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El encuentro de la ciudad y la cultura: la llave maestra Opinión

El encuentro de la ciudad y la cultura: la llave maestra

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María Fernanda García y Raúl Erazo
Por : María Fernanda García y Raúl Erazo Directora Área Cultura Fundación Chile 21/ Director Área Ciudad Fundación Chile 21
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La cultura urbana también se nutre de la protesta social. La expresión política de los habitantes de las ciudades a través de manifestaciones en la calle, que dan origen a procesos de transformación, deja también su huella física en las ciudades, a través de pinturas, rayados, íconos, literatura mural o callejera, que se incorporan al corazón de la ciudad. Es una tarea preservar esa huella o registrarla, para contribuir a la memoria que conforma la historia urbana, la historia de su gente. Ciudad y cultura deberán ser parte de los cambios democratizadores que se desarrollan en nuestro país, iluminados por el proceso constituyente. 


Hoy no hay cauces permanentes para relacionar a nuestras ciudades con la cultura ni espacios establecidos para que la cultura fluya hacia y desde la comunidad. Son obstáculos para ello la segregación urbana, el individualismo, la marginalidad, el deterioro del espacio público en gran parte del territorio urbano, el predominio del mercado y, sobre todo, la falta de voluntad política. 

Una variedad de potenciales relaciones entre la cultura y la ciudad merecen ser cultivadas y revitalizadas. En América Latina la experiencia es rica y diversa, y es bueno conocerla en un momento especialmente importante en nuestro país, en que se avecinan transformaciones que incidirán en la vida diaria de comunidades y ciudades.

La cultura urbana, el patrimonio y el espacio público son ejes fundamentales en el desarrollo sostenible de las ciudades, y han sido promovidos por la Unesco: “Se debe identificar que la cultura en la ciudad es una variedad de asuntos relacionados con el patrimonio, tanto físico como inmaterial, que tiene que ver tanto con construcciones como con actividades culturales, y cada una de ellas es clave para construir la ciudad”. 

La Unesco sostiene que la cultura es un puente para las grandes ciudades, que sirve de cohesión social y es clave en la formación de espacios públicos.

Apropiarse en equidad del espacio público de las ciudades significa que el espacio público se transforme en lugar de encuentro de la comunidad local, en toda su diversidad, en condiciones de dignidad, bienestar y seguridad. Que sea una protección ante el abandono y marginalidad de los territorios, una barrera a su uso como basurales, estacionamientos o campo de la delincuencia.   

Una herramienta para lograrlo es impulsar en esos espacios el desarrollo de actividades de las vecinas y los vecinos en el deporte, recreación y el arte en todas sus manifestaciones: música, teatro, baile, pintura, ocupando para ello calles, plazas, parques, los centros sociales y comunitarios, y también aquellos espacios baldíos o en desuso. 

Gestionar mancomunadamente desde distintas instancias la apertura de estos espacios públicos a artistas profesionales para compartir, enseñar y mostrar su arte a la comunidad, creando vínculos virtuosos y que se mantengan y consoliden en el tiempo. Es imperante abrir una agenda cultural permanente en cada ciudad y comuna, que considere al espacio público para la organización de ferias de patrimonio, artes plásticas, literarias, musicales, festivales, encuentros y exposiciones, así como espacios para la mediación cultural y la creación activa desde los propios vecinos y vecinas. 

Hay ejemplos de proyectos llevados a cabo en América Latina, en donde, rescatando plazas a través de las artes y la  cultura, se logró recuperar ciudades. ¿Cómo lo hicieron? Trabajando con la comunidad, localmente, en los territorios. Escuchando las propias demandas y, sobre todo, los sueños de los habitantes.

El caso de las favelas de Río de Janeiro es un ejemplo interesante:  allí se llevó a cabo el programa Ciudades Humanas, en que se capacitó a un grupo de personas desempleadas para que pintaran las construcciones, lo que tuvo un efecto psicológico positivo para quienes vivían en ese lugar, empoderándose y sintiéndose orgullosos de su espacio e identidad. Empezaron a llegar turistas a conocer el lugar y las calles empezaron a amanecer sin basura. Incluso hubo jóvenes líderes que despuntaron luego del proyecto… algo similar a lo que ha sucedido con los murales en la comuna de San Miguel, en Santiago.

En los barrios, la llegada de la cultura se establece también cuando se genera equipamiento especializado para el ejercicio de actividades culturales –tales como bibliotecas municipales, teatros, casas de la cultura, escuelas para la enseñanza artística de niños, jóvenes y adultos–, que enriquece la vida local y aumenta las oportunidades de crecimiento intelectual y personal. 

