Exclusivo: la última entrevista a Roberto Bolaño
El Mostrador.cl ofrece en exclusiva una entrevista inédita, realizada pocos días atrás, al autor de Detectives Salvajes -Premio Rómulo Gallegos (1999)-, Putas Asesinas y Llamadas Telefónicas, entre otras obras.
–En Italia no eres todavía un escritor muy conocido y los latinoamericanos que por ahora aquí prevalecen vienen de otro planeta. ¿Quiénes son tus lectores en España y Latinoamérica?
-No tengo ni idea. Parece que algunos jóvenes que no optan por los caminos de la respetabilidad…Pero la verdad es que no lo sé. Tampoco me interesa saberlo.
–La tradición moderna latinoamericana es cosmopolita, pero ha cultivado también un exotismo orientado a vender al público europeo y estadounidense una imagen de continente «mágico». Por otra parte, muchos denuncian la globalización cultural como factor de homogeneización y pérdida de tradición. ¿Dónde se sitúa tu quehacer literario en relación con estos debates?
-A mí, ningún continente, mucho menos Latinoamérica, me parece mágico. Todos los continentes, digamos, son maravillosos o están abiertos a la maravilla. Pero mágico, no hay ninguno. Digamos que es un problema del ocio de ciertos lectores europeos. En vez de dedicarse a la pornografía o a la lectura de novelas policiales, busca, este tipo de lector, un exotismo que necesariamente tiene que revestir con los ropajes de la magia. Si no lo hiciera así, por otra parte, la bestia se le colaría en casa. Una bestia feroz que es mitad desierto y mitad locura.
–En tus novelas hay un intenso diálogo con la tradición y una indagación sobre la «sociedad literaria», la cual casi nunca sale bien parada. Sabemos que en el pasado muchos grandes escritores han sido maltratados por una crítica y cultura oficial resentidas y arrogantes. ¿Cómo ha respondido el establishment a los disparos de este francotirador sin patria llamado Roberto Bolaño?
-La verdad es que no lo sé. Lo puedo intuir, a veces, por el nerviosismo que se trasluce en algunas personas o por la velocidad, más bien por la hipervelocidad, con que se leen algunos de mis libros. Pero, por lo demás, no hay ningún problema. En el establishment hay un establo en donde se ordeña a los revoltosos. Así como hay establos en donde se ordeña a los normales, a los enfermos, a los reyes Midas, a los policías, a los locos. Vivimos en una sociedad en donde, contra lo que uno pudiera pensar, nada se desaprovecha. Ni la pereza se pierde. Lo cual es digno de mención, porque antaño lo primero que se perdía era eso, el ocio, que era sinónimo de improductividad.
Materia prima muy visible de tus cuentos y novelas es tu propia
experiencia, un movido material autobiográfico en el que el exilio y los cambios de escenario juegan un papel importante. ¿Ha llegado ahora Bolaño a un puerto más o menos seguro? ¿Hay una evolución en tu obra?
-Es muy difícil saberlo. Yo creo que al menos formalmente lo que escribo no ha dejado de moverse, para bien o para mal, en varias direcciones. Argumentalmente, no. Pero formalmente, en la disposición de la materia contada, en las estructuras narrativas por donde se mueve o se escancia la historia, yo creo que sí. Al menos, espero que sí. Esto, por descontado, invalida cualquier llegada a puerto seguro. Digamos que si la disposición es ir cambiando y probando diferentes estructuras narrativas, la idea o el concepto de «puerto seguro» se excluye desde el inicio. No hay puerto seguro pues el capitán o los marineros amotinados han decidido que no hay regreso ni descanso ni nada.
La pasión fría, llamémosla así, que emana de tu escritura ha sido a veces interpretada, creo muy erróneamente, como una tendencia al cinismo y la neutralidad. ¿Qué legitimidad pueden asumir, en tu opinión, los juicios de valor éticos en la evaluación de una obra literaria?
-Yo creo que una obra literaria es también, aunque sin enfatizar,
una propuesta ética. Y toda ética, fíjate qué curioso, incluso aquella que propugna la ausencia de ética, tiende hacia la libertad del ser humano. Es decir: tanto el hombre ético como el hombre no ético o anti ético, lo que buscan, ambos, es la libertad. En realidad, todo eso no es más que el paraíso y el infierno revisitados. La lucha del bien contra el mal. Personalmente yo prefiero juzgar una obra por su estructura, por su ritmo, por su valor, por su resistencia a la soledad, que por motivos puramente éticos, entre otras razones porque ya no podemos repetir la paradoja de Dante, que encuentra en el Infierno a sus poetas favoritos.
