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Stephen King y sus 14 intentos para no perder el oficio de escritor

Pese a que todo parece un poco conocido, King mantiene el talento. Habría que consignar que los relatos de Todo es Eventual, probablemente, estén a la par de buenos guiones de La Dimensión Desconocida.


Preguntarse por la calidad literaria de Stephen King puede llevar a una serie de errores y deja a la vista una lista de vacíos, respecto a una manera crítica de entender la literatura enmarcada en el best seller. Obviar el nivel de ventas del autor significa pasar por alto a cada a uno de los miles de lectores que lo siguen y se encantan con sus obras. Por el contrario, hacer caso sólo de las listas de los más vendidos, supone rendirse ante un sostenido trabajo de marketing y restar importancia ante el bajo riesgo de ajustarse siempre a la misma fórmula.



El último libro de King, editado en español, Todo es Eventual, lideró las ventas en Estados Unidos y nada hace apuntar que el fenómeno no se repita en el mercado hispano. Después de todo, el volumen que recopila 14 cuentos -algunos ya publicados y otros inéditos-, tiene un par de gracias adicionales, además de ser la esperada vuelta de King a la historia corta: contiene un prólogo revelador sobre la relación que mantiene con el género del cuento y cada relato es comentado -y desmitificado- por el propio autor.



Aparte, dos de los cuentos incluidos tienen historias mediáticas paralelas, que cualquier fan de Stephen King debería manejar: "Sala de autopsias número 4" ya fue adaptada como cortometraje por el primerizo y desconocido Steve Zankman y fue estrenado en agosto pasado en el festival Rhode Island. Mientras que "Montado en la Bala", apareció primero editado virtualmente en la web, con el consecuente éxito arrollador. Por supuesto será llevado al cine, en una adaptación que contará con David Arquette como protagonista.



Pero fuera de las relaciones que mantiene con la industria del cine, Stephen King entrega en Todo es Eventual catorce relatos ajustados al suspenso y que según desliza el autor en los prólogos o epílogos que incluye en cada cuento, pretenden ser su versión de una serie de temáticas clásicas que rondan por los rincones de Estados Unidos. Justamente por ello, más de una historia parece conocida; imposible sería lo contrario con el constante bombardeo de la cultura popular gringa.



A modo de ejemplo, "Sala de autopsias número 4" es la versión de King del entierro prematuro; "El Hombre del Traje Negro" podría simplificarse como la historia de la aparición del diablo en el bosque; "Todo lo que amas se te arrebatará" describe al vendedor viajero que posterga su suicidio; "El virus de la carretera viaja hacia el norte", es un cuento sobre un cuadro que cambia; "Esa sensación que sólo puede expresarse en francés", un intento experimental que termina con la revelación de que todo era un sueño, y en "Montado en la Bala", es un muerto quien lleva al protagonista a dedo.



Sin embargo, pese a que todo parece un poco conocido, Stephen King mantiene el talento para refrescar historias más o menos obvias, entregándoles una tensión que, si bien no siempre tienen el mejor remate, demuestran que el oficio está intacto. Ahora, habría que consignar que los relatos de Todo es Eventual, probablemente, estén a la par de buenos guiones de La Dimensión Desconocida, con todo lo que eso significa. Es decir, antes que nada son pura y simple entretención.



En el plano de la entretención, King logra lo que se propone en todos los relatos: se leen rápido y en los mejores momentos se torna difícil dejar el libro, aunque una vez ya soltado, lo difícil es recordarlos. En todo caso, hay al menos dos cuentos que logran persistir en la memoria y por momentos superar el terreno del best seller. Muy distintos entre sí, Todo es Eventual -relato que le da nombre al volumen- y "La Muerte de Jack Hamilton" son piezas narrativas que estructuralmente presentan cierto desafío, además de ser historias atrapantes y con chispazos brillantes.



En la primera, una misteriosa organización utiliza los extraños poderes de un joven para eliminar a personas anónimas del mundo, supuestamente detestables. En la línea clásica de King, la historia mezcla misterio y ciencia ficción, además de una dosis suficiente de emoción para que el relato resulte creíble. "La Muerte de Jack Hamilton", en cambio, se desenmarca del terror clásico del autor, para contar una versión de un hecho real de la historia policial norteamericana. Mafiosos que lloran y hacen lo imposible para salvar a un amigo herido; ágil y emocional, el cuento se ocupa de la muerte de uno de los personajes, sólo para dar un dato que explicará el deceso de Hamilton: una historia para llegar a otra.



El sentido del deber



La interrogación literaria a Stephen King implica el cuestionamiento al valor de su obra. Lo odioso de preguntar por ello es la presunción de que tal vez exista una literatura valiosa y otra no. Por lo general, parece haber un acuerdo tácito -y a veces explícito- para menospreciar los best seller, pese a que son ellos los que mueven la industria del libro.



Más allá de las implicancias económicas e incluso del nivel de fama de King, su obra corre por un terreno peligroso, donde no siempre está claro por qué preferir sus historias a sentarse en una sala de cine de última generación a disfrutar de una desechable, pero altamente entretenida película de Hollywood. De hecho, si es por asustarse, a estas alturas el celuloide maneja una serie de herramientas con las que difícilmente puede competir una inocente historia donde, resulta que alguien estaba muerto.



Ante esto, la pregunta por el valor literario de Todo es Eventual parece atingente; pues si la competencia con el cine está casi perdida, sólo resta situarse en el género. En ese plano, y en estricto rigor, Stephen King no hace eco alguno del desarrollo del cuento en el siglo pasado. No es que sea un requisito para un autor dar cuenta de los avances de sus colegas -aunque esa es otra discusión-, pero en el prólogo, King hace una fuerte defensa del cuento y llega a asegurar que escribe al menos dos por año, por el "sentido del deber".



Un deber, que según escribe, supera a sus pretensiones monetarias y con el cual persigue mantenerse aceitado y no perder el oficio. El punto es que las tareas personales no siempre tendrían por qué ser publicadas, sobre todo cuando implican repetir nuevamente la fórmula. Aunque convencer de esto al editor de Stephen King sería como recomendarle que tirara a la basura un par de millones de dólares.



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