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Chile 1998 – 2024: ¿malestar o malestares? Opinión

Chile 1998 – 2024: ¿malestar o malestares?

Rodrigo Asún Inostroza
Por : Rodrigo Asún Inostroza Profesor Asociado, Laboratorio de Análisis de Coyuntura Social (LACOS), Departamento de Sociología, Universidad de Chile.
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No cabe duda de que la mayoría de las personas tienen hoy en Chile la sensación de vivir en una sociedad en problemas o en crisis.


No cabe duda de que la mayoría de las personas tienen hoy en Chile la sensación de vivir en una sociedad en problemas o en crisis. Todas las encuestas muestran, a través de distintas preguntas y series de datos, cómo ha ido aumentando el número de quienes afirman que la sociedad chilena va por el mal camino, está estancada o en decadencia. En definitiva, hay malestar en Chile.

Pero en nuestro país se habla del malestar social desde hace casi 30 años. Icónico en este tema fue el Informe del PNUD del año 1998, denominado “Paradojas de la Modernización”. Ello nos lleva a preguntarnos: ¿el malestar actual es continuación directa o profundización de ese malestar original?, ¿qué diferencias y similitudes existen entre ambos malestares? Por supuesto, estas preguntas no se pueden responder completamente en una breve columna como esta, puesto que ellas demandarían mucha más evidencia empírica y reflexión que la que podemos presentar acá. Por ello, solo aspiramos a presentar algunos argumentos que se pueden deducir a partir de los resultados de las encuestas realizadas hoy en día y de las series de preguntas más largas de que disponemos.

Para iniciar este análisis primero que todo debemos explicar cómo se describía el malestar existente en Chile el año 1998. En la formulación canónica del PNUD, este malestar nacía de la contradicción entre la evidencia objetiva de un país con importante desarrollo económico y social, que mejoraba su capacidad para integrar a diversos grupos sociales y brindarles oportunidades de desarrollo, y una percepción subjetiva de inseguridad e incertidumbre de parte importante de la población. En otras palabras, se reconocía que el país estaba bien, pero se dudaba de la capacidad personal o familiar de aprovechar las oportunidades que esas condiciones teóricamente permitían. Se describían tres componentes principales en este malestar: a) el temor al otro, b) el temor al sinsentido y c) el temor a la exclusión social.

El miedo al otro se manifestaba principalmente en el temor a la delincuencia y a la pérdida de confianza en las instituciones (especialmente las políticas y los medios de comunicación) y en las personas externas al entorno más cercano. El miedo al sinsentido se manifestaba como el debilitamiento del sentimiento de comunidad y el vínculo social, mientras que el miedo a la exclusión social se traducía como una sospecha frente a las capacidades de los sistemas de salud, educación, trabajo y previsión para brindarnos seguridad frente a las coyunturas críticas de la vida.

¿Cómo explicarse estos temores en el contexto de un país en fuerte crecimiento y con activos procesos de integración social? El PNUD hipotetizaba que la principal explicación estaba en los débiles mecanismos de seguridad social que poseía la sociedad chilena, además de las importantes diferencias en las condiciones de vida que generaban desigualdades al momento de aprovechar las oportunidades que ofrecía en desarrollo nacional.

Finalmente, el diagnóstico del año 1998 puntualizaba que el malestar que recorría la sociedad chilena derivaba más de un riesgo que de una realidad, de forma que la mayoría de la población reconocía que vivía mucho mejor que las generaciones anteriores, al tiempo que se trataba de un malestar privatizado (cada persona lo refería a sí misma o su familia, sin tematizarlo como un problema colectivo) e inactivo políticamente (no se expresaba en protestas o manifestaciones).

Entonces, y a la luz de los resultados de las encuestas más recientes, ¿qué elementos de continuidad y cambio existen entre este malestar y el que podemos constatar hoy en día?

En primer lugar, respecto de los tres miedos identificados por el Informe del PNUD del año 1998, la evidencia actual nos muestra que algunos se han profundizado, mientras que otros al menos se mantienen en altos niveles. Un caso claro de profundización parece constatarse en el caso del miedo al otro, en que no solo el temor a la delincuencia ha aumentado a lo largo del tiempo (ver la figura 1 que muestra cómo ha aumentado la importancia de la delincuencia como problema para la población), sino que a la figura del delincuente como fuente de inseguridad se suma el miedo al narcotráfico, a la corrupción y a los inmigrantes, que la mayor parte de las encuestas señalan como crecientes en los últimos años.

Figura 1. Delincuencia como problema principal a solucionar por el Gobierno, serie encuestas CEP.

