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Parlamentarios: menos dieta, más libertad Opinión

Parlamentarios: menos dieta, más libertad

Juan Guillermo Tejeda
Por : Juan Guillermo Tejeda Escritor, artista visual y Premio Nacional "Sello de excelencia en Diseño" (2013).
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Entonces Boric y Jackson, que aún resisten, aunque ya un poco opacados bajo el peso de un sistema invisible, incoloro e insípido, aunque muy clever, se rebelan y está bien, porque a uno le dan rabia las selfies que se toman esos guatones con sus trajes, uno de los cuales cuesta lo mismo que toda la ropa que tiene una familia de ingresos medios a la que dicen representar.


Boric y Jackson, que se ven cada día más rollizos en las fotos –será una ilusión óptica–, han patrocinado hasta ahora exitosamente un proyecto de ley para rebajarse ellos el sueldo, juntos con sus colegas parlamentarios.

Parece una gran iniciativa. No puede ser que los representantes de una gente chilena que en promedio cobra sueldos de 300 o 400 mil pesos ganen cuarenta veces eso. Veinte veces es suficiente. Se supone que legislan, saben cosas, se la juegan, etc., y además, para los envidiosos, que se presenten a las elecciones, ganen y se adjudiquen la dieta parlamentaria, no es fácil.

En realidad la normalización de la dieta asquerosamente inflada de los parlamentarios chilenos es un primer paso para el adecentamiento de la política. En los países neoliberales, que son los que tienen malls o cajeros automáticos, o sea, todos menos Corea y Cuba y alguno más, la democracia se ha ido convirtiendo en un hongo apolillado y sumiso, y es una vergüenza verlo.

La idea consiste en hacer un sistema binominal tipo Estados Unidos o Gran Bretaña (que tiene ahora a los liberales como bisagra), altos sueldos, trajes de tela fina para los y las parlamentarios y parlamentarias, autos oficiales, bencina coludida y todo tipo de trucos jaleosos para meterlos en el bote. Estos dos partidos o alianzas representan teóricamente al cien por ciento de los ciudadanos pero, en la realidad, a un cuarenta por ciento con suerte, y una vez elegidos representan a un dos por ciento con suerte, porque casi siempre vienen unos compadres de las grandes empresas y les hacen a los diputados o senadores un combo irresistible y la carne es débil, la vida es un supermercado, la ética es un mall, etc.

[cita]Parece una gran iniciativa. No puede ser que los representantes de una gente chilena que en promedio cobra sueldos de 300 o 400 mil pesos ganen cuarenta veces eso. Veinte veces es suficiente. Se supone que legislan, saben cosas, se la juegan, etc., y además, para los envidiosos, que se presenten a las elecciones, ganen y se adjudiquen la dieta parlamentaria, no es fácil.[/cita]

Entonces Boric y Jackson, que aún resisten, aunque ya un poco opacados bajo el peso de un sistema invisible, incoloro e insípido, aunque muy clever, se rebelan y está bien, porque a uno le dan rabia las selfies que se toman esos guatones con sus trajes, uno de los cuales cuesta lo mismo que toda la ropa que tiene una familia de ingresos medios a la que dicen representar.

Será delicioso además ver a esos seres tan extraños, los diputados y senadores, apretar el botoncito digital para bajarse los sueldos, es que somos tan resentidos, en general, los chilenos. Hay que atender, eso sí, al caso de Pepe Auth, que con sus varias señoras y muchos hijos no llega a fin de mes con los ocho millones. Es importante no estandarizar.

Además de esta disposición tan razonable –acercar su propio bolsillo al bolsillo de la gente a la cual representan o dicen representar (esa es la duda, to represent or not to represent)– los parlamentarios deberán votar una tontería escolar que pretende sancionar la asistencia justificada (¡con justificativo!) o no a las votaciones y sesiones. Yo lo encuentro una lesera, porque la función de un parlamentario es parlamentar, llegar a acuerdos, y a veces vale más hacerlo en el bar de la esquina para cerrar un trato, o en una caleta de pescadores para recoger el clamor del pueblo, que estar con el culo pegado a la poltrona todo el rato. Quién sabe. Lo más sano es dejarlo a criterio del representante, y si lo ha hecho bien, al final de su período los representados, si son ciudadanos informados, lo reelegirán.

En cada hogar cuesta que estén de acuerdo papá y mamá o mamá sola y niños o suegra o quienes haya. Imaginémonos la escala, poner de acuerdo a 16 millones es tarea ímproba, o sea, un milagro. De ese milagro se ocupa la democracia, por mucho que los resentidos de uñas negras estén siempre alegando que lo que se acordó es porque había coima y, lo que no, se debía a la natural belicosidad de la especie humana. Cándidos animalitos, acostumbrados a hacer clic y que haya electricidad y a salir de la casa y que haya una calle y unas farolas y una vereda y un paradero y una panadería y un supermercado y un mall y un aeropuerto con satélites que además de regular el tráfico aéreo nos espían por los celulares. La vida es dura. La democracia es un gran invento, pero depende de nosotros, de que nos la tomemos en serio. Cada democracia vale lo que valen los ciudadanos de aquel país.

Para hacer funcionar las cosas están esos seres en el Parlamento, no para ir a sesiones, porque los acuerdos dependen de tantas cosas diversas, y porque el equilibro de fuerzas en el planeta es siempre inestable y a veces pavoroso.

O sea, resumiendo: que Boric y Jackson no se dejen aplastar por la gris tonelada del Congreso, que se pongan sueldos decentes y no los más elevados de Sudamérica. Que dejen a cada parlamentario actuar como un emprendedor, no como un empleado. Y que no aleguemos viciosamente tanto, que alegar es agradable pero construir acuerdos y respetarlos es, en cambio, un trabajo modesto, arduo, muchas veces opaco, hay que decirlo, y sin embargo cargado de humanidad republicana.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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