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El poder del nosotros: el cardumen

Cristián Villanueva Acevedo
Por : Cristián Villanueva Acevedo Egresado de Sociología UNAP
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El 2012, ha sido un año más de movilizaciones en todo el mundo. En Latinoamérica se sucedieron los movimientos Yo Soy 132 delos Estudiantes mexicanos; el movimiento estudiantil chileno continuó su lucha por una educación gratuita y de calidad; y el EZLN volvió a aparecer con una marcha silenciosa que se escuchó fuerte y clara, por nombrar algunos. Pero ¿en qué consiste esta configuración de ciudadanos, de estudiantes, de personas de a pie que hacen causa común con reivindicaciones sociales que parecen aisladas?

Para el mundo del blog, el tema de este año fue precisamente el poder del nosotros, pero ¿quienes son/somos nosotros?

Se deduce que nosotros, son aquellos que han dado un dinamismo con una eficacia sin precedentes a la forma de manifestarse socialmente gracias —en muy gran medida— a las facilidades de las tecnologías de la información y a la proliferación de redes sociales virtuales que permiten comunicarse como nunca antes en la historia. Las ventajas multimediales favorecen enormemente el flujo de ideas, convirtiendo los medios —digitales principalmente— en un arma que, bien utilizada, puede ocasionar irritaciones a los gobiernos del mundo globalizado.

¿Nosotros quienes? Nosotros, el 99%, decían las pancartas en el movimiento Occupy Wall Street en Nueva York, personas corrientes cansadas de las injusticias y las arbitrariedades de un sistema funcional a los intereses de los más poderosos y en desmedro de los más débiles; esos nosotros que fueron elegidos el año 2011 como personaje del año por la revista Time: los manifestantes.

Los movimientos sociales encarnan a la perfección ese poder del nosotros, que como un monstruo dormido, se yergue no para dar forma a un inexpugnable Leviatán hobbesiano sino para dar forma a un corpus igual de inmenso que hace frente a los colosos y desgastados estados nacionales, así como para ponerle embelecos al Juggernaut giddensiano. Esto es apreciable en sociedades con un alto nivel de desarrollo democrático, económico y científico-técnico, pero también claramente en países periféricos.

La sorpresiva primavera árabe ha sido el despertar más violento de esas masas descontentas que, a punta de balas, han luchado por lo que consideran justo, haciendo frente a dictaduras que parecían imbatibles, no solo por su larga data, sino por la crueldad de esos regímenes. De una manera u otra está surgiendo y conformándose una conciencia global facilitada por las redes virtuales transnacionales globales (consecutivamente reales) contextualizadas en una sociedad de la información.

A pesar de que el historial de movimientos sociales en Sudamérica es bien extenso (desde el movimiento de los sin tierra en Brasil, pasando por el movimiento por el agua en Bolivia) en Chile el reciente movimiento estudiantil y su germen, el movimiento pingüino del 2006, ha puesto a la ciudadanía en esa ola global y esperanzadora del despertar social. No obstante es necesario —para que dichos movimientos tengan un efecto real, duradero y significativo— converger con otras reivindicaciones que abogan por otros derechos y que una mirada somera las apreciaría como disímiles. Estas son las reivindicaciones de género e indígenas. Cada reivindicación de género e indígena sumaría un avance insoslayable para una sociedad, una modernidad efectivamente democrática y participativa.

A pesar de que en una modernidad inconclusa, los sujetos sociales en apariencia parecen estar disgregados y sin un corpus claro ni definido, es precisamente la desaparición del otro -el otro como sujeto de la sociedad moderna industrial y/o periférica- lo que propicia este corpus inaprehensible, siendo esta característica su mayor ventaja. Inaprehensible no tan solo para los agentes políticos y económicos, sino incluso para nosotros mismos.

¿Por qué? porque cada una de esas conciencias contiene el potencial de una nueva civilidad para hacer frente a las viejas formas de generar conocimientos y políticas excluyentes; conciencia global que propicia una nueva forma de hacer política verdaderamente integradora. Es precisamente esta crítica -que está disminuida por esa ilusión de modernidad que ahora confrontamos con el poder del nosotros– la que pretenden vitalizar los diferentes movimientos sociales, nacionales o transnacionales.

¿Cómo? la respuesta sugerida por los movimientos sociales es invertir las viejas formas de hacer política, conformar una sociedad verdaderamente justa desde abajo, a diferencia de las políticas elitistas y tecnócratas que han prevalecido hasta ahora.

El (noble) propósito transversal de todos estos movimientos sociales es hacer precisamente más democráticas las democracias nacionales a través de una organización subpolítica que se alimenta de una desobediencia creativa como fuerza compensadora de las políticas desde arriba. Los movimientos sociales componen un acto de afirmación de la sociedad civil (sub)políticamente creativo y legítimo a falta de visión de futuro de las elites tecnócratas

Una sociedad que se dice moderna, que pretende serlo mediante el aumento de índices puramente económicos, socava finalmente los fundamentos de su propia estructura (como hemos visto en las últimas crisis económicas globales). Frente a este escenario, los nuevos movimientos sociales empoderados tecnológica y comunicacionalmente ayudan a derribar el mito más arraigado en las sociedades modernas: el mito del Estado nacional (en algunos casos ayudados por las economías neoliberales) como única alternativa y garante del bienestar social y democrático.

(*) Texto publicado en El Quinto Poder.cl

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