Balance de la participación iberoamericana en la Expo Aichi 2005
Acaban de registrarse cinco millones de visitantes desde que se abrieran oficialmente, hace algo más de dos meses, las puertas de la Exposición Universal que se celebra en la provincia japonesa de Aichi, al suroeste de la capital Tokio. Es como si la totalidad de la población de Santiago pasara, como por un embudo, por el Parque O’Higgins para ver lo más selecto de la técnica mundial. Se espera que un total de 18 millones de personas visite la muestra hasta finales de septiembre, antes de su clausura.
Contra muchos pronósticos pesimistas, la Expo Aichi 2005 se ha convertido en paseo obligado de cientos de miles de familias japonesas que acuden bajo sol o lluvia, con ese estoicismo que es tan característico de este pueblo, a las 180 hectáreas de terreno donde 127 países y varias organizaciones internacionales (entre ellas la OCDE, La Cruz y la Media Luna Roja, y Naciones Unidas) exponen lo mejor de sí.
Los organizadores hubieron de escuchar el llamado que hiciera el primer ministro Junichiro Koizumi para que a los visitantes se les permitiera llevar su propia comida y bebida -se había prohibido al principio entrar con botellas plásticas de agua o refresco-, con lo cual se recargaba aún más el presupuesto de la familia japonesa. Una entrada individual de adulto por día alcanza ya los 40 dólares. Se quería evitar que la feria se convirtiera en un vertedero de botellas plásticas, pero la suspicacia y el sentido común apuntaban a que lo que en verdad se deseaba era tener a un público cautivo consumiendo al gusto y gana de los restauradores oficiales de la feria.
Chile no ha estado presente. Quizás hizo bien en no acudir, pese a que el Gobierno japonés extendiera en innumerables oportunidades y por los canales más altos su invitación a participar. El otro gran ausente latinoamericano ha sido Brasil.
Si uno juzga la presencia de Iberoamérica en la Expo, ésta no sale muy bien parada, salvo por el caso de México. El pabellón mexicano se atiene perfectamente al lema de la muestra: «La sabiduría de la Naturaleza» y, aun más, lo potencia, con el mensaje ecológico por antonomasia de los pueblos de raíz prehispánica. La muestra mexicana es una obra de arte que no hace alarde de nada, presenta con dignidad y sin exageración el uso ecológico de las materias básicas por parte de algunas etnias, valora su flora y fauna y presenta lo más granado y acabado de una cultura o civilización: su técnica y producción artística.
Los demás países de la región hacen lo que pueden con los mermados fondos de promoción de que disponen, aunque pocos consiguen escapar de la tentación de la promoción turística: el recurso fácil del «anímese a visitarnos». Resulta interesante y reconfortante que las naciones andinas que comparten el Amazonas hayan acudido en bloque: Bolivia, Ecuador, Perú y Venezuela. Asimismo, los países centroamericanos también están reunidos bajo un solo pabellón. Es un esfuerzo loable, más aun cuando la Naturaleza no conoce de fronteras ni signos políticos.
La muestra española tiene lecturas encontradas. La arquitectura del pabellón español es noble y destaca entre sus pares internacionales debido a que está revestido de coloridas cerámicas hexagonales que simulan la omnipresente celosía de sus templos sincréticos, lugares de culto en que la Historia fundió lo musulmán con lo judeocristiano. Además, el conjunto, obra del arquitecto Alejandro Zaera, es una muestra afortunada de la industria cerámica española.
La distribución interna es geométrica, pero la diferencia de tamaño de las tres piezas hexagonales empleadas en la configuración de la celosía y las esferas interiores, denominadas «capillas», consigue dotar al conjunto de cierto aire orgánico que otros pabellones no consiguen, quedándose anclados en la caja de zapatos del prefabricado o el new age acerado de la ciencia-ficción. Los contenidos son harina de otro costal y a veces el visitante se pregunta qué hacen allí los trofeos obtenidos en torneos de fútbol o las camisetas y cascos de sus mejores deportistas, salvo divertir. España tiene mucho más que ofrecer.
Y España tal vez ofrecerá lo mejor de sí en la Expo Internacional de Zaragoza, capital de Aragón, programada para el 2008. Es hora de replantearse este tipo de muestras con el fin de superar el modelo modernista que las parió, que ya se encuentra totalmente agotado. Aichi 2005 es claramente una muestra de transición, a medio camino entre el desarrollismo modernista un poco más reflexivo y autocrítico, pero que no ha escapado del todo del influjo del pelotazo capitalista, y la acogida de las voces de los propugnadores del desarrollo sostenible.
Uno de los directores del proyecto, Javier Arruga, de paso por Japón, explica que la Expo de Zaragoza se trata de algo más que de una muestra. «Será un verdadero foro de discusión y encuentro, donde se tratará un tema de máxima relevancia durante el presente siglo: la gestión del agua, su importancia tanto en el ámbito económico como en la planificación urbana». Este aragonés, absolutamente imbuído en el proyecto señala que «se trata de recoger y difundir ejemplos de buenas prácticas en la gestión del agua llevadas a cabo en todo el mundo, cuya participación está garantizada por las ayudas previstas».
Chile debería plantearse seriamente participar en Zaragoza, no sólo como expositor, que afortunadamente tiene interesantes experiencias que compartir con el mundo, sino como interlocutor del diálogo multilateral que sostendrán muchas naciones y organismos vinculados al conservacionismo y el desarrollo sostenible. De hecho, el proyecto de renovación urbana que emprenderá Zaragoza para la Expo, que tiene por protagonista el tratamiento de las aguas del río Ebro que atraviesan la ciudad y el desarrollo acorde de sus márgenes, donde incluso se crearán balnearios, presenta un modelo a seguir. A diferencia de Aichi 2005, la Expo de Zaragoza, parte con las tareas bien hechas mucho antes de poner la primera piedra de la obra.
Ojalá que Chile no desdeñe la invitación de Zaragoza y asista a una muestra ya no para vender vino, kiwi o destinos turísticos, que eso sabe hacerlo bien, sino a compartir con las gentes del mundo su experiencia en materias de conservación, siempre dispuesto a aprender del diálogo multilateral y a cambiar de rumbo para hacer frente a un siglo que pondrá a prueba su capacidad de adaptación y, como Aichi y las expos, su intención de desarrollarse con un modelo postmoderno en mente, focalizado en el ser humano, su ambiente y calidad de vida.
Arturo Escandón es periodista y profesor universitario. Autor de la monografía Censura y liberalismo en Chile a partir de 1990, Centro de Estudios Latinoamericanos, Universidad Nanzan. Reside en Osaka, Japón.
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