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Propuesta de Nueva Constitución
Si la convención es como el Transantiago: ¿alguien quiere volver a las micros amarillas? LA CRÓNICA CONSTITUYENTE

Si la convención es como el Transantiago: ¿alguien quiere volver a las micros amarillas?

Patricio Fernández
Por : Patricio Fernández Periodista y escritor. Ex Convencional Constituyente por el Distrito 11.
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Si en lo que resta conseguimos ampliar los espacios de diálogo político, si la comisión de armonización y la que piensa crearse para las normas transitorias consiguen ordenar los elementos reunidos, darles coherencia y gradualidad, la sensación de desorden y atolondramiento podría dar paso a otra muy distinta, donde la energía modernizadora se hermane con la prudencia, y la Convención retome el objetivo que tuvo al nacer: convertirse en un cauce de encuentro, proponiendo un camino de reformas estructurales capaz de avanzar hacia una comunidad más cohesionada, capaz de prosperar con todos y para todos, hacia una mejor convivencia entre nosotros y con la naturaleza que los actuales paradigmas tienen en jaque. Hay quienes han comparado los descalabros que la nueva Constitución que empieza a visualizarse podría generar, con los que generó el Transantiago. Y, al menos a mí, la comparación no me escandaliza. Ojalá evitemos los inconvenientes que dicha política pública produjo al arrancar, pero sería difícil encontrar hoy a alguien que sueñe con volver a las micros amarillas.


Cuatro encuestas -Feedback, Activa, Cadem y Data Influye-, coincidieron en que, con miras al plebiscito de septiembre, el Rechazo empataba o superaba al Apruebo. Otra, mucho más secreta realizada por doctorandos de la universidad de Georgetown, concluyó que cerca de un 40% de la población se declara enteramente desinformada respecto del asunto. Paulina Valenzuela, directora de Datavoz, explicó que, según sus estudios, de lo que menos se sabe es de las decisiones del pleno, mientras que lo más presente es lo emanado de las comisiones y los comentarios de los convencionales, prestándose todo para un gran «desorden informativo». Más de la mitad de sus consultados reconoció recibir «fake news» sobre el órgano constituyente, y 6 de cada 20 reconocieron haber compartido información que resultó ser falsa. “En una comunicación afectiva -dice Byung-Chul Han en su último libro, Infocracia- no son los mejores argumentos los que prevalecen, sino la información con mayor potencial de excitación. Así, las fake news concitan más atención que los hechos”.

El Presidente Boric dijo: “Los sondeos de opinión por supuesto que son preocupantes y son un llamado de atención … no se le puede echar solamente la culpa a lo externo, también hay responsabilidades de quienes creemos en el proceso”. La Fundación de Michelle Bachelet -Horizonte Ciudadano- hizo público un documento que declaraba: “Ha llegado el momento de tomar en serio las dudas de la ciudadanía”. El ex presidente Lagos advirtió: “Es indispensable hacer un cambio, porque en caso contrario podemos tener una Constitución muy inadecuada… (aunque) quiero suponer que vamos a tener un final feliz”. Para meterle más pelos a la sopa, agregó que aquella que nos rige ya no puede ser considerada la misma que promulgó Pinochet, porque actualmente lleva su firma. Ya no sería la original, sino el producto de sus reformas.

En unos cunde la preocupación, en otros la decepción, y en la derecha que desde un comienzo le apostó al rechazo, un entusiasmo que apenas pueden disimular. Hoy por hoy, muy pocos defienden la Convención en el ámbito público. La idea de que allí abunda el conflicto, las voces altisonantes y las propuestas peregrinas se instaló en buena parte de la opinión pública. Han sobrado las excusas para que así sea. Las posturas más radicales de lado y lado tienen el protagonismo que le falta a los sectores más moderados.

Las pautas informativas, como anotaba Chul Han, también se abocan preferentemente a aquello que llama la atención. Y si el pleno lo desecha, como la inmensa mayoría de las veces hace, el sonsonete de los escandalosoS continúa planeando hasta encadenarse con el siguiente escándalo, y así sucesivamente sin dejar que luzcan sus correcciones.

La principal responsabilidad de este proceso es proponer un camino de profundización democrática, atento a los nuevos retos de la época que vivimos, sin unos aplastando a los otros, sino consolidando derechos civiles y sociales, libertades que permitan el máximo desarrollo de cada individualidad y obligaciones conjuntas que ayuden a volverlo posible en el caso de quienes viven la postergación, la segregación y el abandono. No se trata de reformularlo todo, pero sí de un ajuste relevante y para nada cosmético. Nunca esos pasos se han dado sin superar resistencias feroces, pero valga considerar que mientras en otros muchos ejemplos históricos han acontecido con sangre, aquí los sacamos de la lucha callejera para llevarlos al mismo hemiciclo en que se ha construido gran parte de nuestra historia republicana.

