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Inserción laboral en personas en situación de discapacidad: barreras y desafíos para una participación plena y efectiva en la sociedad Inclusión

Inserción laboral en personas en situación de discapacidad: barreras y desafíos para una participación plena y efectiva en la sociedad

Más de dos millones de personas con discapacidad se encuentran habilitadas en la actualidad para trabajar en el país. Dentro de ellas, y pese a la Ley de Inclusión Laboral vigente desde 2019, sólo nueve mil trabajan. La importancia de la educación previa a la inserción laboral, el acompañamiento familiar y experiencias y reflexiones en torno a una deuda país.


En una pequeña aula, con sillas y mesas dispuestas muy separadas las unas a las otras, un dispensador de agua en una esquina, un mueble con material de trabajo y juegos didácticos, un grupo de alumnos del Colegio Los Conejitos de Coanil Copiapó se ubicó frente a una pantalla para tener su primera entrevista virtual con un medio de comunicación. Son personas de entre 22 y 24 años, tienen discapacidad intelectual y pertenecen al curso Laboral 3, nivel que los prepara para la inserción laboral.

Acompañados por su profesor, Paulo Cifuentes, ríen de manera constante y permanecen sentados, atentos a la conversación. También se aplauden mutuamente cada vez que pasan delante de la cámara a contar sus experiencias laborales recientes en distintos espacios de la ciudad capital: supermercados, cementerios, casinos y empresas mineras. Responden con pocas palabras: “sí”, “no”, “bien” y se les pregunta lo mismo de diferentes formas, con el apoyo constante de su docente, que les recuerda a menudo fechas, horarios y experiencias. 

Uno de los jóvenes hizo chistes de manera constante durante la conversación, con frases y palabras cortas que por momentos no se logran entender. Su nombre es Esteban Araya y trabajó en el Parque del Recuerdo junto a sus compañeros Milenko y Camila. Además, fue reponedor en un supermercado. Pese a sus constantes intervenciones, al pasar frente a la cámara de la videollamada, contestó a menudo con frases cortas. Mencionó su gusto por el fútbol y al ser consultado por el trato en el trabajo se quebró: “me echaron (del parque del recuerdo)”. Luego de un par de segundos de silencio y un poco de brillo en los ojos, el profesor se dio cuenta de su tristeza, así que terminó su intervención. 

“Durante sus trayectorias laborales, algunos estudiantes han sufrido episodios de discriminación pero a veces por ingenuidad no se dan cuenta. Por ejemplo, la mayor parte de sus experiencias fueron a través de pasantías, que incluyen capacitaciones y trabajo en un plazo de tres meses. Cumplido ese periodo, la mayor parte de las empresas no le renuevan sus contratos porque suelen convocarlos sólo con el fin de cumplir con la ley, y ellos quedan con la sensación de haber sido echados, pero en realidad no es que los echen, no les renuevan el contrato. Además no siempre les ofrecen un sueldo”, explicó Paulo a través de un mensaje de texto una vez terminada la entrevista a sus estudiantes.

Camila es otra de las jóvenes que contó su experiencia. Trabajó de mucama en un casino y sostuvo que la gente “deja muy desordenado” al irse. De la misma forma que otros de sus compañeros, demostró su gusto por contar con un sueldo, que manifestaron es un aporte “para comprar cosas” personales, como “ropas, comidas y salidas a happy hours”. Desde el colegio, expresó su directora Patricia Suazo, no se les prepara para la universidad, el objetivo es en primer lugar, la inserción laboral efectiva. En este sentido, y tras hablar de su gusto por los animales y el anhelo de trabajar en una veterinaria cercana a su domicilio, Camila dijo que “no gustaría ir a la universidad porque hay muchos niños” aunque se propuso entregar su currículum en esos espacios para ver la posibilidad de aportar en labores como limpieza y administración. 

En Los Conejitos, luego de cursar la enseñanza básica, los estudiantes pasan a los niveles laborales. En ese espacio reciben capacitaciones en oficios y aprenden a hacer un curriculum, presentarse a entrevistas y escribir sus datos personales. “Empezamos en 2013 con las primeras aproximaciones laborales y a la fecha hemos tenido distintas experiencias, algunas más buenas y otras más malas, como fue el caso en que un jefe de un supermercado me dijo que no iba a cuidar niños, que no era niñera”. 

