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Nos, ciudadanos en estado de orfandad e impotencia

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Pablo Salvat
Por : Pablo Salvat Profesor del Departamento Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Alberto Hurtado.
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A los ciudadanos de a pié, como usted o yo, con o sin trabajo (temporal o estable), los que dependemos de otros para vivir, a todos nosotros, el modelo económico actual y su pálida réplica “democrática”, nos notifica nuestra orfandad política y social.


Como para no creerlo estimado lector: los mismos que generaron la última gran crisis financiera del 2008 en USA, sí, ellos mismos,  pretenden hoy  erigirse en quienes la  resuelvan. ¿Y cómo pretenden hacerlo? Pues con  una receta ya conocida: que pague “Moya”, es decir, los ciudadanos de a pié, o el pueblo como se decía antes. Es cosa de ver los planes de gobiernos dichos socialdemócratas, en Grecia, España o Portugal: rebajas salariales, recortes en pensiones, flexibilización, entre otras cosas. ¿No se trataba, acaso,  para no repetir la misma situación,  de poder regular en interés del bien común el quehacer de bancos, aseguradoras,  multinacionales de las finanzas, y, al mismo tiempo,  poner límites a  la privatización de bienes públicos?

No pues, como se le ocurre. Sólo había que reeditar al parecer el gastado discurso neoliberalista con sus típicos fantasmas: del déficit, de la inflación, del excesivo gasto social, o del gran poder de los trabajadores.  ¿Para qué?. Pues para hacer recaer sobre el pueblo llano los costos de las malas decisiones o  de los riesgos mal entendidos que han tomado otros, en la cúspide del poder financiero.  Dicho de otra manera: nuevamente,  en plena democracia liberal, los ciudadanos  quedan a la deriva,  a merced de la economía. Es decir, huérfanos de comunidad política y de un ejercicio cabal de su soberanía. Son eventualmente desechables. Y no se diga que hay que resguardar el sistema  de todas formas porque ha sido muy exitoso.

[cita]A  los ciudadanos de a pié, como  usted o yo,  con o sin trabajo (temporal o estable),  los que dependemos de otros para vivir, a todos nosotros, el modelo económico actual y su pálida réplica “democrática”, nos notifica nuestra orfandad  política y social.[/cita]

Sólo algunas perlas, estimado lector: tenemos hoy unos 1.020 millones  de desnutridos crónicos en el planeta (FAO, 2009); unos 2000 mil millones no tienen acceso a medicamentos (www.fic.nih.gov); 18 millones de muertes al año debido a la pobreza, de los cuales, la mayoría niños menores de 5 años (OMS), entre otras perlas de la actualidad.  Fíjese que el 6,4% de aumento en la riqueza de los más ricos del planeta entre los años 1988 y 2002  sería suficiente para duplicar los ingresos del 70% de la población mundial, salvar cientos de  vidas,  y reducir  el sufrimiento y limitaciones de los más pobres. Obviamente, como usted puede imaginarse, eso es demasiado pedir para las actuales elites del neoliberalismo mundial; las que sí –por supuesto-    están muy consternadas por las consecuencias que para  millonarios y grandes empresas trae esta crisis. .  Pero, ¿y cómo andamos por acá, aparente Isla de la Fantasía ? Nuestro diario existir camina como sobre un desfiladero, equilibrándose para no caer en algunos de los abismos que nos amenazan: cesantía, mala salud, deudas impagas, inseguridad, stress,  depresión,  temor. ¿Cómo trata el Estado a sus miembros? Es cosa de dar un vistazo a lo que sucede con la salud pública; la educación pública (o lo que queda de ella), el ordenamiento urbano, o el mismo Transantiago: afrontamos la quinta alza consecutiva. Pero, ¿por qué debemos pagar los usuarios las deficiencias en el manejo privado-público del sistema?  A su vez, cómo nos tratan las grandes empresas y bancos privados?

¿Acaso muchas aseguradoras e inmobiliarias  no intentan mirar hacia el lado para dilatar o esquivar su responsabilidad en ayudar a paliar las consecuencias del terremoto de febrero pasado? ¿Qué  sucede en   el mundo de las Isapres y sus exigencias poco éticas? Y sin embargo, es algo sabido que, al mismo tiempo,  un reducido sector de la población concentra un enorme y desigual poder económico-financiero  y por tanto, acumula  a su favor una real libertad para tomar decisiones o influenciar  las acciones de los otros poderes.  Conforman una minoría privilegiada (ya la Casen del  2006 consignaba que menos del 20%  de la población recibe –o se apropia-, de  mas del 50% del PIB; mientras que el 20% más pobre, accede al 4,1% ).

A  los ciudadanos de a pié, como  usted o yo,  con o sin trabajo (temporal o estable),  los que dependemos de otros para vivir, a todos nosotros, el modelo económico actual y su pálida réplica “democrática”, nos notifica nuestra orfandad  política y social. Y, por ende,  nuestra impotencia cívica.  No tenemos quien nos represente; no hay quien sea “la voz de los sin voz”, como se decía antes.  Nadie se hace responsable por el dolor o el sufrimiento social que se genera. Todo lo cual ha precarizado  fuertemente nuestra existencia cotidiana. Los poderes existentes no garantizan nuestros derechos humanos; menos la seguridad colectiva. La enorme privatización  de lo público-común (salud, educación, pensiones; medios de comunicación,  el agua, la energía, y un largo etc) nos ha traído, en realidad, una libertad ficticia. Ficticia, porque se revela incapaz de articularse con cuotas crecientes de igualdad y fraternidad en la sociedad. ¿Y unas libertades que no pueden ser ni igualitarias ni solidarias,  qué son a final de cuentas?  Todo lo cual  lleva a decir a algunos que ya no vivimos en la sociedad civil, sino en un nuevo estado de naturaleza,  la sociedad civil  incivil. Quizá para darle una vuelta,  sí,  más allá del aturdimiento mediático  interesado, sea por el mundial  o por el último reality.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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