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Posverdad y educación

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La necesidad de alfabetización tuvo su mayor salto con la imprenta; hoy se requiere una nueva forma de alfabetizar. Se requiere que los jóvenes no sólo sepan comprender lo que dice el autor, sino que sepan jerarquizar entre las ideas que tienen mayor sentido, las que son más coherentes, las más apropiadas para la solución del problema o de la tarea específica que les atañe.


La posverdad es un término nuevo, pero fácil de entender pues se refiere a las mentiras, a las falsedades que han estado presentes desde el origen del hombre. El temor a la posverdad en la era de Facebook, de Twitter y la de todas las aplicaciones orientadas a la conexión facilitadas por Internet, es justificado. Y lo es especialmente cuando la capacidad de hilar ideas se ha expandido tan notoriamente, que muchas personas pueden parecer, al menos por un tiempo, suficientemente creíbles.

El peligro de la posverdad se ilustra en la difusión de verdades a medias, o de falsedades, que tienen potenciales efectos que pueden ser devastadores. Las consecuencias más recientes están frescas, como la que se le asigna a dichos de Trump y sus seguidores en los resultados de la elección norteamericana. Ahí hay un germen que llega a cuestionar la democracia representativa, implementada con el voto universal, en donde se supone que la “ley de los grandes números” asegura que los errores estadísticos se anulen. Y en Chile, donde un tweet le atribuye a la Presidente haber justificado el retraso de la llegada del Súper Tanker, y otros posteos con la idea que la vigencia de un artículo en la Ley favorecería la propia quema de bosques por parte de empresas forestales.

[cita tipo=»destaque»]Así, el desafío de tener ciudadanos con pensamiento crítico, algo que la vida y el trabajo requieren, demandará una doble labor de apoyo escolar, que desarrolle más la comprensión lectora para lo que no existen tratamientos express.[/cita]

La posverdad atemoriza, pero no más de lo que debió generar la invención de la imprenta. Hasta mediados del siglo XV los libros eran manuscritos y el saber estaba muy restringido no sólo por quienes los escribían (monjes y un puñado de reyes) sino para los pocos que accedían a la lectura. Con la imprenta se abrieron espacios masivos de producción, del término de una era de monopolio de la cultura, y para la educación, que demandaba saber leer, una nueva competencia para acceder a un universo previamente cerrado.

Como en el renacimiento, la era de las redes permite comunicación inmediata, reduce poderes monopólicos de creadores y difusores de la cultura, y demanda nuevas competencias. Y también como con la imprenta, se abren espacios para que agoreros y charlatanes, masifiquen sus mensajes e influencia.

Para influir se requiere perdurar además de impactar. Impactar requiere de receptores que no filtren, que no distingan, que no seleccionen lo que tiene base, de lo que no la tiene. Para perdurar se requiere, además, de un entramado social que no sanciona, que no castiga la charlatanería, que no valora la reputación construida con paciencia, con tiempo, con persistencia.

Y por eso nuevamente la importancia de la educación. La necesidad de alfabetización tuvo su mayor salto con la imprenta; hoy se requiere una nueva forma de alfabetizar. Se requiere que los jóvenes no sólo sepan comprender lo que dice el autor, sino que sepan jerarquizar entre las ideas que tienen mayor sentido, las que son más coherentes, las más apropiadas para la solución del problema o de la tarea específica que les atañe. Y ello demanda habilidades que hasta hace poco fueron impensadas para las generaciones fundamentalmente orientadas al mundo laboral, incluyendo las de estudiantes de educación técnico profesional.

La competencia que por esencia se le ha atribuido cubrir estas necesidades es la de “pensamiento crítico”. Enmarcada en un ámbito de habilidades de orden superior a la instrucción escolar, esta habilidad está en el centro de nuevo paradigma sobre aprendizaje relevante y por ende, debe ser el foco de la formación de nuevos ciudadanos. Estudios recientes nos dicen que aunque más complejo, el pensamiento crítico es posible de medir y de generar.* Pero también nos dicen que la fuente más rica de desarrollo del pensamiento crítico no está en las matemáticas, sino en la comprensión lectora.

Así, el desafío de tener ciudadanos con pensamiento crítico, algo que la vida y el trabajo requieren, demandará una doble labor de apoyo escolar, que desarrolle más la comprensión lectora para lo que no existen tratamientos express. Sólo ello podrá desarrollar más productivamente el pensamiento crítico, ese que es capaz de vencer el problema de la posverdad, ese cuya distribución está en la base de subculturas y segmentación, y ese que también es un verdadero obstáculo para un mayor avance productivo.

* Para una revision de literature reciente y un excelente trabajo, véase Gelerstein, D. (2017), “Critical thinking and culture…” Tesis para obtener el grado de Doctor en Ciencias de la Ingeniería, PUC.

Ricardo Paredes Molina es rector de Duoc UC.

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