Algo muy parecido puede señalarse respecto del miedo a la exclusión: los problemas en atención en salud, las desigualdades en la calidad de la educación y la baja capacidad de las pensiones para sostener niveles de vida adecuados ya no son riesgos sino realidades para la mayor parte de la población que evalúa mal o muy mal esos sistemas. Al mismo tiempo, el miedo a la pérdida del trabajo o a la cesantía ha estado en los más altos niveles de prioridad para la población en los últimos años.

Finalmente, la pérdida del sentido de comunidad y la desconfianza social parecen mantenerse invariablemente en altos niveles a lo largo de todo el período que estamos estudiando (ver figura 2), al punto que uno de los mayores atractivos que tuvo para muchas personas (especialmente las más lejanas a la participación política) el estallido social de 2019, fue recuperar una sensación de comunidad expresada en la frase “estábamos todos en lo mismo y unidos”, que nos señala la mayor parte de las personas participantes en dicho evento que hemos entrevistado.

En suma: el contenido subjetivo del malestar del año 1998 parece estar igual o haberse profundizado. ¿Qué ha cambiado entonces? Como es evidente, el malestar dejó de ser pasivo políticamente, expresándose en numerosas protestas, especialmente a lo largo de la segunda década del siglo XXI. Además, sufrió un proceso de colectivización. Tal como nos han dicho muchas personas participantes del estallido social: “Nos dimos cuenta de que todos teníamos los mismos problemas”.

Figura 2. Confianza interpersonal, serie encuestas MORI. 

Por otro lado, las personas reconocen con claridad que Chile no es el país económicamente pujante que fue a finales de la década de los 90 del siglo pasado. Haciendo eco en forma muy precisa a los datos del Banco Mundial, que muestran que el PIB per cápita de Chile no ha crecido desde el año 2013 (sumando 10 años de estancamiento, luego de muchos años de crecimiento ininterrumpido), a partir de 2014 las personas son cada vez más pesimistas respecto de la evolución de la economía del país (ver figura 3).

Figura 3. Evolución de la situación económica del país, serie encuestas CEP.

No obstante, este pesimismo sobre la economía nacional ha tocado, pero no hundido, las perspectivas económicas que tienen las personas sobre sí mismas y sus familias. De esta forma, si bien las encuestas muestran en los últimos 3 a 4 años un relativo empeoramiento en la evaluación que hacen los entrevistados de su situación económica personal, del grado en que sus ingresos les alcanzan para cubrir sus gastos y de su situación laboral presente y futura, esas percepciones son y siguen siendo notoriamente más positivas que la evaluación que hacen de la economía del país. Incluso, la encuesta Bicentenario de la PUC muestra que, hasta el año 2021, aún son mayoría las personas que creen vivir mejor que la generación de sus padres.

La figura 4 muestra esta relativa resiliencia de la percepción de las personas sobre su propia situación económica, que justamente por su resistencia a cambiar ha visto pasar bajo ella la evaluación del país: ya no estamos en un país en desarrollo frente al cual podría quedarme fuera, sino que estamos en un país estancado frente al cual yo y mis cercanos con cierta dificultad resistimos.

Figura 4. Evolución de la situación económica personal, serie encuestas CEP.

En suma: si bien los componentes del malestar son hoy los mismos que ayer, el contexto de este malestar ya no consiste en una paradoja entre lo subjetivo y lo objetivo, sino que ambos se han tendido a alinear: pasamos de un tren en marcha frente al cuál temo estar quedándome fuera, a un tren detenido que ofrece muchas menos oportunidades que antes. No es extraño que en este contexto los componentes del malestar se hayan acrecentado y diversificado. Por ejemplo, el miedo al delincuente ahora es también el miedo al narcotraficante, al inmigrante y a la corrupción de las instituciones que deberían protegerme. Por otro lado, el riesgo de exclusión ya no es un riesgo, está operando activamente. 

También es claro que este malestar acrecentado ya no está tan privatizado ni es inocuo políticamente como el del año 1998. El año 2019, y en general la segunda década del siglo XXI, generó aprendizajes en las personas respecto de cómo se puede manifestar el descontento y su carácter colectivo, pero también respecto de cuáles son los límites y posibilidades de determinados tipos de protesta respecto de lograr ciertos objetivos. El malestar del año 2024 es un malestar posestallido social, que ocurre en una sociedad que ya pasó por y que recuerda ese proceso político.

¿De qué forma se puede manifestar pública y políticamente un malestar acrecentado y complejizado, que ya no demanda inclusión en un país económicamente exitoso, donde las frustraciones y miedos subjetivos se alinean con limitadas condiciones objetivas, y en un contexto donde todos los actores han sido impactados por los eventos del año 2019? No lo sabemos, pero suponer que los eventos futuros volverán a seguir la senda de lo pasado, al menos a mí me parece poco probable.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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