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Los fiascos paraguayos en Colo Colo

Los fiascos paraguayos en Colo Colo

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La llegada del defensa José Leonardo Cáceres pone en el tapete una historia larga de jugadores guaraníes que pasaron por el Cacique con más pena que gloria. Salvo el arquero Justo Villar, figura vital en la consecución de la estrella número 30, el resto no anduvo para nada. No es todo: algunos de ellos llegaron en cantidades sospechosamente altas para lo que es el mercado futbolero sudamericano.


Saque usted de la lista a Justo Villar, arquero vital en la consecución de la estrella número 30 de Colo Colo, y verá que todos o casi todos los paraguayos que han llegado al Cacique han pasado sin pena ni gloria. La reflexión viene a cuento de la reciente incorporación de José Leonardo Cáceres, defensor de Nacional de Paraguay, que arribó durante la semana a Pedrero como último refuerzo albo con miras al Torneo de Clausura y a la Copa Libertadores.

Cáceres nunca fue, por cierto, la prioridad para el técnico albo Héctor Tapia. El partió pidiendo al ecuatoriano Frickson Erazo, seleccionado de su país, pero cuando las negociaciones comenzaron a dilatarse mucho más allá de lo aconsejable, dada la mala campaña alba en la que el bloque defensivo ha sido un desastre, surgieron nombres de defensores centrales colombianos (Mosquera entre ellos), como alternativas.

Urgido por el cierre del libro de pases, Colo Colo optó por este defensor de 29 años, 1.88 metro de estatura y cuya mejor carta de presentación para venir a préstamo con opción de compra fue el estar en plena actividad futbolística y haber sido figura de su equipo en la final de la Copa Libertadores entre Nacional y San Lorenzo.

Con todo, la duda quedó instalada: ¿podrá Cáceres romper la tradición y constituirse en un verdadero aporte para Colo Colo o se sumará a la larga lista de paraguayos que se transformaron con la alba en sonados fiascos?

Y es curioso que los jugadores de esta nacionalidad que han venido al Cacique jamás hayan rendido lo que de ellos se esperaba. Curioso porque las cualidades que internacionalmente se le reconocen al jugador paraguayo coinciden absolutamente con lo que ha sido históricamente el estilo de Colo Colo. El Cacique es, antes que nada, un cuadro de lucha, de esfuerzo, de temple para hacer frente a la adversidad y para superar con garra y carácter a cualquier rival que se le ponga enfrente, por más jerarquía que este exhiba. Y eso ha sido siempre el futbolista paraguayo: tal vez no de los más dotados en lo técnico, pero fuerte mental y físicamente, dispuesto a no rendirse nunca y a luchar cada pelota como si en ello se le fuera la vida.

Hay quienes dicen, en tono de broma, por supuesto, que los jugadores paraguayos son tan bravos y tan fieros y recios, que pegarle una patada a alguno de ellos significa correr el riesgo de que el pie te quede doliendo por un buen tiempo. Puede que en esto algo tenga que ver la historia. Atacado por Argentina, Brasil y Uruguay a mediados del Siglo XIX, en lo que se llamó la “Guerra de la Triple Alianza”, el pueblo paraguayo sufrió las mayores calamidades, vio diezmada su población y el género masculino se transformó, casi, en una especie en extinción. Sin importar lo desequilibrado del conflicto, el pueblo paraguayo decidió pelear. Desde entonces y hasta ahora, y dictadores mediante, como Stroessner, cada niño paraguayo creció sabiendo que el luchar formaba parte de su destino.

La llegada de Gustavo Benítez a Colo Colo, en 1995, significó que compatriotas suyos fueran también considerados en la tienda popular, cupos hasta entonces llenados por argentinos y, en menor medida, por uruguayos y brasileños.

Benítez se trajo a Miguel Acosta, un defensor que, salvo amistosos o partidos de poca monta, no jugó nunca. Perseveró poco tiempo después, integrando como jugador y ayudante de campo a Rogelio Delgado, uno de los mejores zagueros centrales paraguayos en toda la historia y que en la U había alcanzado estatura de ídolo al formar parte del equipo que conquistó para el club azul un título de campeón tras una interminable sequía de 25 años (1994). Ese mismo Delgado, en Colo Colo fue un fracaso. Jugó un partido y lo suyo fue debut y despedida. Convengamos que, con 36 años, estaba ya lejos de su mejor época en el fútbol, pero no dejó de llamar la atención un rendimiento tan bajo mediando sólo unos pocos meses entre un club y otro.

A partir del Siglo XXI, la quiebra a la que Colo Colo es forzado en enero de 2002 apura la contratación de jugadores paraguayos en las temporadas venideras. ¿Razón? Se trata de un futbolista más barato y, al mismo tiempo, confiable. Lo paradójico es que varios de ellos llegaron en valores sospechosamente altos y, lo que es peor, no rindieron para nada.

El primero (2005) fue Daniel Sanabria, un defensa llegado desde Libertad y con el cual no pasó nada. Se fue silenciosamente del Monumental y lo curioso es que después militó en Olimpia, que no es el club popular de Paraguay, pero sí el más ganador, al punto que es conocido como “El Rey de Copas”.

