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La soberbia chilena y el lamento boliviano

Si queremos ser serios, tenemos que comenzar a hablar de un fortalecimiento en nuestra estructura como República integrada a una región rica y cada vez más dinámica, capaz de enfrentar el desafío de los mercados locales, siendo capaz de impermeabilizarse ante las caídas externas en Asia, UE y Estados Unidos.


Treinta años tenía Evo cuando conoció el Mar. Y aunque era más importante su viaje a Europa como sindicalista cocalero, lo primero que recuerda de ese viaje, en 1989, es su parada en el Puerto de Ilo, donde sus lágrimas cayeron escasas sobre esa masa de agua gigante.

El “lamento boliviano” por salida al mar es histórico y popular, está fuera de las disputas transnacionales y las guerras perdidas por los gobiernos de turno. Late en los altiplánicos el deseo de tener contacto con un Pacífico que le abre las puertas al mundo, acabando con una mediterraneidad obligatoria, en un contexto latinoamericano tan distinto e incomparable al de Europa con Suiza.

Es tan profundo y desesperado, que las tasas de muerte por inmersión en las costas de Iquique al norte de Chile corresponden casi exclusivamente a ciudadanos bolivianos.

Este aspecto emotivo, ignorado ante la seriedad del asunto, puede no ser el argumento correcto para abrirnos a la posibilidad de dotar de un corredor marítimo, promesa realizada por dos dictadores sangrientos, Pinochet y Banzer, y nunca concretada por los gobiernos democráticos. Sí lo es la necesidad, sobre todo de Chile que se ha apartado de la región aislándose peligrosamente de sus vecinos, de integración estratégica, en términos de recursos naturales como los hidrocarburos, y la evidencia de encontrarnos fuera de una Latinoamérica cada vez más autónoma y con mercados que crecen independientes creando contrahegemonía regional.

La soberbia chilena ha sido tan poderosa que traemos desde África recursos como gas y carbón, cuestión cara y sucia, para continuar amparando una matriz energética que no es otra cosa que un negocio monopolizado que aumenta el número de termoeléctricas, convirtiendo a Chile en una Zona de Sacrificio.

[cita]Si queremos ser serios, tenemos que comenzar a hablar de un fortalecimiento en nuestra estructura como República integrada a una región rica y cada vez más dinámica, capaz de enfrentar el desafío de los mercados locales, siendo capaz de impermeabilizarse ante las caídas externas en Asia, UE y Estados Unidos.[/cita]

Sumado al tema energético, está que el 70% de la carga del puerto de Arica es boliviano, mientras que en Iquique es del 49%. Los beneficios comerciales de un puerto administrado por los Estados de Chile y Bolivia serían más que convenientes, más si consideramos la privatización de la que son presos los 57 puertos a lo largo de nuestros 4 mil kilómetros de costa.

Bolivia desde la nacionalización de sus recursos naturales, y lejos de ver a las empresas huir en estampida, crece a un 6,8%. Chile, en cambio, utiliza el biombo cordillerano e ideológico y se niega a mirar como un excelente ejemplo la política estatista de Evo Morales, ninguneándolo en el “gesto político” de no dialogar, prefiriendo que un tribunal extranjero dirima, gastando absurdas cantidades de dinero –20 millones de dólares costó la pérdida de mar con Perú–, sobre asuntos propios de una nación soberana. Algo impensado inclusive en el caso de Crimea-Ucrania-Rusia-UE. A nadie nunca se le ocurrió siquiera recurrir a La Haya, cuestión que debe parecer tan absurda como una mediación papal. Pero, pese a todo lo sabio y respetado por amplios sectores, Heraldo Muñoz, el canciller que con la Nueva Mayoría nos devolvería a la región, vuelve a mencionar al tribunal holandés para un futuro acuerdo sobre el tema marítimo.

Más que continuar dando argumentos a favor, debemos dar argumentos en contra de esta histórica y popular demanda marítima boliviana. ¿No caeremos también en el repudiable “factor emocional”’ sacando a colación cuestiones del orden de lo simbólico dramático, en donde el chovinismo encuentra espacio para liberarse a galope? Reconozcámoslo. A Chile no sólo le falta una política de Estado sobre integración, necesita con urgencia un cambio cultural.

Si queremos ser serios, tenemos que comenzar a hablar de un fortalecimiento en nuestra estructura como República integrada a una región rica y cada vez más dinámica, capaz de enfrentar el desafío de los mercados locales, siendo capaz de impermeabilizarse ante las caídas externas en Asia, UE y Estados Unidos.

Debemos vencer el provincianismo que construye relatos falsos para validar una vergonzosa arrogancia, basada en la falta de trato por una profunda desconfianza que no nos permite, tanto interna como externamente, construir una cultura de cooperación, que desarrolle a nuestros pueblos en virtud de sus necesidades y objetivos, y no los de una minoría que aprovecha la ignorancia patriotera para continuar el saqueo de nuestros recursos marinos y eterniza el sucio y caduco negocio energético.

Negar un corredor marítimo a Bolivia en estas condiciones, viene a ser tan grave como negarle un vaso de agua a un sediento, que, además, pagará el vaso de donde beberá y abrirá con su fuerza la llave de una fuente que revitalizará el entorno.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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