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Cómo Stranger Things recuerda la importancia de hacer cine de calidad para el público infantil

Cómo Stranger Things recuerda la importancia de hacer cine de calidad para el público infantil

Si usted es padre o madre, sabrá que al llevar a sus hijos al cine las alternativas son pocas. Y el cine, más que ser una experiencia artística, se transforma simplemente en un acto de consumo. “Quería llevar a mis hijos a ver una buena película, pero la cartelera era decepcionante”, dice Andrés Waissbluth, quien –tras cansarse de la “experiencia Marvel”– decidió crear una alternativa de calidad para el público infantil.


Stranger Things es más que melancolía. Sí, la generación que creció viendo E.T. se reencontró con la estética bucólica, el espíritu aventurero y los misterios propios de la infancia. Sí, los melómanos ochenteros volvieron al soundtrack de Joy Division, The Clash y David Bowie. Pero la serie de los hermanos Duffer, para el público infantil-adolescente, es mucho más que eso.

Para ellos, se trata de una experiencia nueva, donde los protagonistas –lejos de representar el estereotipo hollywoodense de los estudios Marvel o de series como Arrow– son niños que se ven como ellos, “niños normales”, pero que interactúan entre sí de otra manera (en vez de chatear, se comunican por walkie talkies; en vez de usar tablets, se entretienen con juegos de mesa; en vez de aburrirse en la casa, salen en sus bicicletas en búsqueda de aventuras).

Y quizás Stranger Things, además de entretenerlos con una experiencia cinematográfica de calidad, haya hecho algo más.

¿Podrá ser que, lo que para nosotros fue E.T. (un verdadero hito en nuestras vidas), sea para ellos Stranger Things?

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El problema es que Stranger Things es un fenómeno aislado, porque a nivel local el cine tiene poco que ofrecerle al público infantil-adolescente. “No solamente no hay calidad, tampoco hay cantidad. La producción cinematográfica chilena, si bien ha proliferado, no ha tenido un desarrollo adecuado con contenidos para niños y la juventud. Podemos decir con seguridad que prácticamente no existe producción chilena para la infancia”, dice Alejandra Fritis, directora del Festival Ojo de Pescado (dedicado al cine de niños, niñas y adolescentes).

Fritis explica que las bases del fomento audiovisual tienen una pequeña cuota para los proyectos dirigidos al público infantil. Pero no solo eso: también hay que enfrentar a los gigantes de la industria, como Disney, en un mercado pequeño donde la competencia es casi inexistente.

Una batalla desigual, sin duda, pero algunos cineastas chilenos se han atrevido a emprenderla.

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Andrés Waissbluth es uno de ellos. A pocos días de estrenar su película Un caballo llamado elefante, pensada y dirigida para el público infantil, reconoce que hay una crisis en la oferta cinematográfica para dicho público y que para él, como padre, es un verdadero martirio verse obligado, por la ausencia de alternativas, a llevar a sus hijos a ver la próxima película de Marvel.

“Ese es el origen de mi película: como padre fui ‘obligado’ a ver el Capitán América. Los llevé contra mi voluntad, con tristeza e impotencia, porque no quería que mis hijos se expusieran a ese tipo de violencia (donde además se normaliza ese tipo de violencia). En ese cine lo único que importa es quién pelea con quién. Solo embrutece a los niños y no tiene ningún contenido, además que viene con una carga valórica muy potente donde el rol de la mujer es sexualizado, distorsionando la cabeza de nuestros niños y, además, los tenemos convertidos en pequeños gringos”, reflexiona Waissbluth.

Según el cineasta, Un caballo llamado elefante es una de las primeras películas latinoamericanas pensadas para el público infantil, con un contenido valórico, histórico y cultural que responde a las raíces de nuestro continente y que pretende competir de igual a igual con los gigantes de la industria.

“En los últimos cinco años no hemos tenido nada. Somos una anomalía y quiero romper esa anomalía, quiero abordar un género que es fundamental y que lamentablemente lo tenemos abandonado porque los niños necesitan un marketing muy potente y la inversión publicitaria es brutal, dado que los niños no están en circuitos alternativos, no leen los diarios. Por ejemplo, McDonald’s promociona la Era del hielo, pero no mi película”, comenta el director.

Otro punto de vista lo aporta Erwin Gómez, director de Chilemonos, para quien la crisis de contenido cinematográfico de calidad tiene mayores probabilidades de solucionarse a través de internet. “Yo siento que ya se perdió el control de lo que están viendo los niños, ellos hace rato que están en internet, entonces más televisión o películas, no sé qué tanto afectará a la nueva generación. Mejor sería que se incorpore una oferta de calidad en internet. Es cosa de ver el fenómeno de las webseries o el ‘perro chocolo’, que tiene más de 100 millones de visitas”.

Una experiencia artística versus una experiencia de consumo

Para la industria, los niños son un público fiel y numeroso que tiene una gran demanda por ver películas (basta con ver los constantes estrenos de Pixar, DreamWork y Marvel). Pero lo importante –si se piensa en la educación audiovisual y cultural de este público– es que ir al cine no sea solo un acto de consumo, sino también una experiencia artística.

“Si bien la producción audiovisual se tiene que preocupar del público, en términos de satisfacción, hay que alejarse de la manera en que lo hacen los cines comerciales (en el sentido de ofrecer un producto viciado). Deberíamos tratar de que esta experiencia cinematográfica tuviera elementos de mediación (artistas que median el diálogo entre la película y el público para mejorar su asimilación), que potencie nuestra identidad y que permita que los niños vivan algo distinto, con elementos culturales y artísticos que los haga querer repetir la experiencia”, dice Fritis.

Lo anterior era uno de los objetivos de Waissbluth, quien después del preestreno de Un Caballo llamado elefante, comentó que “a los niños les encantó, todo el mundo se fue feliz y siento que estamos haciendo un gran aporte en el sentido de generar una experiencia emocional… Esto entra en tu mochila de vivencias, lo que pasa en la pantalla logra que los niños se identifiquen y se genera un aprendizaje, una empatía y finalmente una forma de vivir la vida”.

La primera experiencia cinematográfica

Después de ver el preestreno de Un caballo llamado elefante, llama la atención que la reacción del público –en su mayoría compuesto por niños– dista de ser simple satisfacción. Se trata, más bien, de una reacción emocional, de una respuesta hacia un mensaje moral que, especialmente durante los años de formación, tiene un impacto muy fuerte si se considera que la sensibilidad y la capacidad de asombro son inherentes a los niños.

Esta película, probablemente, quede en el imaginario colectivo de cada uno de ellos y, por lo mismo, cabe preguntarse qué importancia debería asignárseles a las primeras experiencias cinematográficas del público infantil.

Javier Ibacache, director de Escuela de Espectadores, ha investigado con profundidad el impacto que tiene dicha experiencia, ya sea en teatro o en cine, con respecto a la formación de audiencias. Sobre ello, comenta que “al hacer esta indagación en conjunto concluíamos que, la decisión o la fidelización, o la asistencia al teatro como hábito en el tiempo, está mediada –en gran medida– por quién fue la primera experiencia, o las condicionantes que definieron la primera experiencia para ir al teatro y está muy marcado por nivel socioeconómico”.

De este modo, la pregunta es obvia: ¿cómo podemos incentivar que las primeras experiencias cinematográficas de nuestros niños sean, al mismo tiempo, una experiencia artística? Pues, de ser así, estaríamos formando audiencias más sensibles, comprometidas y, ciertamente, menos superficiales.

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