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Operación Cóndor: Acusan de faltas éticas a perito de la defensa

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Marcela del Río se atendió por última vez con Sergio Ferrer a fines de 1973. La relación médico-paciente se quebró luego de que ella le confesara que su esposo estaba siendo torturado en el Estadio Nacional. Según la mujer, desde ese momento la ira se apoderó de Ferrer, quien le recordó que los calumniadores eran asesinados durante la II Guerra Mundial .


Cuando se practicaron los exámenes médicos al general (r) Augusto Pinochet en 2001, en el caso Caravana de la Muerte, la periodista chilena Marcela del Río se encontraba en el extranjero. A la distancia pudo enterarse que uno de los peritos que participaron en la toma y realización de las pericias era un conocido suyo: el neurólogo Sergio Ferrer Ducaud, cuyo hermano Patricio Ferrer fue jefe de la Inteligencia del Ejército, en Antofagasta.



Del Río está hace dos meses en Chile y, según contó en exclusiva al El Mostrador.cl, no guarda precisamente buenos recuerdos del facultativo. A punto tal que está dispuesta a contar su testimonio al ministro Juan Guzmán con el fin de recusarlo como perito "si es que ello es factible".



Cabe recordar que Ferrer fue propuesto por la defensa del ex dictador y aceptado por el juez, para integrar el equipo médico que deberá entregar un informe sobre el real estado de salud de Pinochet, quien fue examinado ayer, dentro de los próximos ocho días.



Las vidas del neurólogo y la periodista, egresada de la primera promoción de la Universidad de Chile, se cruzan a comienzos de 1973, cuando Marcela del Río le pide a su hermana que le recomiende un profesional para tratar una persistente migraña. Ella no duda en darle el nombre de Ferrer, con quien se había atendido en alguna oportunidad.



Como era de esperar la relación fue la propia que se establece entre un médico y su paciente. Del Río asistía con frecuencia a la clínica Indisa para tratar sus dolencias. Las que se agudizaron después del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 debido a que su esposo, el socialista Gabriel Coll, había sido llevado en calidad de detenido al Estadio Nacional.



Los 180 fundos que expropió en Linares y el Maule en su calidad de director de la Corporación de Reforma Agraria, en lo que hoy es la Séptima Región, fue un antecedente que los militares no podían dejar pasar.



Aunque a estas alturas Del Río no recuerda con precisión el día y la hora de la última consulta a la que asistió con el neurólogo, sí recuerda nítidamente su reacción al confesarle su situación personal.



Ferrer no comprendía porque a pesar de todos los medicamentos prescritos, su paciente no repuntaba y superaba sus frecuentes dolores de cabeza. "Él me explicó que eso se podría deber a la repercusión de algún problema tensional no resuelto. Entonces me pidió que le contara qué es lo que me estaba pasando", relata Del Río, quien decidió en ese momento explayarse ante el profesional que la atendía.



«Inventos y calumnias»



-¿Qué le dijo?

-Le empecé a contar que mi marido estaba siendo torturado en el Estadio Nacional y su rostro comenzó a cambiar. Pensé que era una reacción ante lo inesperado del relato y continué. Le dije que hace pocos días había podido ver sus brazos lastimados y su lengua blanca, por los efectos de la electricidad que le aplicaban a Gabriel. Pero tuve que parar este relato porque él se paró indignado y comenzó a vociferar.



-¿Y qué pasó entonces?

-Su asombro se convirtió rápidamente en rabia. Me dijo que no quería escuchar más mis inventos y calumnias, que él era médico del Hospital Militar y su hermano jefe de un servicio de Inteligencia militar.



-¿Usted esperaba encontrar en él a un confesor neutral?
-Sí, claro, pero él no pudo ser un confesor. No pudo cumplir con su promesa profesional. Ferrer me gritaba que él había tenido que estar cerca de 6 a 8 meses en Ecuador porque la Unidad Popular lo perseguía y agregó que mucho se había hecho con dejar gente viva.



-¿Fue lo único?

-No. Lo peor fue cuando se volvió a sentar y abrió el cajón de su escritorio con gesto amenazante. Pensé que sacaría algún arma. Pero no fue así. Sólo me intimido diciéndome: "¿Sabe qué es lo que hacían los confesores alemanes durante la Segunda Guerra Mundial con los calumniadores como usted? Los mataban…".



-¿Hay testigos de ese diálogo?

-Puedo decirle que su secretaria, de nombre Cristina, una joven delgada y rubia, entraba y salía como si nada pasara a su alrededor, mientras el doctor me insultaba absolutamente fuera de si.



-¿Usted le rebatió sus ideas, discutió con él?

-No. Estaba claramente en desventaja, dada la situación que se vivía. No quise provocarlo con nada, sólo intente hacerle ver que era su paciente y que tenía que atenderme como tal.



-¿Recuerda la fecha de la consulta?

-Fue entre diciembre de 1973 y febrero de 1974. Recuerde que sólo tenía 29 años para ese entonces, mi marido estaba en el Estadio Nacional y yo me encontraba alejada de mis cinco hijos que estaban repartidos a lo largo de todo el país.



-¿Qué hizo después? ¿Volvió alguna vez a la clínica Indisa? ¿Supo más de él?

-Nunca más regresé. Lo único que recuerdo es que crucé por el puente que está cerca de la clínica con mucho pánico, esperando que alguien me fuera a hacer algo. Me tome un Valium y llamé a mi hermano para que me fuera a buscar. No podía más.



-¿Por qué no dijo esto en el 2001 y cuál es la razón de fondo por la que, a su juicio, Ferrer debería ser inhabilitado como perito?

-En esa fecha estaba en el extranjero, no pude hacer nada. Hace dos meses llegué a Chile para ver a unos nietos que se encuentran enfermos y me he topado con esto. He conversado con mis hijos y creo que lo mejor es dar mi testimonio al respecto, aun después de tanto tiempo. Considero que Ferrer faltó a la ética profesional al tratarme de esa forma. Si es capaz de transgredir su juramento como médico, no tiene credibilidad.



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