Todavía falta. Falta leer el texto en su conjunto, articulado y cohesionado. Yo soy escritor, y sé que no se puede evaluar cabalmente un libro hasta que el autor -en este caso, sus autores- lo den por terminado. Yo espero que no sea un libro escrito en piedra (aún no se fijan sus mecanismos de reforma), sino la primera versión, el punto de partida de una transformación modernizadora que, en los años venideros, requerirá de ajustes, correcciones, precisiones… ojalá con mucho menos trabas que la Constitución de Pinochet, que hoy parte de la Concertación hace suya. Por eso es importante que el Sistema Político establecido en ella no permita la captura de ningún bando y, garantizando el gobierno de las mayorías, tome todos los resguardos necesarios para respetar a las minorías.

Es la primera vez que nos atrevemos a construir este pacto social en conjunto, atendiendo no sólo al conocimiento de los exégetas, los sacerdotes, los sabios y los eruditos, sino de todos aquellos a quienes estará llamado a regir. El reto, como hemos visto, es dificilísimo; exige, desde ya, el encuentro de un lenguaje común entre mundos que por primera vez se sientan a la misma mesa. Como nunca antes, la demanda por reconocimiento y atención ha llegado a lugares tradicionalmente sometidos a las decisiones de otros. Se trata de un desafío complejo y arduo, porque es siempre más sencillo acordar entre pocos y parecidos que entre muchos y diversos, pero es el esfuerzo esencial a que está llamada toda democracia, y que hoy, en tiempos de inaudita interconectividad, parece imposible de rehuir sin caer en las tentaciones autoritarias.

La construcción de una gobernanza paritaria, atenta a las reivindicaciones feministas y a los nuevos estándares ecológicos que obliga la crisis climática, a la desconcentración del poder territorial, donde las decisiones lleguen cada vez más cerca de las personas, a la diversidad cultural -de la que la plurinacionalidad es una de sus caras, en tanto reconoce comunidades con tradiciones, cosmovisiones y modos de vida distintos a las del resto-, y el establecimiento de un Estado Social de Derecho, capaz de garantizar seguridades básicas crecientes a todos los habitantes de la patria, formaron parte de un acuerdo tácito desde los comienzos de este proceso constituyente. Ya durante las campañas de los convencionales, muy pocos discutían estos ejes de la transformación por venir. Es verdad que en el transcurrir del proceso, hubo aspectos que se extremaron, causas que olvidando su concurrencia junto a otras se presentaron de modo arrollador, a veces insolente y desconsiderado, como si sólo eso importara, olvidando sus portavoces que más allá de ellos, los deseos de cambio convivían con los de estabilidad, las rabias con los miedos y las ansias de innovar con los progresos conseguidos.

Durante estos últimos días, al interior de las comisiones y en el pleno, ha sido creciente la conciencia de que la Convención está en riesgo. Hay, por cierto, quienes se resisten a aceptarlo. La tentación de culpar a otros cuando las cosas andan mal por casa es un vicio que se repite en todos los ámbitos. Es innegable que los enemigos del cambio están jugando todas sus cartas para echarlo abajo, y esas cartas no son pocas, pero las conocemos de siempre, y de nada sirve escudarse en su fuerza para justificar torpezas que las abonan.

¿Ya es tarde? No lo creo. Hoy todos los parlantes exaltan lo disruptivo, lo que genera desconcierto e inquietud. Que nos pitiamos el Senado, que parece una constitución indigenista, que estamos descuartizando la unidad nacional… Pero el pleno rechazó las atribuciones de los órganos legislativos, de modo que la asimetría y los contrapesos de ambas cámaras siguen en juego; los bordes de la plurinacionalidad aún no terminan de dibujarse y la inmensa mayoría de las propuestas presentadas para extenderlos, se han ido rechazando. Este sábado, sin ir más lejos, los escaños entregaron su proposición de norma para propiedad indígena, y dista muchísimo de las aspiraciones de su primer planteamiento. Ellos mismo han tomado conciencia de que sus objetivos pueden verse frustrados si no atienden a las preocupaciones del resto de la ciudadanía. Con frecuencia, ni siquiera son ellos los principales impulsores de medidas en su nombre, sino grupos que motivados por ideologías difusas ven en ellos una buena excusa para desmontar las lógicas de poder que repugnan.

Todavía no se escuchan los argumentos de la defensa. Si en lo que resta conseguimos ampliar los espacios de diálogo político, si la comisión de armonización y la que piensa crearse para las normas transitorias consiguen ordenar los elementos reunidos, darles coherencia y gradualidad, la sensación de desorden y atolondramiento podría dar paso a otra muy distinta, donde la energía modernizadora se hermane con la prudencia, y la Convención retome el objetivo que tuvo al nacer: convertirse en un cauce de encuentro, proponiendo un camino de reformas estructurales capaz de avanzar hacia una comunidad más cohesionada, capaz de prosperar con todos y para todos, hacia una mejor convivencia entre nosotros y con la naturaleza que los actuales paradigmas tienen en jaque. A lo largo de un año hemos visto oscilar de tal manera los ánimos políticos, que no es ingenuo esperar nuevos giros antes del plebiscito de septiembre, sino muy por el contrario.

Hay quienes han comparado los descalabros que la nueva Constitución que empieza a visualizarse podría generar, con los que de un modo mucho más acotado generó el Transantiago. Y, al menos a mí, la comparación no me escandaliza. Ojalá evitemos los inconvenientes que dicha política pública produjo al arrancar, pero sería difícil encontrar hoy a alguien que sueñe con volver a las micros amarillas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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