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Museo de cera: un intento por acercar la escultura a la muchedumbre aunque sea kitsch y algo pringoso CULTURA|OPINIÓN

Museo de cera: un intento por acercar la escultura a la muchedumbre aunque sea kitsch y algo pringoso

Juan Guillermo Tejeda
Por : Juan Guillermo Tejeda Escritor, artista visual y Premio Nacional "Sello de excelencia en Diseño" (2013).
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Me gusta la escultura que represente cosas y las prefiero a un «mojón» oscuro tipo Fondart, tirado artísticamente en el suelo de un museo con iluminación rasante y una explicación muy difícil. En ese sentido estoy a favor de los museos de cera, aunque no sé si iría al que están haciendo con tanta polémica, porque valoro la sobriedad y no puede ser que para cada parte o sector de la obra se recurra a un material diferente, queda todo un poco hechizo y pringoso, mal gusto, cursi. Ahora es verdad que la gente quiere ver a Gabriela azulosa de frío, como si estuviera viva. Lavín, un político con antena, ha conectado con las ansias escultóricas de la muchedumbre, y se está esforzando, junto con la gestora Said, para satisfacerlas, aún cuando las críticas al sentido apuntan a que el Museo de Cera no es cultural sino kitsch. Es cierto que es bastante kitsch (palabra culta para definir el mal gusto satisfecho de sí), pero en todo caso cultura y kitsch no se oponen necesariamente.


Estudié escultura dos años en Bellas Artes con el maestro Sergio Mallol probablemente 1en 971 y 1972. Él había fundado el taller de fundición con don Willy en la parte que da al parque por el río y es como un anfiteatro griego. Ambos profes murieron al quitarse la vida, bueno cada cual en su momento, antes don Sergio y nos impactó mucho, aun me acuerdo de esos instantes. Fundí en aquel taller una pieza, que era una mujer embarazada, retraté a una compañera la Gaby Arredondo que aceptó posar siempre muy seria, casi enojada, con su melena enorme y el vientre descubierto. Hice la figura en greda de unos 30 ó 40 cms de alto, luego el molde de yeso que era complicado y en varias piezas, con eso obtuve la figura en cera a la que se le hace como un árbol de ramas por donde pasa el bronce fundido ya que el molde que no recuerdo de qué era, quizá de arena, es muy grande como de un metro casi, como una cúpula, se entierra en el suelo, después se abre todo y se van cortando las ramas, se pule el bronce y finalmente se le aplica una pátina, me ayudaron estupendamente los profes. El ayudante era Jorge Barba, que se dedicó a la escultura escenográfica en el Municipal.

No seguí finalmente con las esculturas sobre todo después de ver a la Marta Colvin (ella fue también mi profe y me manifestaba siempre su aprecio) un sábado después de almuerzo en una esquina de Bellas Artes, estaba rodeada la pobre, muy dama, de piezas suyas que pesaban cada una como una tonelada, inquieta y dando pasos con su taquitos de un lado a otro porque el camión, me dijo, no venía. Eran tiempos sin celular, como en blanco y negro, y yo decidí entonces dedicarme a algo más portátil como dibujar o escribir en revistas, igual después he fundido algunas piezas, una en Barcelona, pequeñita, que era como un hombre de pie con el brazo levantado, después algunas otras que las hice en una greda fina y las mandé fundir, no es tan caro, hice series de tres o cuatro de cada una.

La escultura, o sea, siempre la he tenido en cuenta, y la verdad es que los escultores modernos tipo abstract no me atraen tanto salvo algunos titanes elegantes como Calder, y tampoco mucho, en tanto que he estado siempre atento a lo que llamo escultura-escultura, aquella que muestra a las personas y objetos del mundo siguiendo su forma, un poco como lo que dice la audaz promotora o gestora la Srta. Said del Museo de Cera, que el público lo que quiere es «una copia fiel de los personajes».

Yo me he adscrito siempre en este sentido a la mirada escultórica de esta gestora, observo y fotografío de, tanto en tanto, los detalles de los monumentos clásicos que hay por ejemplo en el Parque Forestal. Para qué decir de un paseo por la parte del Ensanche de Barcelona cercana a la Gran Vía o a Paseo de Gracia, allí hay verdaderos festines escultóricos, lo mismo en Praga o en Berlín, pero para qué seguir irritando a quienes no han ido. Gaudí tenía en su taller una parte de escultura donde le hacían moldes a las ramas, las hojas, los huesos, etc. y todo eso iba después en los edificios.

