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Democratización y ola feminista Opinión

Democratización y ola feminista

Víctor Barrueto
Por : Víctor Barrueto Exdiputado y expresidente del PPD
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Hoy puede ser el momento para mirar en su contexto y en perspectiva el acontecimiento más relevante del 2018: “la ola feminista”.

Chile viene en un proceso de democratización hace tres décadas y esta “ola” constituye, sin duda, un hito, tanto como movimiento social, como por su impacto político y cultural. Veamos.

El cuestionamiento que hace el feminismo al patriarcado, es sin duda, una de las afirmaciones democráticas más claramente anti -autoritarias, al poner en cuestión toda forma de dominación, opresión, sometimiento y discriminación, ya que al hacerlo reivindicando a la mujer, terminan haciéndolo para todo el mundo., lo cual permite una afirmación positiva de una relación más horizontal e igualitaria entre todos los seres humanos.

A su vez también se hace evidente que el feminismo se consagra como el movimiento social más amplio, significativo y poderoso en el siglo XXI, así como lo fue el movimiento social de los trabajadores en el siglo XX (sindicalismo: movimiento sindical y organizaciones sindicales) en la reivindicación de igualdades y libertades en la sociedad.

Lo más interesante, sin embargo, es que más allá de sus indudables impactos en la política, la economía y lo social, este tiene un efecto democrático, si se quiere más cultural, al nivel de las relaciones cotidianas e intersubjetivas, terreno hasta ahora poco tocado por la democratización chilena.

Como señala Kathya Araujo, la democratización fue pensada privilegiadamente en términos políticos-institucionales y se dejó de lado la perspectiva de la democratización de las relaciones sociales mismas. Esto es grave, ya que en Chile históricamente la autoridad fue ejercida de modo autoritario, donde, la obediencia se asimila como sumisión, y, hoy por hoy, con las nuevas expectativas de horizontalidad surgidas en la última década, eso es visto por las personas como una amenaza a su dignidad, al respeto o a la valoración propia.

El feminismo, en fin, potencia este aspecto bastante intocado de la democratización de los lazos sociales y de las interacciones cara a cara, poniendo en cuestión su carácter jerárquico-verticalista, naturalizado históricamente, y con eso permite alcanzar una democracia también más sensible con las personas, con los afectos y sus emociones: la dignidad, el respeto y la consideración pasarán a ser valores “sagrados” para una mayor democratización del país en ese ámbito.

Y así también, en el desafío de seguir “democratizando nuestra democracia” este tendrá mucho de “feminizar la democracia”.

Finalmente, dos notas a pie de página, sobre temas que pueden afectar la potencia de este movimiento.

Una, es que sería una contradicción vital que un movimiento con esa potencia democrática, adquiriera en su despliegue ribetes de fanatismo, intolerancia, imposición y autoritarismo. Aquí desde ya como lo mínimo, hay que validar, mas allá de la natural deliberación democrática, “a todos los feminismos” existentes.

La otra es que sería gravísimo que el feminismo fuera visto como contradictorio con la sensualidad y el erotismo. Esto último ha sido también una larga lucha libertaria, por superar el oscurantismo y represión que por siglos rodeo la sexualidad humana, que está en la base de frustraciones personales inmensas, y que probablemente expliquen también gran parte de las perversiones al respecto.

La revalorización del erotismo y la sensualidad en las relaciones amorosas y sexuales es una gran conquista libertaria y civilizatoria de la humanidad, y el feminismo como movimiento libertario que es, debiera ser una oportunidad para el desarrollo de una sexualidad más sana, tierna y respetuosa, que permita una mayor realización personal de todas y todos en ese ámbito.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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