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Todas las opciones sobre la mesa: los números de los escenarios catastróficos Opinión

Todas las opciones sobre la mesa: los números de los escenarios catastróficos

Iván Witker
Por : Iván Witker Facultad de Gobierno, Universidad Central
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Si nos remitimos a los deseos de actores claves, poco a poco se va instalando la idea de que la violencia aguda no estará ausente del desenlace venezolano. Dos son los escenarios catastróficos más probables, la intervención militar extranjera o una guerra civil. Ambos significan políticamente para el contexto sudamericano -y de manera literal- un cataclismo.

Por cierto. Aparte de la muerte de seres humanos y destrucción material, ocurre que en tales escenarios se arrasa con la tolerancia cívica impidiendo el normal ejercicio de la democracia, a la vez que se destruyen las confianzas individuales trabando el funcionamiento de la economía por largo rato. Y por añadidura es catastrófico para las estadísticas latinoamericanas en materia de seguridad y defensa. Esta es una región que se jacta de poseer uno de los niveles más bajos de violencia no criminal de todo el mundo, donde las guerras inter-estatales o civiles y las intervenciones militares externas son notoriamente más bajas que en Asia y Africa.

Sin embargo, la imposibilidad de romper por medios pacíficos la impasse que se observa, invita a reflexionar sobre las consecuencias de lo que pareciera estar configurándose. El Secretario General de la OEA, Luis Almagro lo dejó entrever hace unos días cuando se interrogó si a las futuras acciones de Maduro se seguirían respondiendo con simples declaraciones. Por su lado, el cura venezolano en el exilio, José Palmar, sostiene que tras un ataque aéreo, con tal sólo un F16, se produciría una desbandada generalizada y no habría resistencia, salvo de lo que él calcula son 78 mil cubanos. De ellos, asegura, la mitad serían militares, pero cuyo involucramiento estará sujeto a la visión que de los acontecimientos vaya teniendo la dirigencia cubana.   

Ante tales presentimientos, parece interesante ver las eventualidades más catastróficas desde la perspectiva de los números y su temporalidad.

Vamos a lo primero, una intervención extranjera. Entre militares se suele decir que los ataques de precisión desde el mar y el aire no son suficientes para alcanzar la victoria y que la operación terrestre es insustituible. Puestas así las cosas, para un cambio de régimen se necesita producir un quiebre de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) o derrotarlas. Estas se componen de unos 120 mil efectivos, con deficiente adiestramiento pese a su estado de “despliegue permanente” y a algún material blindado de origen chino con relativo poder de fuego. A ellos deben añadirse unos 120 mil miembros de la Guardia Nacional Bolivariana sin mayor equipamiento y sobre cuyo liderazgo pesan graves acusaciones de corrupción. También deben agregarse otros 100 mil integrantes de los colectivos, dotados de armamento ligero. Especialistas coinciden en que la única fuente de alto poder militar madurista radica en los 23 caza multipropósito Sukhoi30MK2, comprados a Rusia. Por su maniobrabilidad y capacidad demostrada en combate, representan un peligro real para la opción de intervenir militarmente. Cabe señalar además que Maduro adquirió otros 12 cazas, a ser entregados próximamente, los cuales, al valor de US$ 40 millones por unidad, pueden ayudar a explicar la postura rusa en el embrollo venezolano.

Luego, conviene recordar que los llamados ataques de precisión ejecutados en Libia (2011), Irak (2003) y Yugoslavia (1999) no fueron para nada precisos; de hecho tres misiles alcanzaron “por error” la embajada china en Belgrado en mayo de 1999. Además, casi por regla, causan miles de muertos inocentes y rara vez han alcanzado el efecto deseado, siendo necesario –también casi por regla- ocupar el país. Una de las excepciones es el caso de Libia que fue abandonada militarmente a los pocos meses, sumida en un caos indescriptible. Tal cuadro de evidencias indican que habrá resistencias en la opinión pública estadounidense y latinoamericana (por motivos diferentes) a una intervención militar.

De ahí entonces que las dudas acerca de esta opción sean más bien de índole política. ¿Qué hacer con este país una vez bombardeados sus puntos neurálgicos, es decir el palacio presidencial de Miraflores, el fuerte Tiuna, la base aérea de Maracay y cierta infraestructura crítica física?. No se divisan respuestas.

Y si vemos la temporalidad de una intervención militar, la experiencia indica que -independientemente si tienen o no aval de la ONU- suelen durar años con resultado cuestionable. Una intervención multilateral avalada por la ONU, como en Haití, concluyó tras 13 años dejando al país sin mejoras visibles. En Libia e Irak, al ser sacado el hombre fuerte, las sociedades implosionaron y transformaron su país en estado fallido. Irak roza los 40 millones de habitantes y Libia 7 millones, ¿qué factor existiría para que los 33 millones de venezolanos no sufran las mismas calamidades?.  

Un segundo escenario catastrófico es la guerra civil.  Aquí entran en juego inevitablemente tanto las características del quiebre de las FFAA como la reacción de los colectivos maduristas. La presencia de bandas de crimen organizado que pululan por todo el territorio venezolano, refuerza la idea de una guerra civil con varios frentes simultáneos. Su resultado sería un escenario –ciertamente catastrófico- más parecido al de Siria. Sub-producto, un drama migratorio de dimensiones nunca antes vistas en la región.

En síntesis, aunque desde la perspectiva del ejercicio democrático, el régimen chavista-madurista se ha mostrado como un sainete de las otrora populares economías centralmente planificadas, su destino ha dejado de depender de su arte de gobernar. Está sujeto a las imposiciones de las realidades geopolíticas.

Pese a todo esto, la posibilidad de una intervención militar externa o de una guerra civil, ya están sobre la mesa, aunque a juzgar por los números y la temporalidad, la llamada “etapa post-conflicto”, en ambos casos tendrá consecuencias imprevisibles.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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