Neruda coleccionaba mascarones de proa, que son un poco eso fiel a la realidad, en madera y algo toscos, igual muy bonitos, claro que en un tamaño enorme y yo no podría coleccionar aquello, en cambio sí figuritas de los nacimientos de Talagante, caballos o guitarristas de Quinchamalí, algún chanchito de tres patas, máscaras de madera centroamericanas representando animales salvajes, figuras y máscaras africanas (Picasso se inspiraba a veces en ellas) soldaditos de plomo que un tiempo los fundía y los pintaba a mano el maestro Iván Vial cuando vivía en Barcelona y de allí me los traje, y también he mirado siempre con piacere las figuras de la Guerra de las Galaxias con las que jugaba mi hijo, o los superhéroes musculosos y articulados algunos de los cuales se transformaban en naves galácticas, ahora hay figuras chinas de yeso pintado o de plástico realmente fabulosas, lobos, gallos, dinosaurios, serpientes, el otro día me llevé un gallo policromado y lo puse en mi estantería unas cuantas semanas, después lo escondí…. o los caballos y tigres de los carruseles, en España denominados tiovivos, que subían y bajaban creo que con una música, y algunas figuras tenían caras de monstruos policromados.

O las iglesias contemplando desde muy niño, asombrado, las figuras amables de la Virgen, los ángeles o los santos de barba, también el Cristo en la cruz chorreando sangre que impresionaba mucho… por la calle Rosas venden máscaras de plástico para niños que son extremadamente tristes e ingeniosas, también hay figurillas de novios para las tortas de matrimonio, a veces salgo a fotografiar por el barrio Patronato, como por dar un paseo onda temático, por ejemplo maniquíes de yeso pintado con o sin ropa, hay allí grandes oportunidades para el disfrute visual.

En fin, yo prefiero todo lo anterior a un mojón oscuro Fondart tirado artísticamente en el suelo de un museo con iluminación rasante y una explicación muy difícil, me gusta más que la escultura represente cosas, y en ese sentido estoy a favor de los museos de cera, aunque no sé si iría al que están haciendo con tanta polémica y éxito en los medios porque, como un ex alumno serio y aplicado de escultura, valoro la sobriedad o unidad de los materiales. No puede ser que para cada parte o sector de la obra (pelo, cara, chaqueta, etc.) se recurra a un material diferente que soportará los embates del tiempo de manera también diferente, queda todo un poco hechizo y pringoso, mal gusto digamos, cursi.

Ahora es verdad que la gente quiere ver a Gabriela azulosa de frío, como si estuviera viva, y eso me recuerda los embalsamamientos soviéticos de Lenin y sus compinches, que eran o son como impresionantes, aparte que según los estudiosos las esculturas clásicas griegas y romanas estaban originalmente cubiertas de pintura precisamente porque querían un efecto realista, «una copia fiel» que diría la dinámica Andrea Said, de la cual por ahora sé que es propietaria de una empresa denominada ‘Genial Business’, y de su formación artística no tengo datos, aunque de una gestora uno lo que espera es que consiga money y haga que las cosas sean: al infortunado escultor Aramburu lo despidió, por ejemplo, porque no logró la meta de «la copia fiel».

Había en los años sesenta unas novelas de Gastón Le Rouge publicadas por Zig-Zag con unas penosas pero tenaces portadas a la acuarela en blanco y negro reproducidas con una trama de puntos muy abierta donde aparecía, recuerdo, el Dr. Cornelius Kramm, llamado también «el escultor de carne humana»: su especialidad era la cirugía plástica orientada al nicho de delincuentes necesitados de una nueva identidad.

Lavín, un político con antena, ha conectado con las ansias escultóricas de la muchedumbre, y se está esforzando, junto con la gestora Said, para satisfacerlas y dejar saciado el deseo de copia fiel que es uno de los problemas concretos de la gente. En el Cine Hoyts de La Reina, antes de que lo cambiaran, había a veces maquetas 3D muy grandes de los personajes, sobre todo de monos animados, que ya me interesan menos. Los escultores sindicados, entretanto, se han quejado, encuentran que el Museo de Cera no es cultural sino kitsch, en verdad es bastante kitsch (palabra culta para el mal gusto satisfecho de sí), en todo caso cultura y kitsch no se oponen necesariamente…

Los escultores sindicados no hacen casi nunca copias fieles de nada sino cosas raras que uno no sabe dónde poner después de la exposición, si es que hay expo, uno sospecha que aspiran sobre todo a que los o las contraten como profesores o profesoras de algo en una universidad privada, o si no obtener una beca para irse como «artista en residencia» a hacer más mazacotes de esos de quita y pon a países lejanos, que también tiene su encanto, aunque yo a mis años no me iría…

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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