Las ciudades tienen historia, y sus huellas se expresan en el patrimonio construido, público y privado. Preservarlo y protegerlo es una tarea necesaria. Puede tratarse de una escultura, una edificación, una calle, una estación de ferrocarril, un barrio. Puede ser de antigua o de reciente data, es cada vez más imprescindible revitalizar y educar en el patrimonio, como eje que vincula a la ciudad con su historia y orígenes, de dónde venimos para saber lo que somos y a dónde debemos proyectarnos. El conocimiento y cultivo del patrimonio urbano debe ser asegurado y transmitido, en la educación formal desde la infancia y en la apertura de los espacios urbanos a actividades tradicionales.

El continuo cambio de las ciudades, impulsado por el mercado inmobiliario y la transformación tecnológica, obliga a un cuidado adicional en la protección del patrimonio, con nuevas normativas y esfuerzos especiales de gestión patrimonial por parte de las autoridades de las ciudades. La participación de las comunidades es inexcusable en ese empeño.

La vida de los diversos grupos humanos tiene también historia en las ciudades. Las tradiciones, eventos colectivos, costumbres, ritos religiosos, son parte de la identidad cultural urbana, que puede provenir de un pasado lejano, pero con plena vigencia en el presente, dándose su expresión a través del arte, la literatura, la música, el baile, la gastronomía, la artesanía. 

Un caso emblemático es el de Lima, donde la gastronomía cobró una importancia enorme en el desarrollo de la ciudad. Se motivó la exportación no solo de chefs y de restaurantes peruanos, sino de productos propios del país. Pero hay una ganancia adicional y de mayor importancia: se recuperó la identidad del peruano. Su autoestima se elevó y expandió por el mundo entero. Hoy se siente orgulloso de su comida y de su cultura. El impacto económico también fue muy positivo, beneficiando al turismo y las exportaciones.

La cultura de la convivencia urbana, a través del trato respetuoso, no discriminatorio ni autoritario, amable, inclusivo, igualitario, con perspectiva de género, tanto en el tránsito como en los espacios públicos y en los barrios, es un valor social que debe ser sello de los procesos de cambio en nuestras ciudades. Son procesos lentos, que requieren educación, acercamiento, conversación y escucha entre diversos grupos humanos, con personas de distinto origen. 

Es importante identificar la cultura urbana –surgida espontáneamente en la ciudad–, valorarla, respetarla y promoverla. Se expresa en distintas disciplinas culturales y artísticas, en la música, los bailes, el arte pictórico, en la vitalización de rincones urbanos, cultura viviente en constante evolución que vale la pena rescatar y dar a conocer. Cabe considerar también en este ámbito a las “tribus urbanas” y sus expresiones culturales.

En América Latina, la pintura, el teatro callejero, el circo y el grafiti son maneras usuales de expresión. El arte urbano es un espacio donde la gente se hace visible. Es una mirada que incluye a todos quienes antes no tenían acceso a la cultura más tradicional y formal. Se trata de que la gente se apropie constructiva y creativamente de las calles y los barrios y empiece a dejar de ser espectador de la ciudad para volverse actor. El ejemplo de los grafitis y murales es elocuente: habitualmente considerados de manera negativa, algunos lugares del mundo se hicieron famosos gracias al arte en sus paredes, como Wynwood Walls en Miami o la comuna de San Miguel en Santiago. 

La cultura urbana también se nutre de la protesta social. La expresión política de los habitantes de las ciudades a través de manifestaciones en la calle, que dan origen a procesos de transformación, deja también su huella física en las ciudades, a través de pinturas, rayados, íconos, literatura mural o callejera, que se incorporan al corazón de la ciudad. Es una tarea preservar esa huella o registrarla, para contribuir a la memoria que conforma la historia urbana, la historia de su gente.

Ciudad y cultura deberán ser parte de los cambios democratizadores que se desarrollan en nuestro país, iluminados por el proceso constituyente. 

Además, después de dos años de pandemia, de crisis sanitaria y económica que se ha traducido en dolores físicos, emocionales que han dejado huellas psicológicas en las personas y comunidades urbanas, la cultura debería ser un elemento esencial en el proceso de recuperación y sanación. 

Los municipios y los gobiernos regionales, autoridades locales en íntima relación con la población, deberán tener un rol protagónico en la conducción, asignación de recursos y articulación de estos procesos. Ciudades con cultura deben ser una prioridad en la visión del Estado.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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