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Retorno a las escuelas: ¿regresar a qué? Opinión

Retorno a las escuelas: ¿regresar a qué?

Roberto Bravo González
Por : Roberto Bravo González Rector del Colegio Inglés de Talca
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Twitter hizo su primera aparición el 15 de julio del 2006 y, desde aquel entonces, esta red social que utiliza 280 caracteres se ha caracterizado por el uso del sarcasmo, rabiosos ataques y agudas declaraciones. Probablemente, esto es lo que ha llevado a muchos cibernautas a utilizar la expresión “pregunta honesta”, antes de plantear alguna duda -minimizando así- la posibilidad de ser blancos de despiadadas arremetidas.

Por estos días, una de las principales inquietudes que ha acaparado la atención en distintas redes sociales y medios de prensa tiene relación con la existencia de condiciones reales para regresar, o no, a clases presenciales este 2020. Algo es seguro, la decisión de cuándo y cómo efectuar el retorno a las escuelas será una de las más difíciles que habremos tomado como sistema educacional chileno.

Pero existe un tercer elemento, uno más complicado aún y -sobre el cual- muy poco se ha discutido: ¿retornar a qué?

Escudriñando entre hashtags y tweets relacionados a educación, podemos ver que las posturas sobre una eventual reapertura de centros educativos se encuentran dicotómicamente esbozadas. Por un lado, están los que apoyan la idea de terminar el año escolar a distancia, argumentando que no existen condiciones sanitarias ni regulatorias claras para volver presencialmente. Por otra parte, están los que promueven el retorno tan pronto las condiciones de salud así lo permitan, entendiendo que, para muchos estudiantes de nuestro país, la escuela emerge como el único espacio de contención, acogida y real resguardo.

Si algo nos ha enseñado esta pandemia, es que nadie estaba preparado para una crisis de esta magnitud. No lo estaba el gobierno, ni tampoco los liceos, escuelas y colegios de nuestro país. No existen soluciones sencillas que puedan ser imitadas para efectuar un retorno exitoso, sobre todo si consideramos que la experiencia internacional en este punto muestra resultados tan diversos como contradictorios.

Pero una cosa es segura, la población y sus organizaciones responden de mejor manera cuando existe diálogo y confianza. Elementos que parecieran desvanecerse cada vez que se descalifica y se adoptan posturas binarias respecto al tema del regreso.

¿Qué sentido tiene crear una oposición artificial entre quienes quieren volver a clases y quienes no? ¡Ninguno! “A ti te interesa volver, porque sólo te preocupa la activación de este modelo económico desigual”, decía un furioso tuitero. “Claro, tú dices que no están las condiciones sanitarias porque estás cómodo en tu casa, trabajando menos, ¡di la verdad!”, le decían a un profesor en el mismo tweet. Este nivel de caricaturización, ¿aporta en la construcción de diálogo y confianza al interior de las comunidades para trabajar el tema del regreso? No, por supuesto que no. Aún más cuando existe total consenso de que la escuela, por ser un lugar de sociabilización, aprendizaje y formación del futuro sujeto ciudadano, es un espacio insustituible y extremadamente necesario.

Por diversos motivos, el cuándo y cómo será una de las decisiones más difíciles que habremos de tomar. “¿Quién va a responder si fallece un profesor, algún alumno o un asistente de la educación? ¿Va a responder usted?», le preguntaban al Ministro de Educación en la sesión especial de la cámara. Y como éstas, hay muchas otras interrogantes, tanto o más complicadas de responder. Por ejemplo, ¿será atractivo para un colegio que ya tiene un sistema instalado con buenos índices de conexión de sus estudiantes, jugársela por un modelo mixto desde ahora?, ¿cómo se maneja la fluctuante asistencia por parte de los estudiantes y la cobertura del plan priorizado en un eventual retorno?, ¿cómo se acompaña a un cuerpo docente que -seguramente – llegará desgastado física y emocionalmente?, ¿cómo decirle a un grupo de niños, quienes no se han visto en meses, que no podrán jugar de manera normal ni tampoco intercambiarse juguetes?

Probablemente, usted y yo, fácilmente podríamos escribir 40 preguntas más. Sin embargo, a pesar de todo lo anterior, existe un tercer elemento, uno que va más allá de la logística, reglamentaciones y protocolos estrictos que deberán aplicarse tarde o temprano. Esa otra pregunta, más vital y necesaria que nunca.

Un cuestionamiento que tal vez debiera ocupar todas las agendas y parrillas programáticas de cuanto matinal exista, pero que no lo hace. Esa interrogante que debería ser retuiteada como la interpelación más importante de todas: cuando volvamos a la escuela, ya sea dentro de cuatro semanas, tres meses o en un año: ¿volveremos a qué?

Difícil responder a esa pregunta ¿volver a qué? ¿A lo que acostumbrábamos a hacer? Es decir, volver a eso que nos hacía “sentido” antes del 16 de marzo, regresando a aquella zona de confort que tuvimos que dejar de forma abrupta por la pandemia. ¿Reanudando de esta forma la lógica de avanzar sin parar, con poco o nulo espacio real para el desarrollo de otras competencias (aquellas que siempre decíamos no tener tiempo para desarrollar) para terminar retomando rápidamente las tradicionales formas de evaluar y calificar?

Es por todo lo anterior que pienso que debemos regresar con una sólida convicción: replantear nuestras antiguas prácticas, volver a pensar y conversar acerca de lo que solíamos hacer (lo que no significa desechar o incendiar todo, por cierto). Pero, de todas maneras, debemos estar abiertos a la posibilidad de cuestionar aquellas creencias que creíamos inimpugnables. Dicho de otro modo, la forma en que enseñábamos y la manera en la que aprendían nuestros estudiantes. Porque si al momento de regresar, cuando sea que esto ocurra, volvemos a hacer exactamente lo mismo, es probable –muy probable- no hayamos aprendido absolutamente nada. Y esto, lamentablemente, evidenciará que habremos dejado pasar una extraordinaria oportunidad y, quizás, por ahí va mi pregunta honesta: ¿si no es ahora, cuándo?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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