Previo al estallido social y gracias a convenios institucionales, algunos estudiantes trabajaron en el Parque del Recuerdo y tuvieron acercamientos con un centro de estética, pero las experiencias fueron interrumpidas por los riesgos que implicaba salir en ese momento y más tarde, por la pandemia. Kelly es una de las alumnas con mayor autonomía en relación a sus pares: sale con amistades, asiste a bares y capacitaciones. Asimismo, es una de las jóvenes que más experiencias cosechó, se desempeñó en dos supermercados y una reconocida minera de la región. Según contó su profesor mientras era entrevistada, tomó cursos de bodega, administración y decoración de uñas, en eso “me gustaría trabajar” dijo con voz baja y una leve sonrisa. 

El anhelo de trabajar fue manifestado por la mayoría de los alumnos, algunos con preferencias claras como Milenko, que quiere trabajar en una empresa de venta de productos de hogar y construcción cercano a su domicilio, o también Camila Riveros, quien manifestó un deseo muy claro: “aprender a cortar el pelo”. Durante la conversación, también hablaron de su autonomía, otra problemática que atraviesan, sobre todo las mujeres: lo que para algunos es parte de su cotidianidad, para otros es un desafío. 

Hogares, crianza y autonomía, un pendiente

Cristopher Ramírez es psicólogo y consultor en Estrategias de Inclusión en Miradas Compartidas, una fundación que trabaja desde 2011 en Chile por la inserción social y laboral de personas con discapacidad con el gran objetivo de aportar en una transformación social, que requiere esfuerzos ciudadanos comunitarios y colaborativos. 

Para el profesional, es una realidad que las personas con discapacidad se ven enfrentadas a “diferentes barreras que limitan o restringen su participación plena y efectiva en la sociedad”. Según su experiencia, una de esas barreras, y de las “más difíciles de superar” corresponde a aquellas barreras actitudinales,  que tienen relación con  “miedos y prejuicios sobre lo que pueden o no pueden hacer las personas con discapacidad”.

La familia, en estos casos “puede ser un potenciador o inhibidor del desarrollo y sin lugar a dudas el miedo, fruto de los bajos o nulos acompañamientos que reciben las familias a la hora de enfrentar el diagnóstico de su hijo/a, es una barrera difícil de superar puesto que está aparejado a otros temas, como los ingresos económicos familiares, que en muchos casos sólo alcanza para algunas terapias para la persona con discapacidad, por lo que además costearse alguna terapia familiar o personal no resulta posible o urgente”.

Por otro lado, sostuvo que el núcleo familiar “querrá protegerte, cuidarte y evitar el dolor o sufrimiento, es lo esperable, pero ahí es donde está la complejidad entre el cuidar y la sobreprotección”. Esta tendencia a la protección se explica, según Ramírez, en la incertidumbre de la reacción social ya que, una parte importante de las personas “no está adaptada y/o no acepta las diferencias” y la familia “no querrá que seas juzgado o apuntado con el dedo por un diagnóstico o discapacidad” y en tales casos, ese estilo de crianza “disminuirá la autonomía y autodeterminación de la persona”.

Sus años de experiencia y trabajo en relación a esta problemática, lo hizo reflexionar sobre una necesidad. “Las familias requieren de acompañamiento, precisamente para trabajar sobre sus miedos, frustraciones o creencias respecto al potencial de su hija/o, en relación a su educación, el trabajo, la sexualidad y afectividad, en todas las dimensiones de la vida humana. Es por ello que resulta de mucha ayuda para las familias, el vínculo con las agrupaciones de madres/padres/ familia que trabajan para, por y con la discapacidad, los centros de atención temprana, de estimulación, de tránsito a la vida independiente, fundaciones, es importante que hagan comunidad, que expresen sus temores con otras/os que quizás ya superaron ese desafío o también lo comparten. La clave está en no dejarlos solos y como sociedad tenemos mucho que hacer al respecto” cerró.

De lo legal a lo práctico: informar, naturalizar y transformar

En Chile, existen numerosos espacios que trabajan por la inserción laboral de personas con discapacidad, aunque la mayoría se encuentra en la capital. Felipe Olavarría, es fundador y gerente General de Fundación Miradas Compartidas, partió su camino en España, donde fue parte de musicales y programas radiales hechos por personas con discapacidad. 

Producto de la crisis económica de esos años, Felipe volvió al país en 2011 y allí empezó el camino que lo llevaría hasta Miradas Compartidas. En 2021, fue una de las fundaciones que más inclusiones laborales realizó y ello se explica, según su relato, en que el objetivo de la fundación va más allá de la ocupación de vacantes laborales de personas con discapacidad, es “una propuesta integral enfocada tanto en el colabor con discapacidad como con la naturaleza de la empresa en temas de inclusión”. 

