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La sombra de la escoba

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Cmo decía Víctor Hugo, “no hay nada más poderoso que una idea a la cual le ha llegado su tiempo”. Y ésa, en el Chile de hoy, es la de una escoba que barra con el duopolio político que ha generado la situación actual.


Leo en el último “Qué Pasa” una encuesta (COES 2014) bajo el título “Confianza en las Instituciones”, en que la más confiable es Carabineros, con 41% de menciones, seguida de las Fuerzas Armadas, con 36,5%. (Ayuda-memoria: en Chile hubo un gobierno de las Fuerzas Armadas y Carabineros entre 1973 y 1990). Las instituciones menos confiables, según la encuesta, son los Partidos Políticos, con 2,7%; el Congreso, con 8,6%, los Tribunales, con 11,9%, y el Gobierno, con 13,2%. Es decir, la base de la institucionalidad democrática, constituida por los Tres Poderes del Estado, es la que goza de menor prestigio entre la ciudadanía, si se exceptúa a los partidos políticos. Pero ésta no es una excepción, porque ellos controlan a su turno el Congreso, los Tribunales (esto requiere alguna demostración, pero ella es fácil) y el Ejecutivo (Gobierno). “Las instituciones funcionan”, pero la gente es de la opinión de que funcionan peor que todo lo demás.

¿Qué quiere decir esto? Quiere decir algo que se manifiesta periódicamente en Chile: el repudio a los políticos. La recurrente convicción generalizada de que en manos de ellos las cosas empeoran y nunca se van a arreglar. “In extremis”, han sido los mismos políticos los que han proclamado que el caos generado por ellos no puede ser remediado por ellos. Por ejemplo, la espontánea declaración de Eduardo Frei Montalva a la directiva de la SFF en 1973 (en la debidamente autentificada “Acta Rivera”): “Esto se arregla sólo con fusiles”. “Esto” lo había generado él, haciendo un mal gobierno de izquierda (“Revolución en Libertad”) y pavimentándole después el camino al marxismo-leninismo, lo que le valió el apodo internacional de “Kerensky chileno”.

Poco más de veinte años antes de eso, también a raíz del desgobierno de los políticos, el pueblo había llamado a un general, Carlos Ibáñez (que había sido depuesto en 1931 por ser “dictador”) y lo había elevado a la Presidencia de la República en brazos de una amplia mayoría, por sobre los candidatos de los partidos y enarbolando como un símbolo “la escoba”, para barrer con todos ellos.

Ronald Reagan, un estadista popular y sabio, decía que los países debían cambiar a todos sus políticos periódicamente, igual como se cambian los pañales de las guaguas, y por las mismas razones.

Hoy, otro gobierno socialista está volviendo a trastornar al país y ni siquiera es capaz ya de sostener sus lemas populistas contra “el lucro” y a favor de “la igualdad”, porque en el pináculo mismo de su poder se lucra desmedidamente y se genera la mayor desigualdad, todo en medio de un clima de creciente anarquía interna. Y la oposición de derecha, que podría ser una alternativa a los ojos del pueblo, como defensora de un sistema de libertades respetuoso de la ley y el orden, que le cambió la cara el país bajo el Gobierno Militar que lo instituyó, se ha hecho cómplice de la propaganda izquierdista para desprestigiar a este último y, peor aún, ha sido sorprendida en una vorágine de ilegalidades para financiar sus candidaturas que resulta indefendible a los ojos de la opinión pública.

Como era de esperarse, entonces, la sombra de la escoba se cierne otra vez sobre el país. Por el momento no hay un líder verosímil que la tome entre sus manos, como lo hiciera el general Ibáñez en 1952; ni se divisa la figura de un “caudillo enigmático” como el que añoraba Orlando Sáenz en 1973 (a raíz de lo cual algunos se burlaron de él… hasta que el caudillo apareció… y actuó).

Pero, como decía Víctor Hugo, “no hay nada más poderoso que una idea a la cual le ha llegado su tiempo”. Y ésa, en el Chile de hoy, es la de una escoba que barra con el duopolio político que ha generado la situación actual.

Sólo falta quien la tome entre sus manos, pues cuando lo haga contará con amplio apoyo popular.

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