No todo está perdido. El sector agrícola y alimentario de América Latina tiene el potencial para unir y crear el germen de la integración regional.
Hace un par de semanas, recibí un artículo publicado en un medio de Buenos Aires, cuyo título daba a entender que China “dominaba” los flujos de comercio en América Latina. Este título atrajo mi atención y decidí realizar mi propio examen del intercambio comercial de Latinoamérica para, luego, comparar notas con el artículo que recibí. Adelanto que decidí centrarme en el comercio de los países de Sudamérica, ya que sigo creyendo que la “fortuna” de las economías de México y de Centroamérica sigue estando “ligada” a los intereses económicos de los Estados Unidos.
Las cifras entregadas por las Naciones Unidas (Base de Datos ITC) confirman la importante y creciente influencia de China sobre Latinoamérica. Debo admitir que estas cifras no han dejado de sorprenderme, incluyendo las de México, que terminé examinando. En resumen, China es hoy el factor principal detrás de la actual dinámica del comercio de nuestra región. Destaco China y no la “economía de China”.
Sabemos que China es una nación de economía planificada, férreamente controlada por un partido único, con su propia visión del mundo y de cómo “ordenar” la geopolítica global, y cómo alcanzar tales objetivos. ¿No fue esto refrendado en el XX Congreso del Partido en 2022? (“XX Congreso Nacional del PCCh”, XINHUANET.com, 2024). No hay mayor sorpresa en esto. Es lo que todos los países con aspiraciones de “potencia mundial” deben hacer y, por ello, la creciente influencia de China en el comercio de América Latina no es accidental.
Tampoco es el resultado de la mayor demanda de su economía. Ciertamente lo último cuenta, pero –más importante– también existen motivaciones e intereses geopolíticos de por medio. ¿No es por ello que la Segunda Ruta de la Seda nace y se expande desde otras regiones del mundo y suma adherentes en América Latina? (“Conexión a China – La Nueva Ruta de la Seda, una oportunidad para Chile”, DF, 31 de octubre, 2023; “La Ruta de la Seda y su Extensión a América Latina”, Asociación de Diplomáticos escritores, abril 15, 2024). ¿Tenemos claro el “embrollo”? Espero.
Lamentablemente, todo ello trae aparejados varios efectos e impactos negativos. Hoy, alimentamos la enorme voracidad de China por minerales, metales y alimentos, a cambio de –principalmente– bienes de consumo de bajo precio –a veces, de dudosa calidad– que ayudan a satisfacer necesidades diversas, sin que se dispare la inflación. Pero esta actitud cortoplacista está, literalmente, llevando a la eliminación de la industria de manufacturas en parte importante de Sudamérica, industria que ha sido la base de la industrialización en los países de la región, haciendo que este “sueño” se aleje cada vez más. Más importante, lleva a una creciente dependencia económica y política del gigante asiático, sin nada sustantivo a cambio.
De hecho, estamos cambiando “una dependencia” por “otra”. No olvidemos que el creciente rol comercial de China en Latinoamérica va de la mano del aumento de las inversiones en grandes proyectos de transporte, comunicaciones y energía, y muchas veces en infraestructura crítica, como la portuaria en Perú (Chancay) o en la producción de alimentos (“Inversiones chinas en Chile”, Biblioteca del Congreso, abril 2024; “Tracking China’s Control of Overseas Ports”, Council on Foreign Relations, agosto 26, 2024; “China’s presence in Latin America has expanded dramatically”, The Economist, 4 de julio, 2024).
Hoy, China ha desplazado a Estados Unidos, la Unión Europea y a los países de ALADI como el principal mercado de Sudamérica y durante el período de 2020-2023, en promedio, recibió exportaciones de los países de nuestra región por más de 156.178 millones de dólares, cifra que representa más de un cuarto de las exportaciones de Sudamérica al mundo. Y estas exportaciones no son manufacturas ni productos de alto valor agregado: más del 90% son, de hecho, minerales (principalmente, de cobre y de hierro), metales (en especial, cobre), y litio, así como alimentos del mar y productos agrícolas, como carnes y, especialmente, oleaginosas y sus productos.
En 2023, las compras chinas de estas últimas alcanzaron un récord de cerca de 43.000 millones de dólares. Así, en las dos últimas décadas, China ha incrementado su participación en las exportaciones de Sudamérica al mundo, de solo 5% a 25%, al mismo tiempo que cae la participación de EE.UU., UE y ALADI de 22%, 20% y 26%, a solo 13%, 14%, y 19%, respectivamente. Este mercado es, como en el dicho, la dulce “zanahoria”.
No obstante, la apertura del mercado chino y el desvío de comercio, también tienen su contraparte en el incremento de las importaciones desde China que, en las dos últimas décadas, aumentaron de solo 6.844 millones de dólares (5% de las importaciones de Sudamérica) a un promedio de 124.780 millones de dólares, que representan cerca del 23% de las importaciones del período de 2020-2023.
Los países con la participación más elevada de las importaciones son todos aquellos sobre el océano Pacífico. Con la excepción de Ecuador (que alcanza al 22%), estos países superan el promedio regional (Colombia, 24%; Chile, 25%; y Perú, 27%). Es cierto, China tiene “mejor llegada” a las naciones del Pacífico, acceso a sus puertos y ahora, también, tiene interés en el Corredor Bioceánico y la costa Atlántica de nuestra región.
