
Padres maternos
En la consulta, en un trabajo a veces solitario, me pregunto ¿cuál es la gran deuda del psicoanálisis?
Las profundas mutaciones de la pareja y de la familia en estos tiempos confusos (menos hijos, cada vez más divorcios, uniones inestables y relaciones atípicas) son a menudo evocadas por psicólogos y psicoanalistas. Sin embargo, un fenómeno asociado -simple, común, bien visible a casi todos- que es, al menos a primera vista, tierno y reconfortante; es el de los nuevos padres.
Hombres que hoy son capaces de girar hábilmente con sus manos al bebe al momento de nacer para luego cambiarlos, dispuestos a alternarse con la madre para darles la mamadera y estar atentos por si el pequeño se despierta por la noche. Padres sensibles y gentiles, que muestran ocuparse de gran parte de las funciones de la crianza con gran naturalidad, sin ninguna ostentación ideológica. Padres que saben manejar las funciones de maternage
(relación emocional entre una madre y su hijo expresada a través de la crianza y la educación) con gran afabilidad, contrariamente a lo que sucedía en las generaciones pasadas. Y sobre todo, sin la confusión emotiva que caracterizaba al padre de otros tiempos: incómodo solo por tener en brazos al niño/a y capaz de comunicarse con los hijos únicamente después que estos hubieran aprendido a hacer deportes u otra actividad.
Estos son los nuevos padres, los “padres maternos”. Pero, ¿serán capaces de encarnar la eterna fantasía del padre tierno y protector, sin sacrificar la imagen de fuerza y autoridad que siempre los ha caracterizado?
Estas palabras pretenden dar un testimonio de lo mucho que importa el tema de la presencia activa de los hombres en el cuidado de los hijos desde el nacimiento. Estos llamados “padres maternos” se han constituido como un fenómeno importante y en continua expansión.
El fenómeno ha sido rápidamente registrado en un ámbito sociológico e inmediatamente recogido en el ámbito mediático con tonos en general irónicos y denigratorios, que definen
como “mami” a los hombre que prestan la más mínima dedicación al cuidado de los hijos pequeños. Pero más allá de los aspectos sociológicos, nos corresponde a los psicoanalistas, tratar de comprender el sentido de las transformaciones de las familias, tanto en su variable horizontal, de pareja, como vertical, entre las generaciones, marcadas por procesos conscientes e inconscientes de identificaciones y diferenciaciones. Más aún, porque vivimos en una época de grandes cambios, que rediseña no solo las funciones materna y paterna, sino también los criterios mismos de la identidad de género.
Es un tiempo en el cual se configuran las nuevas parentalidades de los hombres de hoy, de las uniones homosexuales, de las fecundaciones y embarazos multiformes gracias a las biotecnologías en permanente mutación. Me parece importante entender si realmente estos padres maternos son fruto de la modernidad, y de la actitud psíquica interior de estos hombres jóvenes, que están teniendo un efecto positivo sobre el proceso de desarrollo psicológico de la niñez en el juego de las identificaciones primarias, al estar disfrutando de cuidados precoces por parte de un hombre en lugar de una mujer, como era costumbre y sigue siendo la tradición.
Una revolución de costumbres apenas iniciada que se agita más en el plano de los derechos que de la comprensión de los procesos identitarios que la provocan y que derivan de ellos. Mientras, de trasfondo hay un tormentoso terreno que no termina nunca de debatir entre lo masculino y lo femenino, pero reivindicando ideológicamente un número potencialmente infinito de variaciones que vuelven una y otra vez a discutir cada parámetro sexual y relacional, sin renunciar a priori al proyecto de tener y criar hijos.
El fenómeno de los padres maternos y de las nuevas parentalidades, no es un fenómeno generalizado, pero sí está vinculado a mi interés por el proceso de desarrollo tanto femenino y masculino, de las vicisitudes de las relaciones amorosas y sexuales de pareja y del entrecruzamiento entre biología y cultura, que me hacen estar convencido de que el psicoanálisis no puede y no quiere ser normativo, y que no es su tarea indicar cómo deben ser los hombres y las mujeres, ni tampoco los padres y los hijos, para adecuarse a un supuesto criterio de normalidad.
Queda, sin embargo, como labor ineludible intentar comprender, más allá de los variados aspectos fenomenológicos, qué es lo que permite para un individuo singular asumir el cuidado psíquico y físico de un niño o de una niña recién nacida, preguntarse con qué dotación identitaria cada persona llega a ese momento, con qué juegos de alianzas y de convivencia, y qué mecanismos de defensa se activarán después en la pareja parental y, por último cuál entretejido de identificaciones y desidentificaciones se está configurando en las nuevas generaciones.
Desde una perspectiva histórica no se puede decir que el psicoanálisis no haya dado relieve al tema de la figura paterna, todo lo contrario. Sigmund Freud y sus seguidores de primera generación han visto en el padre aquello que promueve el conflicto y el crecimiento. Punto de apoyo el tan conflictivo “complejo edípico” masculino y femenino y considerado el depositario de la palabra y la ley.
En la consulta, en un trabajo a veces solitario, me pregunto ¿cuál es la gran deuda del psicoanálisis?, y es justamente el ser llamado para intervenir solo sobre los daños ya presentes, en vez de ofrecer instrumentos para el devenir de las vicisitudes humanas, buscando en la sociedad interlocutores en vez de futuro pacientes.
En conclusión, lo que cuenta es que hoy los padres encuentran en la relación con los hijos/as no solo la ejecución de un deber, sino también la profunda satisfacción de una necesidad de intimidad, contacto físico, ternura sin conflicto. El psicoanálisis, que de hecho conoce las insidias de las idealizaciones, no auspicia un madre perfecta sino una madre “suficientemente buena”. La perfección es una desgracia que pesa sobre los hijos como una hipoteca eterna, una deuda inextinguible. También del “padre materno” debemos esperar que no sea perfecto sino “suficientemente bueno”, capaz de encontrar un equilibrio entre sus necesidades y la de los hijos. Por esta razón, es útil distinguir a los padres que desarrollan las funciones de la atención temprana de los hijos junto a la madre, sin usurpar su rol, pero que no dejan de desarrollar otras funciones adecuadas a las exigencias del crecimiento, de la maduración, de la construcción del sentido del límite.
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