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No existe contemporaneidad local sin una real crisis de los signos Opinión

No existe contemporaneidad local sin una real crisis de los signos

Samuel Toro
Por : Samuel Toro Licenciado en Arte. Doctor en Estudios Interdisciplinarios sobre Pensamiento, Cultura y Sociedad, UV.
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El signo no se investiga, no se explora interdiciplinariamente, no nos juntamos para debates y posibilidades de metodologías de interiorización para el enfoque de nuestra identificación de anhelos y conocer su traducción en signos; en deposición cultural que otorgue una “historia“, una metodología de investigación social para la cultura y el arte (han existido pocas excepciones desde la década de los 70 en Latinoamérica, pero nada, aún, que relacione materialismo histórico y subjetividad estética; o sea, condiciones concretas en la producción simbólica).


La inversión social de signos, o sea, los signos que se “capitalizan” (en el sentido capitalista) hoy en un campo determinado (la de “cotidianidad diacrónica”) producen, necesariamente, una contención, una represión acumulativa que trae consecuencias negativas en los pensamientos, sensaciones, deseos, etc., dentro del campo de relaciones de posibilidades subjetivas sociales. El trabajador de cultura, o el pensador político, el trabajador de arte, sucumben a la pulsión de las omisiones locales en las maneras de desarrollar su exteriorización internacional e histórica. Esto se da en todos los campos, macro o micros de Latinoamérica. Acá uno de los puntos puede ser el problema de la inversión de subjetividades, desde las significaciones impuestas en los imaginarios y los mitos fundacionales del pensamiento y la conciencia, o sea, los mitos de la proveniencia de un sentido del subjetivizar, (en este caso céntrica europea histórica universalista (Hegel)), aún, en nuestro contexto, en nuestra localización, a pesar de importantes corrientes y movimientos post y decoloniales.
En este punto hago hincapié en el análisis de las posibles consecuencias de las contenciones sociales invisibles que sucumben, por consecuencia, en decadencia laboral, encuentro y traspaso de símbolos que se emplean en el trabajo artístico y cultural, siendo las y los mismos “creadores” manipulados por todos los centros posibles en la jerarquización territorial “auto-impuesta”.

Es importante mencionar que la apetecible y “necesaria” inclusión y aplicación de los signos manufacturados como alcance de subjetividad contemporánea, ejemplos de interesantes experiencias y vinculaciones críticas con la vida actualizante, desde el conocimiento y la movilidad dependiente de este -en este caso de las significaciones internacionales de las actualizaciones del arte contemporáneo- no serían suficientes para establecer un puente, o mejor dicho, la vinculación “identitaria” que se comunica y dialoga con esa actualización de manera no pasiva. En este caso, el olvido o la aniquilación gradual de la posibilidad de encontrar signos correspondientes al contexto histórico y de actualización en que “nos encontramos“ -los cuales son los que soportan nuestro peso de vida y la “herencia” que, inevitablemente, traemos para actuar como actuamos- son extremadamente precarios en su encuentro y aplicación. Es más, el signo no se investiga, no se explora interdiciplinariamente, no nos juntamos para debates y posibilidades de metodologías de interiorización para el enfoque de nuestra identificación de anhelos y conocer su traducción en signos; en deposición cultural que otorgue una “historia“, una metodología de investigación social para la cultura y el arte (han existido pocas excepciones desde la década de los 70 en Latinoamérica, pero nada, aún, que relacione materialismo histórico y subjetividad estética; o sea, condiciones concretas en la producción simbólica). Se descansa aún en el anacronismo de la educación adiestrada de una idealización cultural y economías aplicadas a beneficio de una productividad formal con poco contexto contemporáneo. La ilusión de esta libertad local se pierde en una contingencia de debates educados y trabajados por las concepciones céntricas del poder paradigmal que alejan, considerablemente, el principio de darse cuenta de la participación en campos bien definidos del propio resentimiento victimalizante, que ni siquiera se manifiesta como víctima, sino que se pulsiona en una recursividad de no encuentro de signos apropiados para la creatividad, siguiendo, aún, modelos de las (hoy) utopías céntricas, cual mirada a los campos del deseo.

Entonces, la significación, la posibilidad de existencia de esta, o sea, estos signos, si existen o no, cada vez se hacen mas difíciles de encontrar pues, cada vez se actualiza lo global y se resiste la esfera del trabajo general de quienes se apropian el termino de producción cultural y artística en lo que se menciona como sur global. La oportunidad, o por lo menos la experiencia experimental de dialogar desde los signos reprimidos, desde la historia que los contuvo es una de las opciones importantes y que, quizá, están tomando algunos grupos feministas (no la mayoría).
En este sentido, la supuesta historia de las artes contemporáneas de academia, entonces, no es para nada suficiente, si se desarrollan desde la entrada de signos de interesante y necesaria actualización, pero que no llenan el vacío de signos que fueron reprimidos por un amplio contexto social, y que se liberan de formas fragmentadas. Trabajar con estas pulsiones, desde su reconocimiento, puede ser una importante e interesante forma de dialogar, en principio, con la contemporaneidad sígnica actualizante, o sea, desde una ubicación psíquica de terreno, relacionarse en comunicación abierta con las experiencias de movimientos de lo que se denomina contemporáneo. Acá, hasta la experiencia más decadente y paupérrima puede ser interesante y necesaria si es trabajada metódicamente hacia el develamiento antropológico, sociológico, filosófico y analítico (en ocasiones) sobre las condiciones del contexto de campo: la sinceridad del defecto, la virtud sin separaciones, la muestra desnuda.  No quiero plantear, por el momento, cuales podrían ser los ejemplos particulares, pero si mencionar que se encuentran en la gran mayoría de los lugares donde nos relacionamos. La revuelta del año 2019 en Chile es un claro ejemplo de lo que menciono en esta columna, pues los signos de esta solo se literalizaron, pero no se “aplicaron” como base de cambio del mismo hacer metodológico. Esto último lo mencioné, en su oportunidad en una columna publicada en este medio.

La particularidad del observador o investigador (o grupos) determinará el micro campo problemático que se elija, y en el que nos detengamos por un momento a encausar un nuevo eje sobre los conocimientos que abarcan todo el espectro cultural.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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