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“La noche de Getsemaní” de Massimo Recalcati: la vida de Cristo según el psicoanálisis CULTURA|OPINIÓN

“La noche de Getsemaní” de Massimo Recalcati: la vida de Cristo según el psicoanálisis

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Max Valdés / Letras de Chile
Por : Max Valdés / Letras de Chile Novelista, cuentista, editor, antólogo, escritor de literatura infantil. Es Magister en Edición de la Universidad Diego Portales y Máster en Edición de la U.Pompeau Fabra de Barcelona.
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En este libro sobre la noche de Getsemaní se esconden lecciones muy relevantes sobre la condición humana: nos habla de la soledad del hombre, de la traición y del perdón.


Massimo Recalcati (1959) es un destacado psicoanalista, director del Instituto de Investigación en Psicoanálisis Aplicado y colaborador habitual de La Repubblica; es también uno de los ensayistas más prestigiosos y leídos de su país. Enseña, en la Universidad de Pavía, psicopatología del comportamiento alimentario, tema sobre el que ha escrito varios libros de referencia.

En este texto aborda uno de los episodios más dramáticos de la vida de Cristo desde una nueva perspectiva (la del psicoanálisis) y contribuye un aporte significativo tanto para creyentes como quienes no lo sean. Pues su mirada es profunda sobre aquella noche fatal en el Huerto de los Olivos. Más fatal aún que las escenas posteriores de su asesinato.

En este libro sobre la noche de Getsemaní se esconden lecciones muy relevantes sobre la condición humana: nos habla de la soledad del hombre, de la traición y del perdón.

Después de la Última Cena, Jesús se dirigió al Huerto de los Olivos de Getsemaní, donde solía orar con sus discípulos. Esa noche fue traicionado por Judas y negado por Pedro. Esa noche Dios guardó silencio. Jesús el hombre estaba solo. Fue detenido por los soldados y se inició su calvario.

La deslealtad de sus dos discípulos tiene matices diferenciales muy relevantes: Judas actúa por venganza y acepta un pago -las treinta monedas- por su felonía; su gesto es el desafío del discípulo al maestro. En cambio, la negación por tres veces de Pedro, el predilecto, está impulsada por el miedo.

Una vez consumada la vileza, cada uno de los dos discípulos reaccionará de forma diferente, arrastrado por la motivación de su gesto: Judas quitándose la vida; Pedro reconociendo su error y la imperfección humana, lo cual hará posible un amor renovado.

La noche de Getsemaní nos habla del Dios ausente, del vacío del hombre, de la deslealtad y de la indulgencia. Este episodio del Nuevo Testamento esconde lecciones muy relevantes sobre nuestra condición, que el autor aborda desde el psicoanálisis.

Dice el autor que en esta noche, Jesús se nos aparece en su más radical humanidad. En mayor grado que incluso en la crucifixión, esa noche habla de la finitud vulnerable de la vida de Cristo, habla de nosotros, de nuestra condición humana. No están en primer plano ni el símbolo de la cruz ni la inaudita violencia del suplicio, de la tortura y de la muerte. En la noche de Getsemaní, el trágico ápice aún no embiste el cuerpo de Cristo, aunque arremete desde luego contra su alma. No hay clavos, látigos, coronas de espinas, palizas, sino solo la pesadez de una noche que no parece tener fin, la soledad inerme y extraviada de la existencia que vive la experiencia de la traición y del abandono. Esta noche no es la noche de Dios, sino la noche del hombre. ¿Qué determina, sin embargo, la traición de Judas? Él estaba, como todos los demás discípulos, profundamente enamorado de Jesús. La vida de su maestro ha sido para él, como para todos sus demás hermanos, un imán que ha polarizado su propia vida. Su palabra tenía la fuerza de una llamada irresistible. Jesús es un maestro que sabe provocar grandes pasiones. Provoca amor y deseo en quienes escuchan su palabra. Y el deseo, como recuerda Lacan, es una fuerza excéntrica y subversiva que causa “un trastorno permanente dentro de un cuerpo sujeto al estatuto de la adaptación”.

Jesús es, por lo tanto, una figura radical del deseo. Si el deseo es una fuerza que mueve la vida, que hace viva la vida, él es la máxima encarnación de esta fuerza hasta el extremo de arrancar literalmente la vida de las tenazas de la muerte, de devolver la vida a la vida, de no dejar nunca que sea la muerte la última palabra por encima de la vida.

¿Si Judas traiciona a Jesús es porque se siente traicionado por el Maestro? ¿Porque Jesús no ha respondido, como él esperaba, a sus aspiraciones políticas, de la liberación  militar de Palestina del dominio romano?

Más adelante el autor se referirá a un caso muy distinto: la traición de Pedro. La distancia salta inmediatamente a la vista: Judas, a diferencia de Pedro, urde un complot, medita su agresiva venganza contra el Maestro que lo decepcionado; Pedro, por el contrario, traiciona por temor, por debilidad, por humanísima fragilidad.  Si en el caso de Judas la traición no se vive en absoluto como un gesto de impotencia, sino como el resultado afirmativo de un plan, como un gesto de liberación de una dependencia que se le ha vuelto sofocante, en el de Pedro su traición lo sitúa frente a su propia carencia frente a su absoluta e inerme falta de fiabilidad. Finaliza enfatizando que la traición de Pedro es mucho más desconcertante que la de Judas. Porque la de Judas coincide con su propio destino, es una suerte de traición necesaria, es una traición deseada, decidida, asumida, mientras que la de Pedro entra en disonancia con su propio ser, es antes que nada una traición a sí mismo, la traición del propio deseo. Es más, en la hora más difícil para Jesús todos sus discípulos se apartarán de él dejándolo solo. Tropezarán con el cuerpo abandonado, renegado, malvendido de su maestro. La traición de Pedro ha sido prevista con certeza por Jesús, quien echa más leña al fuego volviéndose directamente al apóstol. Tu lealtad es una lealtad de paja:” Yo te aseguro: esta misma noche, antes que el gallo cante, me habrás negado tres veces” (MT 26,34).

La traición de Pedro es la más dolorosa porque Pedro ha sido elegido por Jesús como su heredero en la tierra, como la piedra sobre la que sustentar la nueva comunidad  que se reúne bajo su nombre. Jesús anuncia a Pedro y todos sus seguidores su traición inminente: os mostraréis indiferentes a mi soledad extrema, os escandalizaréis de mí, me negaréis, tropezaréis con mi cuerpo.

A través de la traición de Pedro, Jesús está destituyendo toda idealización heroica de la lealtad. Quiere demostrar que incluso el amor más sólido —por ser humano— puede caer, resbalar, traicionar su propia causa.

¿Es que Pedro no refleja acaso la ambivalencia dramática que recorre todo vínculo de amor? Su traición revela una contradicción que pertenece al ser humano: no siempre nos mostramos a la altura de nuestro amor, no siempre somos coherentes con nuestro deseo.

Resultado: Judas se suicidará y Pedro llorará. Dos destinos similares en la traición, pero definitivamente distintos.  Las lágrimas de Pedro nos enseñan  algo esencial acerca del amor humano. Resulta siempre posible caer en el abismo de la traición, no ser coherente con la propia palabra, contradecirse, cometer errores, fallar, traicionar el propio deseo.

El llanto de Pedro no muestra el final de un amor, sino su reinicio después de la caída. El amor ideal no existe, el amor sin carencia y sin contradicción no pertenece a la vida humana. Lo que hará Pedro, a continuación, será a partir de esa carencia fijar los cimientos nuevos de su amor.

Massimo Recalcati en Anagrama ha publicado El complejo de Telémaco. Padres e hijos tras el ocaso del progenitorYa no es como antes. Elogio del perdón en la vida amorosaLa hora de clase. Por una erótica de la enseñanzaLas manos de la madre. Deseo, fantasmas y herencia de lo maternoEl secreto del hijo. De Edipo al hijo recobrado, Retén el beso, La noche de Getsemaní.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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