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Grecia: ¿hay una alternativa al capitalismo? Opinión

Grecia: ¿hay una alternativa al capitalismo?

Pablo Torche
Por : Pablo Torche Escritor y consultor en políticas educacionales.
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Ojalá concurra en Grecia una mezcla virtuosa entre el pragmatismo, la real politik y, por qué no decirlo, la desesperación, con el objeto de que el nuevo gobierno sea capaz de construir una alternativa viable y fructífera a la crisis del sistema que la tiene hoy en la ruina. Lamentablemente, por ahora, las circunstancias sólo permiten presagiar más bien lo contrario.


En sus memorias de la Segunda Guerra Mundial, Churchill relata cómo, literalmente, se “repartieron” Europa con Stalin, aún antes de que acabara la guerra. Mientras los intérpretes traducían su propuesta respecto de las futuras zonas de influencia en Europa, el Primer Ministro inglés se apresuró a escribirla sobre un papel:

Rumania: Rusia 90%; los demás: 10%.

Grecia: Gran Bretaña (de acuerdo con EE.UU.): 90%; Rusia 10%.

Stalin asintió, y le pidió a Churchill que guardara el papel, una prueba de cómo el destino de millones puede depender de la decisión de unos pocos.

En verdad, el hecho de haber sido la cuna de la civilización occidental hace 2.400 años, le ha granjeado a este pequeño país con forma de mano muchos privilegios a lo largo de la historia. Las potencias europeas concurrieron en masa a su independencia frente al Imperio Otomano, a principios del siglo XIX, y en 1981 fue el undécimo país aceptado en la Comunidad Económica Europea (posteriormente Unión Europea), lo que virtualmente lo lanzó al (semi) desarrollo, en el lapso de pocos años. En la actualidad, aunque los vestigios de la antigua civilización estén más bien en ruinas, en medio de ciudades caóticas y llenas de esmog, la fascinación que todavía ejerce Grecia sin duda ha contribuido a agrandar la dadivosa ayuda económica que le ha prodigado Europa, a pesar de unas finanzas públicas desastrosas.

[cita] Parece más probable que el experimento griego, en vez de ofrecer una alternativa real al capitalismo, termine por consolidarlo aún más (un error que la izquierda comete a menudo). En efecto, no parece viable buscar una alternativa a la ortodoxia económica sobre la base de créditos de países que precisamente se fundan en esa ortodoxia. Por otro lado, la mantención de derechos sociales básicos debe provenir de un nuevo acuerdo social, que permita financiarlo, no simplemente de la declaración de intenciones. [/cita]

Ahora, sin embargo, después de dos rescates millonarios, este favoritismo parece haber llegado a su fin. Grecia debe más de 300 mil millones de euros, y los países e instituciones europeos se niegan a seguir prestándole recursos, a menos que el país aplique un plan muy estricto de “austeridad” fiscal. Y los griegos simplemente han dicho “No” a esta condición, en las últimas elecciones.

En efecto, después de años caóticos, en que un gobierno de coalición accedió a regañadientes a imponer las así llamadas políticas de “austeridad”, a costa de un enorme descontento social, finalmente ha resultado electo (con el 36% de los votos), el movimiento de izquierda Syriza, bajo la consigna de que sí es posible salir de la crisis sin necesidad de aplicar los draconianos planes de recorte fiscal que los acreedores europeos quieren imponer. Lo que propone Syriza, a través de su líder, Alexis Tsipras (de 40 años), y ahora de su llamativo ministro de Finanzas, Yanis Varoufakis, es la tan ansiada alternativa a la solución capitalista para la crisis que atraviesa el país. Según el nuevo gobierno, sí es posible un camino de desarrollo, sin reducir a ruinas el Estado de Bienestar.

No es de sorprender que el discurso de Syriza haga sentido a una población griega, cansada de la corrupción  y la ineficiencia de la clase política, y asfixiada con las medidas de austeridad que han hundido a muchos en la miseria. En efecto, la así llamada “austeridad” es, muchas veces, nada más que un eufemismo para la supresión de derechos básicos, el despido injustificado de miles de personas y el descenso a la miseria de otras tantas.

Por supuesto que hay corrupción, y también ineficiencia en Grecia, pero los que verdaderamente “pagan el pato” con la crisis no son los políticos u oligarcas que la causaron, o que han usufructuado de ella, sino los millones de griegos que ven degradada su forma de vida, simplemente a raíz de un manejo irresponsable de las finanzas, sobre las que no tienen ningún control. Es cierto que Grecia debe cuadrar sus finanzas, pero también es cierto que, hasta ahora, la “solución” propuesta ha sido a costa del empobrecimiento de miles de personas, profundizando aún más las diferencias entre unos y otros.

En este contexto, el triunfo de Syriza hace un poco más de dos semanas, adquiere enormes repercusiones políticas, e incluso culturales, en relación con la llamada “crisis del Estado del Bienestar”, que atestigua el mundo en las últimas décadas.

Por más que sea tentativo y arriesgado (por decir lo menos), Syriza no ha carecido de valor para llevar a la práctica su discurso a través de medidas concretas. En los pocos días que lleva en el poder, y aún sin tener claridad respecto de la renegociación de la deuda con Europa, ha confirmado el aumento del salario mínimo, la recontratación de miles de empleados fiscales injustamente despedidos, la ayuda alimentaria y electricidad gratuita para los más afectados, la prohibición a los bancos de hacer efectivas deudas hipotecarias de primeras viviendas, la asignación de bonos para jubilados, entre varias otras.

