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¿La muerte de la novela? Opinión

¿La muerte de la novela?

Mauricio Electorat
Por : Mauricio Electorat Escritor y académico chileno. Autor de "El paraíso tres veces al día", "La burla del tiempo", "Las islas que van quedando" y "No hay que mirar a los muertos", entre otros textos.
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Hay algo que parece evidente: el agotamiento de un modelo estético viene acompañado casi siempre del agotamiento de un modelo histórico, más aún cuando se trata de narrativa, por la sencilla razón de que el relato “dice” el mundo, tanto como la historia


La muerte de la novela es una noticia vieja. En la práctica, ya en los años 50 del siglo pasado, un grupo de jóvenes autores (en el que figuraban Georges Perec, Raymond Queneau, Marguerite Duras, Alain Robbe-Grillet, pero también Italo Calvino y un joven argentino que, recién llegado a París, merodeaba por allí, dispuesto a hacer olvidar que era argentino es decir, a transformarse en un escritor tan central como cualquier europeo) plantean la muerte de la novela tal como se había venido concibiendo desde que Balzac en la primera mitad del XIX elaborara la estética del realismo moderno. La novela realista, con sus narradores omniscientes, que agenciaban sus relatos como verdaderos dioses todopoderosos (lo sabían todo sobre todo y sobre todos) había muerto.

Pero, estética y políticamente, era indispensable inventar los códigos de una Nueva Novela que fuera capaz de dar cuenta del campo de ruinas histórico del que esas generaciones debían hacerse cargo: dos guerras mundiales en menos de 50 años, masacres, exterminios de Estado, totalitarismos…  para los jóvenes de ese momento la modernidad ya no quería decir estrictamente nada. Se pusieron manos a la obra bajo una doble etiqueta: la del Nouveau Roman, precisamente y la de su “sala de máquinas”, el Oulipo, por “Ouvroir de littérature potentielle”, algo así como “taller” o “fábrica” de literatura potencial (la palabra “ouvroir” no existe en francés, pero está muy cerca de “oeuvrer”, o sea “obrar”, que significa tanto “hacer una obra”, como “defecar”, algo que obviamente no se les pasaba por alto a los jóvenes del Nouveau Roman: los nuevos novelistas debían “obrar” sobre la vieja novela… “potencialmente”, o sea, descubrir una nueva “potencia” en ese “obrar”).

El experimento dio frutos tan variados como la reinvención de la tradición paródica de la novela medieval inaugurada por El Quijote, que es lo que hace Calvino en su magnífica trilogía Nuestros Antepasados, o las novelas abismales y cinematográficas de Marguerite Duras, pero también esa especie de puzzle y manual de teoría literaria que es Rayuela, con la que Cortázar dejó pasmado a medio mundo durante unas tres décadas.

Hay algo que parece evidente: el agotamiento de un modelo estético viene acompañado casi siempre del agotamiento de un modelo histórico, más aún cuando se trata de narrativa, por la sencilla razón de que el relato “dice” el mundo, tanto como la historia. Esto es algo que sabemos desde la Grecia clásica, pero que confirman Cervantes, Dickens, Tolstoi por no citar sino tres, pero la lista podría tener tres mil. Ahora, resulta que estas primeras dos décadas del XXI, se están pareciendo mucho a las primeras tres del XX: populismos totalitarios en alza, sobre todo en las grandes potencias, que son las que pueden desbaratar el naipe mundial, grandes masas de personas que hace 30 años pertenecían a las clases medias emergentes y hoy se encuentran desprotegidas y abandonadas a sí mismas (y que son el soporte de todos los populismos) y, en la vereda opuesta, unos beneficios del capital financiero nunca vistos.

Si se le añade, sobre todo en América Latina, el triunfo del narcocapitalismo, el cocktail es perfecto. ¿Y la novela en todo esto? Los jóvenes de los años 50 emergieron en un mundo en ruinas, pero comprendieron que su supervivencia como escritores suponía un desafío: renovar la novela (como ya lo habían hecho antes, Joyce, Woolf, Proust, Faulkner). El riesgo hoy día es que esa “misión” parezca inútil y que no tenganmos ciencia ficción porque vivimos en un mundo de ciencia ficción, que no tengamos novela negra, porque nuestros días son una novela negra y ni siquiera nos sea necesaria la ficción porque la realidad sobrepasa con mucho cualquier ficción. ¿Qué hacer? ¿Volver al realismo balzaciano, o sea a una ficción como crónica de la realidad social? ¿Quedarnos con las novelas de vampiros, vampiras y vampires? ¿Callarnos? ¿Volver a la poesía? Puede ser… Todo puede ser.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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