Publicidad
La justicia, la distancia Opinión

La justicia, la distancia

Publicidad
Jonatan Valenzuela
Por : Jonatan Valenzuela Abogado y Académico U. de Chile
Ver Más


Respira profundo y toma su teléfono. En la pantalla abre un programa de mensajería y escribe. Ha pensado por varias horas en las palabras que usará para decirle a su madre que no quisiera pasar este fin de semana con ella. Al final, se decide por una explicación un poco aséptica y un poco técnica: la pandemia, el tiempo disponible. Enciende un cigarro pensando en cómo será el verano.

Una vez presionó “enviar” sintió un leve vértigo. Siempre siente algo extraño y rápido cuando envía un mensaje o un correo electrónico. Es la sensación de perder a sus propias palabras lanzadas al vacío. Una vez enviadas, se vuelven colectivas, están en la red y la red son sus palabras y las de todos.

También sintió alivio de poder enviar ese mensaje sin tener que hablar con su madre. Pensó en lo incómodo que hubiese sido verla, escrutar su reacción, cambiar quizá las palabras que había elegido para explicar a último momento. Le pareció tanto más fácil decidir no ver a su madre y decírselo a través de un WhatsApp. Incluso pensó que el dolor que su madre le expresaba en vivo ahora era sólo una especulación suya, imaginación pura. O quizá el recuerdo de otros sentimientos gatillados por escenas del pasado que significan algo aún.

Se paralizó por un segundo. Tiene audiencia de revisión de cautelares en unos minutos conforme le avisa su calendario. Trabaja como juez de garantía.

Recuerda cuando hace algunos años, empezó la “reforma procesal chilena”. Ahí se decían muchas cosas buenas sobre un sistema de justicia oral, transparente e inmediato. Todos querían ser jueces nuevos, nuevas formas, rapidez. Era como Chile mismo en los noventa: todo promesas, todo retorno. La justicia penal emprendió el viaje más significativo de todas las instituciones judiciales, el antiguo sistema inquisitivo se fue para no volver.

Pensó que la cantinela tan atractiva yace derrumbada a sus pies. Se conecta a una audiencia tras otra en su casa a través de su computador. Le cuesta siempre unos segundos reconocer quien es el defensor, quien es el fiscal y quien es el imputado. Ya no tiene una mesa a la izquierda otra a la derecha. A veces el zoom distribuye a los intervinientes de un modo parecido, pero al parecer es el azar.

Por un segundo en su cabeza vuelven preguntas sobre lo que se ha perdido por la pandemia y esta justicia con audiencias en línea. Él se ha divorciado hacia el final del invierno y en parte ve a su hijo por zoom, como en una audiencia.

Había un olor a la calle Rondizzoni y al cemento del centro de justicia de Santiago. Un olor a los abogados esperando por entrar a la sala de audiencias. Un olor de esa sala, un olor del micrófono y de los funcionarios de gendarmería que traen al imputado. El olor, piensa, no es una razón seria para sostener que algo ha cambiado, pero también había un olor a tierra mojada del patio de su colegio y un olor a las fiestas adolescentes y un olor a los primeros besos con la novia escolar.

Empieza la audiencia y tiene que decidir si el imputado irá en prisión preventiva o no. No hay parientes en el fondo con los ojos vidriosos. Tampoco escucha al imputado ni su respiración y no ve con claridad en esas cajitas negras de la pantalla si está mirando al infinito o le mira directo a los ojos esperando alguna clase de piedad.

Hay algo que se parece al mensaje que le ha enviado a su madre hace un rato. Ahora redactará una resolución que es en parte aséptica y en parte técnica. Siente alivio. El nervio que le hacía a veces mirar un punto fijo de la sala de audiencias mientras dictaba la resolución ahora parece diluido o estar dentro de su casa.

Por un lado, piensa, no es algo malo que la decisión carezca de toda esa dimensión emotiva. Recuerda que incluso existen propuestas académicas de concebir a la actividad jurisdiccional como una actividad “sin empatía”. Así la justicia estaría concentrada justamente en la plausibilidad de las narraciones presentadas por las partes y en la interpretación de las normas.

Pero, no recuerda esta sensación. Así como le ha parecido más fácil decirle que no a su madre parece que es también más fácil decidir el destino de una persona que se ve en una pantalla. Una persona que no está inserta en el olor de la sala de audiencias de los abogados ni de la ciudad. ¿En qué medida el imputado es real? ¿en qué medida el dolor de su madre por su falta de visitas es en realidad un recuerdo y nada más?

Termina la audiencia. No ve a los gendarmes trasladar al imputado por el pasillo camino de la privación de libertad. Tiene algunos minutos antes de la próxima audiencia y luego verá a su hijo en la misma pantalla. Enciende otro cigarro en el balcón mirando la extensión de los techos de Santiago. Ve en su celular que su madre ha escrito “ok”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias