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El efecto Playboy

La prensa pública no tiene capacidad para comprender el fenómeno de la sexualidad y, como siempre que no comprende algo, simplemente lo ataca.


La Casa de Vidrio y el Canal Playboy son quizá las dos principales novedades culturales de este verano ardiente en Santiago. Y, por diversas razones, ya se ha comenzado a desatar lo que será uno de los debates más ardientes de este año: el debate valórico.

Si bien se ha hablado en forma casi excesiva sobre el proyecto de la Casa de Vidrio, demostrando de paso la pobreza analítica de gran parte de la prensa chilena, que ha oscilado entre el escándalo y la indiferencia, la historia del canal Playboy es más subterránea, pero más sugerente.

Un comentario aparecido el domingo 6 de febrero en El Mercurio es revelador del punto de vista clásico conservador ante este fenómeno que entró en enero en los canales de cable chilenos a través de la señal VTR, mediante la modalidad de pago adicional (premium) y que ya ha llevado a más de mil familias a incorporarse al sistema en menos de un mes.

Dice Paulo Ramírez en El Mercurio que «Playboy TV es televisión de la peor calidad que se pudiera concebir»> y agrega de inmediato, apelando al bolsillo, que «este hecho, incluso más que las consideraciones morales, justifica que para tener acceso a él haya que pagar».
Según esta visión, Playboy TV es sexo «pero sin sensualidad ni erotismo», es sexo que «no tiene nada de verdadero», «convierte a la mujer en puro objeto» y, finalmente, «desde el punto de vista televisivo, simplemente da risa».

Muy bien, pero ¿dónde está la otra mirada?, ¿dónde podemos leer una versión alternativa, un comentario que recoja lo positivo de la entrada a Chile de este canal de larga y exitosa difusión en el resto del mundo?

La prensa pública no tiene capacidad para comprender el fenómeno de la sexualidad y, como siempre que no comprende algo, simplemente lo ataca.

Para El Mercurio probablemente lo malo del Canal Playboy es que convierte lo privado en público, tal como pretendía el proyecto de la Casa de Cristal. En un país que ha hecho del ocultamiento una de las virtudes nacionales, la exhibición de los cuerpos desnudos puede resultar más demoledora para la cultura dominante que una granada en el hall del Museo de Bellas Artes. El mismo diario El Mercurio -en su revista de El Sábado- ha hecho recientemente varios reportajes en que deja entrever el lado oculto del sexo en Chile: un bar de Las Condes que opera como verdadera casa de putas, diversos circuitos en Santiago de fiestas de intercambio sexual de parejas, las «schoperías» de Calama o los «cafés con piernas» de Santiago. Eso no parece objetable para El Mercurio, pero sí lo es el que algunas familias adultas puedan diversificar su consumo de TV con un canal que muestra, en la intimidad de cada hogar, una visión menos sacralizada y más libre del sexo.

El Canal Playboy, si bien fue pensado sólo como un negocio orientado a obtener dividendos económicos, representa un poderoso cambio cultural en el pacato y pueblerino imaginario chileno que tal vez nos ayude a sacar la sexualidad del closet y llevarla a la cama de tantas parejas que no tienen ni la expriencia ni la libertad mental para gozar sin culpas.

Paulo Ramírez y todo el personal de El Mercurio pueden elegir pasarse la vida sin Canal Playboy, pero muchos otros chilenos queremos disfrutar de otras alternativas, acercarnos un poco más a lo que ocurre en el mundo y no por ello ser calificados animales descerebrados. Según Paulo Ramírez, el canal es «una ofensa para todo televidente que tenga cerebro además de órgano reproductor». Pues bien, yo he visto Canal Playboy y puedo decir que se trata de una alternativa entretenida, liviana y muy atractiva para hombres y mujeres con y sin cerebro, pero con hormonas, líbido y erotismo en la piel.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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