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Ley Dominga: protocolo universal para enfrentar la muerte gestacional y perinatal Yo opino

Ley Dominga: protocolo universal para enfrentar la muerte gestacional y perinatal

Andrea Von Hoveling
Por : Andrea Von Hoveling Miembro de la Agrupación Ginecólogas Chile
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Los profesionales de la salud nos relacionamos mal con la muerte, creo que ha quedado evidenciado en esta pandemia. Nos han formado para evitarla a toda costa, y eso ha devenido en que no podamos visualizarla ni asumirla. Nos cuesta, por tanto, darle espacio, dignidad y compañía. La muerte gestacional y perinatal está especialmente invisibilizada, por cuanto se trata de un individuo que socialmente no existió, existe sólo el dolor que una madre, pareja o familia vive en soledad. Nos es aún más esquiva e intangible que la muerte de un niño, adolescente o adulto. La ignoramos, por tanto, aún más. Si no tenemos herramientas para lidiar con la muerte, menos elementos tenemos para acompañar en un duelo invisible.

No tenemos herramientas, hay que decirlo fuerte y claro. No se discute el duelo ni la entrega de malas noticias durante la formación universitaria. Cuando hay resultados adversos inevitables, el tiempo invertido en esa persona se considera poco desafiante y nada prioritario, con la maravillosa excepción de quienes se dedican a cuidados paliativos. En obstetricia nos relacionamos poco con la muerte, por lo que tampoco nos formamos una experiencia propia de cómo enfrentar una mala noticia de tal magnitud.

[cita tipo=»destaque»] La experiencia de duelo de una madre no puede depender de quién está de turno cuando tiene su parto o aborto. Tenemos que establecer mínimos comunes. Mínimos comunes que sean aplicables y exigibles en cualquier centro de salud. [/cita]

No tenemos herramientas, y por eso caemos en dos estados peligrosos para nosotros y para las personas a nuestro cuidado: la desidia y la angustia. La desidia, por ser el aborto un evento frecuente al que dejamos de visualizar como un evento biográfico crítico para quien lo sufre. Y la angustia que nos supera, cuando logramos visualizar el dolor de la persona que sufre y no tenemos elementos para acogerlo. Ahí volvemos a caer en la desidia, o peor, incluso en malos tratos como mecanismos de defensa.

No tenemos herramientas. Por esto, lamentablemente no podemos confiar en el sentido común. La experiencia de duelo de una madre no puede depender de quién está de turno cuando tiene su parto o aborto. Tenemos que establecer mínimos comunes. Mínimos comunes que sean aplicables y exigibles en cualquier centro de salud. La mayor parte de las veces, sí se puede hospitalizar a una mujer doliente separada de una mujer en pleno apego con su recién nacido, o planificar horarios de policlínico separando a las mujeres en duelo de las embarazadas.

No tenemos herramientas, y en Ley Dominga lo sabemos. Por eso nuestra intención es que, con los elementos disponibles, podamos visualizar las herramientas que sí tenemos, optimizarlas y adquirir nuevas. Al ser una ley exigible y fiscalizable, las cosas empezarán a cobrar importancia. Si se me exige hacer entrar a un acompañante, tarde o temprano voy a entender la importancia del acompañante. Si se me exige permitir y facilitar ritos de despedida para ese embrión, feto o recién nacido, tarde o temprano voy a interiorizar ese rito como algo necesario, y -por qué no decirlo- bello. Voy a permitirme empatizar, aceptar la angustia que siento, voy a poder contar con miembros del equipo para poder canalizarla. Talvez me voy a dar cuenta que todo esto siempre fue importante y simplemente no podía verlo. Y con el tiempo, espero, todos vamos a ser capaces de darle a la muerte su dignidad y su espacio, incluyendo la muerte gestacional.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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