cómo pueden ayudarlos a revisar sus tareas o resolver dudas frente a una prueba? Y más aún, ¿cómo podrían transmitirles a los niños la importancia de ir al colegio, cuando ellos mismos lo abandonaron?

El Simce es, si se quiere, la punta del iceberg. La desescolarización entre los mayores de 18 años influye en todas las áreas críticas de la educación actual, incluyendo la deserción escolar –hay una correlación directa entre padres desescolarizados y NNA que abandonan el sistema–, la inasistencia crónica que es el paso previo a abandonar el sistema y que también se encuentra en niveles alarmantes, y, en un plano mucho más permanente, la imposibilidad de reducir las brechas entre los distintos sectores socioeconómicos. 

En las próximas semanas deberían salir los resultados de la nueva Casen, lo que nos dará una foto actualizada de un fenómeno que en su última edición, en 2017, fue un escándalo y acaparó portadas, pero no cambió nada. Nuestra proyección, lamentablemente, es que en el mejor de los casos esta cifra se mantenga, pero lo más probable es que haya aumentado. 

De estos cinco millones de mayores de 18 años que nunca terminaron el colegio –y que, para ser más claros, son el futuro de los niños que hoy están desertando del sistema y luego son olvidados por él–, el país tiene una matrícula anual para menos del 3%, y para quienes nos ocupamos de tratar de educar a ese 3%, el apoyo estatal actual es insuficiente. 

Recientemente, las corporaciones que impartimos educación de adultos en distintas modalidades nos agrupamos en la Red Gradúa Chile, para unir fuerzas y tratar de visibilizar esta problemática. Esperamos que los distintos actores del Estado y la sociedad civil podamos trabajar en conjunto en políticas públicas que permitan hacernos cargo de este enorme desafío pendiente.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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