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Fracaso de una Convención: de duelos y esperanzas Opinión

Fracaso de una Convención: de duelos y esperanzas

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Se acerca el término del proceso constituyente. Aunque el estado actual de su borrador permite sacar conclusiones anticipadas, resulta entendible que muchos chilenos quieran esperar el texto definitivo para tomar una decisión de cara al plebiscito de salida. Desde que una amplia mayoría de chilenos apoyó iniciar la elaboración de una nueva Constitución, la Convención Constitucional ha ido perdiendo legitimidad, y se dibuja en el horizonte como una gran “farra” histórica, que cada día que pasa genera más desconfianza en la ciudadanía y desilusiona a más sectores de la sociedad. Ello nos preocupa.

Pronta a concluir su encargo, se creyó que esta instancia era un buen camino y por eso muchos chilenos votaron confiados en el proceso. Pero hoy la realidad nos indica que la Convención no está respondiendo al mandato constitucional que la ciudadanía le otorgó: hacer una nueva Constitución para todos los chilenos. Pero no una cualquiera, sino que una buena Constitución.

En ese sentido, al observar el trabajo pareciera que muchos constituyentes, imbuidos en un ego refundacional y adanista, olvidaron que su primer mandato, no era solo tener un texto, por cierto aceptable, sino que, por el contrario, su encargo más profundo, de manos de la ciudadanía tenía que ver con generar un texto constitucional que generara unidad, adhesión y que superara los fantasmas y divisiones del pasado. Hoy Chile es un país más dividido y claramente, gane la opción que gane, la unidad y el respeto a un pacto social no será aquello que distinga a este texto.

No es un misterio que los suscritos tomamos caminos distintos en el plebiscito de entrada, uno aprobó con entusiasmo, el otro rechazó con escepticismo sobre el proceso. Ambos defendimos nuestras convicciones profundas, que son las de muchos chilenos, pero como demócratas que somos respetamos las reglas del juego. Asumimos y aceptamos el resultado del plebiscito y respetamos la decisión mayoritaria de redactar una nueva Constitución. También participamos en el proceso, sea como candidato en un caso, como asesor en otro. Incluso como impulsores populares de iniciativas.

Por eso no aceptamos el resultado que saldrá de la Convención. No somos críticos de una nueva Constitución, sino que de su actual redacción. Y estamos convencidos que una nueva y buena Constitución es aún posible.

Las altas expectativas que se cifraron en torno a este proceso, llevaron a que una mayoría de ciudadanos que votó Apruebo en el 2020 hayan puesto todas sus esperanzas en que una nueva Constitución nos uniría como chilenos. Desgraciadamente, por razones por todos conocidas, ese no ha sido el caso. Vemos un texto constitucional que genera más divisiones y polarización (57% Pulso Ciudadano-UDD). En ese contexto, resulta del todo comprensible que, hoy, muchos se sientan decepcionados y frustrados con el resultado del proceso, dando cabida a la desesperanza y dolor. En cierto modo hay un proceso de duelo respecto del trabajo constituyente.

Pero no es el único duelo. Para quienes fueron defensores de la Constitución de 1980 o 2005 y del enorme progreso que dicho texto trajo consigo para los chilenos, generando uno de los periodos más virtuosos de la historia del país, el devenir del proceso constituyente también ha generado desesperanza y frustración. Observar el ocaso del texto constitucional ha sido doloroso para un número no menor de compatriotas. Se asume lentamente, en estos sectores, que la Constitución vigente feneció y para siempre.

Al final del duelo, también hay esperanza. El deseo y búsqueda de una buena Constitución no puede quedar sepultada por un SÍ o un NO. En este sentido, el plebiscito de salida no puede situarse desde la lógica del SÍ o del No a una nueva Constitución, sino que como una invitación al Ejecutivo y al Congreso para que recojan el guante de los ciudadanos.

No fuimos los chilenos los que nos equivocamos con el proceso, sino que los que fallaron en su tarea fueron muchos convencionales –sobre todo aquellos que llevaban años estudiando estos temas y se impusieron en una lógica populista desenfrenada–. Un eventual triunfo del Rechazo podría entenderse como una nueva etapa, que permite mantener viva la esperanza de una buena Constitución. Aun cuando no está claro a estas alturas cuál es la mejor instancia para concluir el proceso, recientes encuestas plantean diversas opciones, siendo por ahora una comisión de expertos constitucionales la que concita mayor apoyo (59% Pulso Ciudadano-UDD).

En este nuevo camino de esperanza, nadie sobra. Hay cabida para todos los chilenos demócratas y que creen en la República que todos hemos construido, más allá de los tradicionales ejes de izquierda y derecha, que nos permita generar un amplio movimiento abierto a una nueva Constitución.

A diferencia de algunos que defienden la vieja teoría de “nosotros o el caos” –síntoma inequívoco de derrotas históricas previas, las más profundas, esas que incluso no se explican por la razón–, ambas opciones son válidas y democráticas, y trascienden más allá de los ejes clásicos. Ya no se trata de “Pinochet o nosotros”, se trata del país del futuro, de uno sólido construido sobre la base del desarrollo, la innovación, la creatividad y por sobre todo el respeto a las libertades públicas y políticas de los chilenos.

Proponer una salida, más allá del simple rechazo, es una opción que no puede ser vista como un obstáculo al proceso, es más debe ser una invitación de los actores políticos a recoger lo mejor de cada proceso y la tradición constitucional, para tener esperanza en el futuro, para no frustrar aquello que no podemos desperdiciar, una Constitución que cuente con el respeto de todos, incluso de aquellos que vemos la vida desde diferentes posturas, como quienes suscribimos esta columna.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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