Si el proyecto de Syriza tiene éxito, se demostrará que existe una alternativa viable al capitalismo, una que ciertamente provee mayor justicia y dignidad social para todos. De esta forma, lo que muchas veces se tacha de mero populismo, se transformará en un camino de desarrollo concreto, y se demostrará que es posible lograr la reactivación económica, sin necesidad de recortar las garantías estatales básicas. Probablemente los griegos no se transformarán en un país rico (tampoco lo harán a través del plan de austeridad-miseria propuesto por Europa), pero al menos encontrarán una esperanza.

La otra posibilidad es más lúgubre. Si el proyecto de Syriza fracasa, el Estado griego sólo profundizará su situación de bancarrota, sin haber encontrado una solución sustentable para la población. La situación será, en efecto, más desesperada aún, como ampliar una deuda ya muy alta, sacando una nueva tarjeta de crédito a un interés más alto que el anterior (una metáfora de ese tipo usó Angela Merkel al referirse a la situación de Grecia).

Por otro lado, le cesación de pagos con Europa puede provocar pánico en el mercado (algo que ya está ocurriendo), y eventualmente la fuga de capitales, lo que obligaría a una intervención del sistema bancario para evitar la crisis. Además, una eventual salida de la Unión Europea y del euro, implicaría una devaluación instantánea de la moneda, a niveles impredecibles. Será la miseria de todas maneras, pero esta vez sin socios europeos y con menos expectativas de recuperación.

Desde mi punto de vista, lamentablemente lo segundo parece más probable que lo primero. A pesar de una relativa moderación de su discurso en las última fase previa a la elección, las promesas Syriza son demasiado radicales, y en la población griega hay demasiadas expectativas, como para retroceder ahora a medidas más moderadas o cosméticas. Si los griegos no lo aceptaron antes, menos lo aceptaran ahora que un movimiento político les ha prometido que otro camino es posible.

Por otro lado, Grecia depende totalmente del financiamiento extranjero, y parece cada vez más claro que éste no seguirá llegando. Los gobiernos e instituciones europeas se han mostrado hasta ahora extremadamente renuentes a seguir prestando dinero a Grecia, por un lado por razones de “doctrina” económica, pero también por motivos netamente políticos. Los gobiernos europeos tienen sus propios electorados a los cuales rendir cuentas, muchos de los cuales también han soportado dolorosas medidas de restricción económica. ¿Por qué habrían de aprobar ahora seguir prestándole plata a un país que obviamente está gastando más de lo que tiene y que se niega a aplicar restricciones?

En este contexto, parece más probable que el experimento griego, en vez de ofrecer una alternativa real al capitalismo, termine por consolidarlo aún más (un error que la izquierda comete a menudo). En efecto, no parece viable buscar una alternativa a la ortodoxia económica sobre la base de créditos de países que precisamente se fundan en esa ortodoxia. Por otro lado, la mantención de derechos sociales básicos debe provenir de un nuevo acuerdo social, que permita financiarlo, no simplemente de la declaración de intenciones. No se puede nada más prometer la mantención de los beneficios, sin un plan real de financiamiento. En este sentido, el discurso de Syriza tiene visos claros de populismo. Sin duda, es injusto eliminar beneficios sociales básicos, pero la denuncia de injusticia no va a producir los recursos de la nada, debe tener un correlato concreto, que explique de dónde van a salir esos recursos.

Más grave que lo anterior, las propuestas de Syriza parecen apuntar “en contra” del mercado, no inscribirse “dentro” de un sistema de mercado. No se va a lograr salir de una crisis económica haciendo a los mercados funcionar peor, sino por el contrario, volviéndolos más eficientes, pero ahora en beneficio de segmentos más amplios de la población. En este sentido, el Estado debería abocarse más bien a reorientar los mercados, permitir a más personas entrar en ellos, volverlos más productivos, y ojalá más equitativos, no a competir con ellos mediante la estatización.

Del mismo modo, es necesario asumir que el Estado griego simplemente es demasiado ineficiente, demasiado corrupto y demasiado grande. Esa es una realidad que hay que enfrenar, no negar con buenas intenciones. Resulta ilusorio buscar una alternativa a la crisis económica manteniendo un elefante o, peor aún, engordándolo. Para lograr mantener un Estado que garantice al menos derechos básicos, es necesario asumir, aunque sea doloroso, que algunos beneficios estatales tendrán que desaparecer o trasladarse de alguna forma al sector privado.

Por último, la propuesta de Syriza carece de un sustrato valórico de peso. Para poder gobernar, ha hecho una alianza dudosa con un partido de ultraderecha, con el cual sólo lo une su rechazo a las medidas de austeridad, pero no las soluciones. Esto le da una base “moral” extremadamente frágil para gobernar, que lo deja completamente a merced de los resultados. Asimismo, hay una apelación recurrente a la “solidaridad” europea (para que mantengan los créditos), pero no hay una llamada similar hacia la propia nación griega, con el propósito de imprimir en ella la realidad ineludible de que todos tendrán que hacer sacrificio. De nuevo, hay aquí rasgos claros de populismo. Por mucho que sea atractivo para su electorado, Grecia no va a salir de la desesperada situación en que se encuentra echándole la culpa a Alemania o al Banco Europeo. Resulta necesario también que se empodere su propia ciudadanía.

Ojalá concurra en Grecia una mezcla virtuosa entre el pragmatismo, la real politik y, por qué no decirlo, la desesperación, con el objeto de que el nuevo gobierno sea capaz de construir una alternativa viable y fructífera a la crisis del sistema que la tiene hoy en la ruina. Lamentablemente, por ahora, las circunstancias sólo permiten presagiar más bien lo contrario.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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