Al año siguiente llegó a Chile Celso Ayala, un extraordinario defensa central, patrón del área en su Selección Nacional y, sobre todo, en River Plate, club con el cual lo ganó todo, compartiendo camarín con Marcelo Salas. Lo malo que Ayala, cuyo paso por Colo Colo no costó monedas precisamente, fue un absoluto fracaso. El patrón venía quemando aceite, atormentado por sucesivas lesiones, y las veces que jugó dejó meridianamente claro que ya no estaba para esos trotes.

Poco tiempo después, Colo Colo reincide. Se trae a Edison Giménez, delantero, y a Gilberto Velásquez, defensa central. El primero de ellos no le hizo un gol ni al arco iris y el defensa sólo es recordado porque a los periodistas que cubrían las actividades del plantel albo se les ocurrió que el bueno de Gilberto era un clon del Chano” Garrido. Físicamente, era posible. Futbolísticamente, Velásquez no podía ni lustrarle los zapatos al líbero campeón de América.

Pero nada amilanó a la regencia alba. Blanco y Negro siguió insistiendo, a la espera de sacarse alguna vez el gordo. Convencidos de que la defensa de Colo Colo necesitaba altura, juntaron dos torres paraguayas para blindar el arco: Rodrigo Riquelme, que venía de una buena campaña en Segunda División, defendiendo la camiseta de Curicó Unido, y Nelson Cabrera, proveniente de los registros de Cerro Porteño. Y aunque es verdad que ambos muchachos con su metro noventa y tanto por alto más ganaban que perdían, cuando la pelota venía a ras de piso era mejor cerrar los ojos y ponerse a rezar. Con esa dupla defensiva, Colo Colo fue sacado de una Copa Chile nada menos que por Ovalle, en ese momento un equipo de Tercera.

Riquelme, se sabe, no le significó a Colo Colo un desembolso grande. Lo de Cabrera fue distinto. Gabriel Ruiz Tagle, presidente de Blanco y Negro en la época, señaló que el club había adquirido el pase en un millón de dólares. Los que conocen de fútbol, y del mercado futbolero sudamericano, todavía se están riendo. Un jugador paraguayo del nivel de Cabrera se consigue perfectamente por 200 mil dólares. Y respecto del ex Cerro Porteño, 200 mil dólares eran todavía mucha plata, salvo que los paraguayos hubieran cobrado por centímetros. Una de dos: o los regentes de Blanco y Negro eran todos unos ineptos de marca mayor o alguien (o algunos) hizo el negocio de su vida con la compra del pase de Cabrera.

Pero la lista sigue, quedando demostrado que nuestros dirigentes de clubes, devenidos en sociedades anónimas a partir de 2005 son, curiosamente y al mismo tiempo, extraordinarios empresarios cuando se trata de sus negocios particulares y los tipos más bobos del mundo metidos con este juguetito del fútbol. A la nómina hay que incorporar a Osmar Molinas, que como jugador libre costó, según dijeron los regentes albos, 500 mil dólares, aunque el jugador, de regreso en su país, aclarara que él sólo había recibido 100 mil. Molinas sólo es recordado por aquel spot televisivo en que el niño, ante la pregunta del padre acerca de cómo había conseguido esa flamante pelota de fútbol, respondía: “Me la regaló el señor Molina”, agregando luego ante la pregunta paterna de quién era ese señor Molina “ese que viene a la casa cuando tú estás en la oficina”.

Los hinchas albos, que sufrieron a ese Molinas que jugó poco y mal, dejaron de reír con el chiste luego que, en un Superclásico de 2010, el volante defensivo paraguayo marcara, ya en los descuentos, el autogol que a Universidad de Chile le significó empatar a dos goles un partido que en el Monumental tenía perdido.

Otro volante defensivo que vistió la alba fue Fabián Benítez, de interesantes campañas en Cobreloa y Audax Italiano. Lo llevó al Monumental Gustavo Benítez y no la agarró ni con la mano.

En la larga lista de fiascos albos con jugadores guaraníes podrían salvarse José Domingo Salcedo y Cristián Bogado. El primero, lateral volante por la izquierda, no era ninguna lumbrera, pero al hincha le cayó en gracia porque, si había que trancar con la cabeza, él lo hacía. Y Bogado, como suplente de Paredes y Miralles en el equipo campeón de 2009, al menos anotó algunos goles que lo salvaron de la crítica implacable y del mote de “paquete”.

Resta, pues, saber si este José Leonardo Cáceres romperá la tradición de los paraguayos en Colo Colo, aunque hasta que no debute estará flotando la duda sobre si, jugando como juega el Cacique, podrá exhibir la misma solvencia que en el Nacional asunceño. Allá jugaba “arropadito”, con una línea de cuatro auxiliada siempre por dos fieros volantes de marca. Acá tendrá que salir más de una vez al descampado.

Cáceres puede romper con esa historia de casi medio siglo de constantes fiascos. ¿Medio siglo dice usted? Claro, porque la historia la inauguró Colo Colo en el ya lejano 1966, cuando trajo a Fabián Muñoz, goleador implacable en canchas paraguayas, para que formara una dupla supuestamente letal con un Beiruth que atacaba excesivamente solo. Sólo que el bueno de Muñoz, que despertó ilusiones por su solo apellido, que recordaba al inmenso Manuel “Colo Colo” Muñoz, tocopillano como Alexis, al cabo de un breve tiempo se fue de regreso a su país sin que nadie lo echara nunca de menos…

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