–¿Cómo ha influido en ti la idea de revolución social?
-En el aspecto puramente literario, en nada. En el aspecto personal, en todo. Soy de izquierdas.
–Lúcidos e impotentes, desolados y puros, muchos de tus personajes terminan desapareciendo en un pozo negro insondable, héroes o víctimas propiciatorias de una violencia que crece amenazante por todos lados. Por otra parte, tus libros en general no se ocupan de personas «normales» que viven en la pequeña dimensión cotidiana, fuera de los grandes conflictos morales y sociales. ¿Te calzaría acaso la calificación de escritor «maximalista», o incluso «clasicista», en oposición a ese minimalismo tan en voga? ¿Qué es un héroe?
-Sobre mis personajes, soy incapaz de afirmar rotundamente nada. En cierta forma, son personajes heroicos, pero es que, en el fondo, yo creo que todos los seres humanos son héroes en potencia o tal vez héroes inconscientes. Por supuesto, un héroe es otra cosa, es alguien capaz de sublimar o de despreciar en determinado momento su vida y ofrecerla sin pedir nada a cambio. O eso es lo que parece. En realidad, el héroe obtiene mucho a cambio. Lo que obtiene, sin embargo, no cotiza, todavía, en el mercado. A mí una de las cosas que más me atrae de este tipo de personas, es su indolencia, esa especie de lujo en cámara lenta, y también su concepción del tiempo, que en cierto modo también es otro lujo, una concepción del tiempo marcada por lo absoluto, en donde un segundo puede equivaler a diez años, por ejemplo.
–Ha llamado la atención de muchos críticos la pericia técnica de tus construcciones narrativas. ¿Qué importancia formal le atribuyes a la estructura invisible en el relato literario, en un momento en que ésta parece ser considerada por muchos escritores como un recurso superfluo?
-No, la estructura jamás es un recurso superfluo. Si la historia que narras es inane o está muerta o es archisabida, una estructura adecuada puede salvarla (aunque no por mucho tiempo, eso también hay que reconocerlo), en tanto que una historia muy buena si está contenida en una estructura, digamos, periclitada, no la salva ni Dios.
–Tu primera ocupación literaria fue la poesía, sensibilidad muy chilena, según dicen. ¿Sigues considerándote un poeta al escribir prosa? ¿A cuáles poetas sigues leyendo en el curso del tiempo?
-Me cuesta mucho sentirme poeta, porque para mí el poeta es la leyenda en una literatura. Es el rey Arturo y Lancelot y Merlín, la maravilla que vuelve a salir a la superficie, no por mucho tiempo, sólo el suficiente para que sepamos que la maravilla existe, así que considerarme un poeta, pues casi lo veo como un acto de soberbia imperdonable, aunque hay momentos en mi vida, más bien escasos, en que soy capaz de sentir esa música lejana. Supongo que cuando fui joven las cosas eran diferentes. No tenía nada, vivía a la intemperie, me movía generalmente por zonas desconocidas de la literatura y de la vida. Entonces sí que me consideraba poeta, al menos más a menudo que ahora. Hay dos poetas que releo bastante. El primero es Borges, por razones obvias y que no viene al caso explicar. El otro es Nicanor Parra, básicamente por las vitaminas.
Bajo la cuidada superficie del «escribir bien», lo que ciertamente sería necesario pero no suficiente, ¿qué prosa estimulante corre en la riada de libros producidos últimamente en Hispanoamérica, y en general en lengua castellana?
-A mí me gusta mucho Rodrigo Rey Rosa. Creo que he leído todos sus libros, con sumo placer, además. Otro que me gusta, aunque la lectura de su obra, por el contrario, es ardua y puede, por momentos, ser infernal, es Daniel Sada.
–El siglo veinte ha sido, de manera más visible que otras épocas, un escenario de inenarrables crímenes y genocidios. La cultura en general y la literatura en particular se han ensuciado abundantemente las manos en estos afanes. Tus libros han rastreado las huellas de estas complicidades y no caen en la denuncia moralista desde un púlpito inmaculado. Sin embargo, sigue siempre vigente la pregunta sobre el significado moral de una obra literaria. ¿Es una pregunta que te preocupa?
-Me preocupa tanto como el significado moral de una vida, de cualquier vida. La verdad es que el panorama no está como para echar las campanas al vuelo, aunque tampoco como para tirarse de los pelos y llorar. El ser humano, como las ratas, se adapta a todo, lo que no es una mala noticia. Y seguimos, imperceptiblemente, transformándonos. Yo espero que para el año 2500 las cosas estén un poco mejores, no mucho, pero sí un poco.
*Profesor -chileno- de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Turín, Italia.