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Ä„Ceacheí!

Lo único que existe es una frágil apariencia identitaria, que aflora cada 18 de septiembre, cuando se celebra en Vitacura y Las Condes la «semana de la chilenidad», cuando los alcaldes tipo yuppie se disfrazan de huasos…


En la medida en que cunde el sacrosanto proceso de la globalización, que en verdad es una especie de aplanadora cultural, el país reacciona tímidamente, buscando las raíces que no tiene. Los libros nacionales que más se venden hoy ya no son las novelas sino los ensayos históricos o sociológicos que tratan de descubrir la inexistente identidad del chileno o las no menos volátiles esencias de su ser.



Nadie ha encontrado hasta ahora aquella identidad nacional, supuestamente extraviada en algún momento de nuestra historia. Lo único que existe es una frágil apariencia identitaria, que aflora cada 18 de septiembre, cuando se celebra en Vitacura y Las Condes la semana de la chilenidad, cuando los alcaldes tipo yuppie se disfrazan de huasos, cuando en los supermercados meten fardos de forraje, pipas de chicha y ruedas de carreta, y lo malls se adornan con volantines que nunca nadie encumbrará.



Creo que la clave de nuestra identidad no está en las profundas esencias, sino en cuestiones tan sencillas como los perdurables hábitos que han resistido porfiadamente a la globalización. Hay, por ejemplo, un hábito lingüístico que permanece constante, a pesar de la invasión de nuestro léxico por palabras en inglés, que proceden principalmente de las jergas computacionales y económicas.



Este hábito es la tendencia del chileno a ceacheizarlo todo, es decir, a meter la CH de Chile en todas partes, en la chuchoca, la chicha, el chancho, la pichanga y la chacota. Para qué decir cómo se reducen los nombre propios a apelativos ceachizados: Checho, Cucho, Chela, Pancho, Chumingo, Chila, Richi, Juancho, Carmencha, Licho, Lucho, Chofi, Carloncho, Cachencho.



Luego de las elecciones del 70 circulaba un chiste: Nixon llama a la Moneda, convencido de que había ganado Jorge Alessandri. «Aló, Choche», alcanza a decir. Le contesta Allende: «No, Chicho». «Ä„Ah chu…!», exclama Nixon alarmado y cuelga.



Ciertos términos como chacra tienen muchos usos. Antes, alguien «de las chacras» era un tipo torpe, poco avispado, procedente de un mundo rural elemental. Ahora el «chacreo» es sinónimo de degradación.



La ceache se usa para todo. Incluso para identificar niveles sociales, económicos y culturales. Se distingue, por ejemplo, a los que pronuncian la ch rotunda de los que articulan sch. Mientras más eses le pongan por delante a Sssschile, más segregados serán, en términos sociales.



No he encontrado ningún estudio que explique esta tendencia al Ceacheí. Podría ser un intento de chilenizar lingüísticamente todo lo que se deschileniza en la práctica. Hace algún tiempo se suprimió la CH del alfabeto. Por suerte se hizo en virtud de uno de esos inaplicables decretos que pretenden regir algo tan vivo y cambiante como el lenguaje, que en verdad se manda solo. Así, hemos seguido usando la CH a destajo. Si nos la quitaran, los efectos serían peores que los de diez crisis asiáticas juntas.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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