¿Son, acaso, las redes de logística? ¿Los puertos del Atlántico? ¿O el Mercosur? Sea lo que sea, pero a China claramente le interesa y busca mayor acceso a la costa atlántica de América Latina (“El tren bioceánico, uno de los ejes de los acuerdos entre China-Perú”, El País, 22 de mayo, 2015).
Las empresas chinas –“empresas estatales” y las “otras”– esperan hacer buenos negocios en nuestra región, pero el “abordaje” de América Latina, creo, va bastante más allá de los “buenos negocios”. Ah, y también México. Aun cuando las exportaciones de este último todavía están dirigidas en su gran mayoría a EE.UU. (79%), China ya ha logrado alcanzar un contundente 19% del mercado importador mexicano. ¡No está mal en el traspatio estadounidense!
Los grandes perdedores ante el impetuoso ingreso de China a Latinoamérica han sido, sin duda, países de la Unión Europea y de ALADI, que han visto caer su participación en las importaciones totales realizadas por Sudamérica desde 19% y 30%, a alrededor de solo 14% y 21%, respectivamente. A su vez, EE.UU. sufre solo una merma menor en su participación, que cae de 20% a 19%.
Sin embargo, lo más importante es que el ingreso de manufacturas baratas de fabricación china ha perjudicado seriamente la industria de la región, que encuentra dificultades para competir y ha visto caer su participación de mercado en casi un tercio, durante las dos últimas décadas.
A nivel regional, las importaciones desde China se concentran en equipos y artículos de telefonía celular, semiconductores y pantallas de TV (23%); equipos de computación y artefactos y equipos eléctricos (15%), así como vehículos motorizados y motocicletas (8%). Si agregamos muebles, plásticos y sus productos, juguetes, equipos fotográficos, y textiles, así como loza y calzado, la participación de estos productos alcanza a dos tercios del total de las importaciones desde China. Y, no olvidemos que varios de estos productos han sido, y pueden ser, fabricados en nuestra región.
Pero todo esto es solo una rápida mirada a la encrucijada en que nos encontramos. ¿Y qué podremos hacer al respecto? En este momento, parecería que “nadie” está en condiciones de hacer mucho, o está interesado en intentarlo: los gobiernos de América Latina simplemente “no están dando el ancho” con sus políticas comerciales o, peor aún, el “espejismo” de Asia los enceguece, pero insisten en seguir el mismo camino, mientras los proyectos de integración siguen en el “limbo”.
Al parecer, tampoco podremos salir de la mano de nuestros “aliados” históricos tradicionales, ya que las potencias occidentales tienen sus prioridades en otras regiones del globo. A lo mejor, nunca estuvieron en América Latina.
Europa tiene “las manos llenas” con temas varios de política doméstica y conflictos internacionales junto a su frontera oriental. Ofertas más, ofertas menos, Europa ya tiene –textualmente– “el plato lleno” y, hoy, su “centro de interés” no está en América Latina (El Mostrador, “CELAC – UE 2023: ¿una cumbre más?”, 14 de julio, 2023).
Por su parte, los EE.UU. no parece tener una urgencia inmediata, pues no ha sufrido “pérdidas” significativas de mercado en Latinoamérica, como ocurre con los países de la UE y los miembros de la ALADI. En Estados Unidos no faltan propuestas para “frenar a China”, pues ya tenemos la “Alianza” que presentara Joe Biden en la Cumbre de Los Ángeles (2022) y la estrategia de relaciones económicas internacionales develada por Jake Sullivan, consejero de Seguridad Nacional, en abril de 2023. Ambas están repletas de buenas intenciones, pero no vienen acompañadas de recursos y no están despegando en la región (El Mostrador, “Relaciones económicas internacionales de EE.UU,”, junio 10 , 2023).
Aun cuando EE.UU. ha señalado claramente que sus prioridades están en asegurar el acceso a minerales críticos y energía, mantener las rutas de abastecimiento abiertas, asegurar la paz en la región del Indo-Pacifico y en evitar el acceso de China a tecnologías “sensibles”, Latinoamérica no parece estar en su “listado”, a pesar de nuestros “minerales críticos”.
Las potencias globales proponen y nos “rayan la cancha”, pero el desafío que enfrentamos sigue siendo nuestro: ¿queremos seguir siendo meros espectadores? Tenemos que construir nuestra propia visión del mundo que queremos, y seguirla con determinación y coraje. ¿Hay alguien que cree que podemos salir y enfrentar solos esta situación? Creo que no, en el mundo actual. Nuestros padrinos históricos están virtualmente ausentes, mientras la “diplomacia” económica-comercial china sigue siendo muy efectiva y presiona poniendo mucho “billete” sobre la mesa.
No todo está perdido. El sector agrícola y alimentario de América Latina tiene el potencial para unir y crear el germen de la integración regional. Como tal, podemos ser considerados autosuficientes en los principales alimentos, pues –mayoritariamente– nos abastecemos al interior de la región. Y lo alcanzamos a través de cooperación regional y coordinación de nuestras políticas alimentarias. ¿Será posible soñar con cooperación y coordinación regional similares, en otras áreas de la economía de nuestra región? Espero que sí (El Mostrador, “Integración regional sí, pero no cualquier cosa”, 13 de noviembre, 2022)