En su último libro, la décimosexta novela, narra la historia de un famoso y maduro periodista bisexual del Perú, que se enamora perdidamente de una literata veinteañera y la deja embarazada. Un amor que destruye la buena relación que tenía hasta entonces con su ex mujer, madre de sus dos hijas adolescentes, que también lo critican, además de provocar la ruptura de su relación con su novio argentino.
El escritor, presentador y periodista peruano Jaime Bayly (Lima, 1965) está de vuelta. En su nuevo libro El niño terrible y la escritora maldita (Ediciones B) desmenuza paso a paso, mediante la ficción, las últimas turbulencias de su vida, con un descarnado retrato de sí mismo y de los afectos que le rodean.
Esta obra cuenta la historia de Jaime Baylys, un periodista, escritor, niño terrible de la televisión, bisexual, divorciado, padre de dos hijas, con novio fuera del armario, que se enamora repentinamente de Lucía Santamaría, una estudiante de psicología de apenas veinte años que sueña con ser una escritora maldita. La chica queda embarazada y Baylys se convertirá en comidilla de la prensa amarilla, que retratará sin piedad -al igual que el libro- el impacto atómico que tendrá el hecho en la relación con su ex mujer, sus hijas adolescentes y su novio argentino.
«Todo está contado tal como ocurrió, solo he cambiado los nombres», confiesa Bayly a El Mostrador Cultura+Ciudad. Un libro que el autor pretende dejar como legado a la pequeña Zoe, hija de su relación en la vida real con la joven escritora peruana Silvia Núñez del Arco, con quién posa en la portada de este libro.
Una provocación, dirán algunos.
«Una declaración de amor», asegura, en cambio, Bayly.
¿Por qué Bayly expone así su propia vida, en una obra donde en primer lugar es implacable consigo mismo? Tal vez porque simplemente no puede dejar de escribir. Así lo testimonia en este libro.
«Esto es lo que soy, un fracaso, se dice, mirándose en el espejo. Y, sin embargo, insisto, no me callo, sigo coleccionando palabras escritas y habladas, dejo constancia de mi existencia de esa manera meticulosa. El silencio es la muerte, el día que ya no hable ni escriba estaré muerto o muy cerca de morir, debo celebrar la vida buscando palabras a tientas, capturándola, encapsulándolas, metiéndolas en la burbuja de mi vanidad», escribe Bayly.
Esta, su décimosexta novela, se inscribe así en una obra audaz. Bayly estira la cuerda hasta el final, es un francotirador que dispara hasta el último cartucho y luego se lanza sobre su oponente con un cuchillo o los dientes como último recurso. Un hucarán que arrasa con todo, incluido él mismo: el personaje Baylys, como el propio autor, es un hombre que no se guarda nada, un hombre que habla y actúa sin medias tintas, y que paga un alto precio por ello: de noche necesita pastillas para dormir y de día para no pegarse un balazo por la depresión.
Y aún así, cuando uno le pregunta qué lo motivó a escribir este libro, él responde: «La certeza de que el azar me había regalado una extraña historia de amor. Primero la viví, luego la conté».
La joven Lucía es sin duda clave, la que explica toda esta historia. Baylys se enamora perdidamente de ella. No es sólo el sexo: es que ella lo deja ser y le da la libertad que él tanto ansía. Lo deja claro el libro, como en este pasaje.
«Lucía me pregunta cuál es el hombre que más me calienta. Le digo Ricardito Trola. Le digo que hace años se la chupaba, tenía una pinga linda, circuncidada, nos duchábamos juntos después de jugar al tenis, pero nunca nos besamos, nunca me la metió, yo se la chupaba, él terminaba fuera de mi boca y yo terminaba derramándome sobre su pecho. ‘Sin duda es Ricardito Trola el hombre que quisiera que me cogiera, mi amor’, le digo a Lucía. ‘Hace años que no lo veo’. ‘Cuando vayamos a Lima, lo llamaremos y nos cogerá a los dos’, me dice ella. ‘Nos pondremos en cuatro, nos la meterá, primero a mí, luego a ti, y será riquísimo. Y quiero verte chupándosela, me arrecharía mucho’, me dice ella, mientras nos tocamos con un gel que calienta levemente los genitales y multiplica el placer. Luego ella me ordena: ‘ponte en cuatro’. Y yo me pongo en cuatro patas y ella también, y los dos sacamos el poto y nos tocamos y le pedimos a Ricardito Trola que nos la meta, nos coja fuerte, nos dé duro, y nos venimos juntos, apoyados en la cabecera de la cama, manchando las sábanas de El Titanic. Eso es amor, tiene que ser amor».
Porque al final el libro es una historia de amor, donde hay celos, despecho, odio, en fin, todos los ingredientes que estallan cuando colisionan los egoísmos de los afectos de una persona. Un libro con un mensaje claro, en palabras de Bayly: «Que el amor llega de pronto en las circunstancias más improbables. Que los grandes amores no se eligen racionalmente. Que en el amor unos ganan y otros pierden».
Luego ejemplifica esto último: no ve a su ex esposa, madre de sus hijas adolescentes, desde que se enamoró de Silvia. «A mis hijas mayores las veo dos o tres veces al año. Ya conocen a Zoe. Todo está más tranquilo».
El autor caracteriza este libro como «un autorretrato en forma de novela».
«Los grandes pintores, como Picasso, Van Gogh, Rembrandt, Kahlo, se hicieron decenas de autorretratos», explica Bayly. «Yo reivindico el autorretrato como género literario. Pero no me interesa embellecerme, sino afearme y hasta convertirme en un monstruo».
«Casi todas mis novelas son autorretratos literarios. En esta última aparezco más viejo, más gordo, más triste y, quizá, sorprendentemente, un punto menos gay», concluye.