El clasismo chileno es un mal tan extendido como lo es el racismo. La defensa de lo que en estos días levantan políticos derrotados e intelectuales que sirven a la élite privilegiada en ese invento del «amarillismo» sin duda es una mirada clasista antidemocrática que busca apropiarse del lugar de una representación populista. Los medios de comunicación convencionales le darán mucho espacio a estos discursos que atentan contra el Chile nuevo, así que es necesario estar muy atentos en la defensa de la democracia.
La campaña del terror que viene levantando la élite privilegiada que se acomodó y disfrutó del Chile de la transición neoliberal están desesperados aprovechando todo el poder que aún les queda. Su preocupación, sin duda, tiene que ver con la posibilidad que se está abriendo para el protagonismo histórico de las clases populares.
Varios movimientos intelectuales hace rato vienen publicando trabajos de recuperación de la memoria que testimonian la fuerza política de las clases populares dominadas que han sido víctimas de injusticia a manos de una élite inescrupulosa que defiende la existencia de privilegios para pocos. Los procesos constituyentes más genuinamente democráticos buscan superar esa estructura social y política injusta, es el caso de algunos de los cambios que se comienzan a visualizar en este acontecimiento chileno que parece tendrá más solidez con el gobierno que comenzará Gabriel Boric y los malos gobiernos de la derecha en los países vecinos. Así las cosas entiendo por qué esa clase privilegiada se encuentra aterrada, confundida y desesperada.
Ahora son las palabras del «emérito profesor» y ex rector de la Universidad que fue la cuna del programa del neoliberalismo, una de las universidades que más lucran en el país. Un emérito es una persona distinguida al interior de una institución, es decir alguien que se ha destacado al servicio del proyecto que dicha institución representa. Los dichos del ex rector Rosso hay que entenderlos, en este contexto.
En su retórica alega el «resentimiento» de algunos convencionales, pero sus palabras también suenan resentidas en el sentido a que su discurso apela a una sobrevaloración por la educación formal que en Chile por sus altos costos económicos es muy excluyente. El alegato que eleva también puede ser leído como «resentido», por lo tanto, su argumentación tampoco superaría una evaluación lógica dado que cae en la circularidad. Denuncia el resentimiento de otros desde su propio resentimiento.
El clasismo chileno es un mal tan extendido como lo es el racismo. La defensa de lo que en estos días levantan políticos derrotados e intelectuales que sirven a la élite privilegiada en ese invento del «amarillismo» sin duda es una mirada clasista antidemocrática que busca apropiarse del lugar de una representación populista. Los medios de comunicación convencionales le darán mucho espacio a estos discursos que atentan contra el Chile nuevo, así que es necesario estar muy atentos en la defensa de la democracia.
Aquí la lectura y crítica de lo que significó la publicación del «Ariel» de Rodó es pertinente. En la tradición de pensamiento latinoamericano americano dicho libro deberíamos entenderlo como un clásico. Los discursos de clase a favor de los privilegios son esos que buscan instalar un proceso nacionalista que defiende los valores heredados de lo que serían las «culturas superiores», es decir aquellas que se impusieron en los procesos de colonización, esto es lo que podríamos entender como «arielismo». En cambio, hay una oposición a esa visión de la cultura que buscaría instalar un proceso nacionalista más genuino, capaz de reconocer el valor de las culturas populares que han sido dominadas, pero que permanecen en el subsuelo que somos.
El plurinacionalismo bien entendido coloca en diálogo a estos dos mundos culturales que no se encuentran en el diálogo. La creación de contextos en que estos discursos y sujetos se encuentren es una síntesis que permitirá la conciliación social y política. Creo que los discursos desesperados de la élite privilegiada que intenta censurar la dinámica histórica obedecen a prepotencias que no ayudan a la democracia.