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Vine a ofrecer mi corazón, despedida de Roberto Garretón

Por: Pablo Frederick S.


Señor Director: 

Valió la pena, Roberto. Sí que valió la pena. Sé que tú no te lo estarás preguntando porque tu honestidad e integridad no te lo permiten. Bastaba con saber que hacías lo correcto. 

Pero estos meses fuimos algunos que, humanamente, cedimos a esa pregunta, ante la reaparición, desde tantos rincones de la política nacional, del horror que tantas veces nos acechó. Y no me refiero a la violencia cobarde y artera, parapetada en el poder, que combatiste toda tu vida. Hablo de la venta a muy bajo precio -cuotas de poder de discutible valor actual- de lo que más ha costado construir y que fue lo que nos acercó en la vida: una sociedad democrática donde los derechos humanos sean el bien superior.

Porque justo cuando los derechos humanos, en su más amplio espectro y comprensión, se expanden hacia todos los rincones de la actividad humana, cambio climático incluido, aparecen en nuestro país (aunque en eso tampoco somos exclusivos) voces y plumas retratando un idílico mundo sin derechos ni personas. Millones en un coro que repite mentiras una y otra vez, que niega la historia, despojando al ser humano de la poca humanidad que le va quedando. Y eso abre nuestras heridas y también nos abre interrogantes. ¿Qué hicimos mal? ¿En tan poco tiempo? ¿Será que a nadie le importa? Debe haber respuestas, desde la sociedad liquida de Baumann a la que no termina de morir ni nacer de Gramsci. Pero las dudas no abandonan.

Y es en medio de este pensamiento, Roberto, que vuelvo al momento de tu despedida. Nos veo rodeado de “cabezas blancas”, testimonio vívido del Chile del horror, pero también de la resiliencia y en algunos casos de la resurrección; de la esperanza que entrega el haber sobrevivido gracias a la fuerza que encontraron en tu trabajo incansable y en tu inmensa humanidad.

En ese afán tuyo que permitió cambiar desde los primeros años de dictadura, el horror por el honor, la desesperación por dignidad y la desazón por solidaridad. Junto a ti hubo muchos/as que se sumaron a la búsqueda de la verdad. Aún no sabemos dónde están, ni quién los arrancó de nuestras vidas. Aún seguimos luchando contra la impunidad y el negacionismo rampante en cuarteles, tribunales y buena parte del espectro político económico chileno. Aún estamos a la espera de una sociedad que asuma que el respeto a los más sagrados derechos del ser humano es la mejor manera de aspirar al desarrollo, de generar los tan vociferados “proyectos comunes”. Nada más compartido y común que los derechos humanos. 

Eso siempre lo tuviste claro Roberto, y por eso tanta gente quiso despedirte desde sus diversos espacios de vida y de organización. Eres un referente de vida, porque la defendiste como pocos, y de valor, porque lo hiciste cuando nadie se atrevía; incluso tratándose de tus adversarios políticos. Y eso, vale la pena. 

Es el momento del adiós, o al menos hasta la próxima. Escucho el coro de la iglesia de tu querido San Ignacio de Alonso Ovalle versionando a Fito, “quién dijo que todo está perdido, yo vengo a ofrecer mi corazón”. Nos ofreciste tu corazón, y nosotros no solo lo aceptamos. Nunca terminaremos de agradecértelo. 

 

Pablo Frederick S.

Académico PUC

 

 

 

 

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