Por un lado, con el empleado “trabajamos sus competencias laborales a nivel operacional y el desarrollo de habilidades blandas vitales para su relación con los compañeros de trabajo”, por otro, se realiza una “evaluación en la cual medimos políticas y prácticas organizacionales”. A partir de esto se obtiene una radiografía de la situación en el espacio que posteriormente permite “trazar una carta de navegación con acciones concretas para optimizar los recursos humanos y económicos, que hoy son escasos”. Gracias a este proceso, la inserción laboral se ha podido instalar de manera “más satisfactoria” y “sostenible” en el tiempo. 

A la fecha, más de 38 empresas colaboraron con la fundación. Las distintas experiencias fueron valoradas como “positivas” y Olavarría puso especial énfasis al acompañamiento permanente, a través de intermediarios, a las empresas y los trabajadores: “el desafío es crear y fomentar una cultura inclusiva dentro de las empresas y que sigan entendiendo que esto es una carrera de largo aliento y partir de una respuesta activa a los procesos de inclusión laboral contribuye a producir procesos que encaminen hacia la tan necesaria transformación social”. 

Soledad Fernández es una de las terapeutas ocupacionales de la fundación y coordina además, la inclusión laboral. Según su experiencia, son varios los factores que influyen en el logro de un adecuado desempeño laboral, “entre ellos, el rol que juegan las familias y los contextos educativos, esenciales en el apoyo de este proceso”.

Ante todo, a nivel familiar “es clave recordar que la familia, dentro de otras cosas, es un actor importante en lo que respecta a los procesos de socialización de las personas, por lo que el aporte que pueda brindar en lo cotidiano va a generar un impacto importante en el desarrollo de sus hijos, que más tarde se verá reflejado también en el mundo laboral” relató. 

Dentro de las consideraciones a tener en cuenta en este aspecto, es importante “sopesar las posibilidades de acompañamiento y herramientas que proporcionan las familias en la autonomía e independencia de sus hijos, ya que muchas veces se ven interferidos por los temores y la sobreprotección”. Así pues, como explicó Ramírez, es crucial “que puedan brindar espacios y generar instancias donde sus hijos o miembros desarrollen diversas habilidades para desempeñarse en las distintas áreas de su vida diaria, tal como entregarles responsabilidades dentro del hogar, participar en instancias dentro de la comunidad, entre otras, ya que, enfrentarse a un puesto laboral exige a la persona poner en juego su autonomía, independencia y habilidades de tipo motoras, cognitivas, de interacción y comunicación, entre otras que estamos usando constante y cotidianamente”.

Otro de los aspectos que consideró la profesional, fue el desafío “a nivel educativo”, que tiene relación con el acceso y la participación plena en condiciones de igualdad, que si bien se avanzó en esta materia, aún es un pendiente en ciertos espacios como escuelas regulares, centros de formación técnica, universidades y otras instituciones. 

“Una parte de la población con discapacidad que accede a la educación lo hace a través de colegios con Programas de Integración Escolar (PIE) y escuelas especiales, lugares donde también se generan nuevos desafíos, entre ellos el de poder analizar y revisar los contenidos de las mallas de formación pre-laborales, orientando y otorgando en lo posible espacios de aprendizajes acordes a las demandas del mercado nacional, esto implica el desafío de ofrecer un abanico de posibilidades y experiencias que permitan desarrollar habilidades laborales y prepararse de mejor manera a los estudiantes para su tránsito a la vida adulta y el futuro desempeño satisfactorio en el mundo laboral”.

Caminar hacia una transformación sociocultural, una necesidad y una deuda

Actualmente, Chile cuenta con un universo de 2 millones de personas con discapacidad habilitadas para trabajar y sólo se han habilitado 24 mil vacantes laborales, de las cuales 9 mil están ocupadas, reveló el fundador de Miradas Compartidas. “Creemos fuertemente que la concientización es una pieza clave en cualquier proceso de inclusión, y que la naturalización de las diferencias que tenemos todas las personas, es la naturalización de las personas con discapacidad” afirmó. 

La entrada en vigencia de la Ley de Inclusión Laboral (21.015) incentivó la ampliación de la oferta pero dejó ver, además, la necesidad de una efectiva aplicación que tiene relación con el trabajo global e integrado de toda la sociedad en pos de una transformación sociocultural pues “existe una brecha enorme y una deuda país pendiente en relación a este tema” finalizó Olavarría. 

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