Publicidad
Dentro de Black Mirror, cuando el giro argumental eres tú Opinión

Dentro de Black Mirror, cuando el giro argumental eres tú

Publicidad
Maciel Campos
Por : Maciel Campos Director Escuela de Publicidad y Relaciones Públicas Universidad de Las Américas
Ver Más


Ha valido la pena esperar casi dos años para ver qué nuevas distopías, extraños artilugios conceptuales y giros narrativos nos depara la serie británica de ciencia ficción Black Mirror, siempre enfocada en explorar cómo la tecnología interviene —y trastoca— la experiencia humana.

Más allá del amplio abanico de temáticas, personajes y contextos en que se desenvuelve, lo que distingue a esta antología no es solo su capacidad de entretener, sino su búsqueda constante por ir más allá del relato corriente de ficción. Desde sus primeras temporadas, la serie nos mostró cómo los avances tecnológicos podían modificar nuestros comportamientos, para luego revelar las pulsiones, manías y contradicciones que emergen de esos hábitos que la tecnología misma va moldeando.

Luego llegó Bandersnatch (2018), el largometraje interactivo que, al más puro estilo borgiano, retomó esa estructura de los antiguos libros-juego que nos hacían saltar de una página a otra para construir la historia. Aquí también se tejía un relato distinto según las decisiones del espectador, esta vez a través de un control remoto. Una genialidad tan perturbadora como fascinante.

En la última temporada, puntualmente en el segundo capítulo, Bête Noire, la serie da un salto conceptual mediante un giro metanarrativo audaz: dos montajes no anunciados para una misma historia —un “easter egg” oculto— que debe ser descubierto por el propio espectador, invitándolo a un juego estético e intelectual.

En este episodio, una genio de la tecnología logra acceder a realidades paralelas gracias a un artilugio colgado en su cuello, lo que permite a la serie desplegarse con libertad en un terreno donde la tecnología ya no solo modela la conducta, sino que construye planos alternativos de existencia.

Lo que vuelve a Black Mirror particularmente singular es la habilidad de su creador y showrunner, Charlie Brooker, para situar a la audiencia en una posición de cobayo medial, de ratón de laboratorio frente a la pantalla, jugando con sus percepciones sin subestimarlo, sin entregarle todo digerido.

Brooker respeta la inteligencia de una audiencia inquisitiva, aunque eso implique que el público masivo pueda perderse o que los medios se queden con la superficie del truco visual: en Bête Noire, por ejemplo, hay una escena donde el gorro de un empleado de comida rápida cambia sutilmente su logotipo, alterando una letra. Y entonces, sucede lo inesperado con quienes vieron ese capítulo en distintos dispositivos:

—¿Viste cómo la “a” del logo se transformaba en una “e”?

—¡No! ¡Te equivocas! Era al revés, cambiaba la “e” por una “a” …

Y ahí está el verdadero golpe: el espectador encarna la misma confusión del protagonista. Lo más brillante es que esta ilusión no es solo narrativa, sino técnica: Netflix programó dos versiones del mismo episodio, distribuidas de manera aleatoria entre sus abonados.

Así, Black Mirror ejecuta un experimento sofisticado que busca trasladar el “plot twist” (giro argumental) desde la pantalla al espectador, creando una experiencia única donde el fondo y la forma se funden. La serie deja atrás la estructura aristotélica clásica de introducción, desarrollo y desenlace para invitarnos a vivir, en carne propia, los dilemas éticos que la tecnología podría traer.

Brooker ya ha anunciado que seguirá desarrollando nuevos contenidos para la serie. Ya veremos si, en un futuro no tan lejano, con solo apretar un botón del control remoto, podremos atravesar el umbral de la pantalla y convertirnos en protagonistas de nuestras propias ansiedades tecnológicas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad