
La fuerza que nace al criar hijos neurodivergentes
Criar a un hijo neurodivergente es un viaje único, lleno de aprendizajes y desafíos que muchas veces se transitan en silencio. No siempre es fácil explicar lo que implica el día a día, y esa falta de comprensión puede generar la sensación de estar solos. Sin embargo, en medio de esa soledad también nace una fuerza especial, forjada en la constancia y el amor incondicional.
La crianza implica un esfuerzo constante, tanto emocional como práctico. La rutina se llena de terapias, reuniones, apoyos escolares y adaptaciones, y a menudo el bienestar de quienes cuidamos queda en segundo plano. Por eso es urgente hablar de la salud mental de los cuidadores: cuidarnos y mirar nuestras propias necesidades, es la forma para poder estar presentes y acompañar de la mejor manera.
En este camino, encontrar una red de apoyo es un antes y un después. Compartir experiencias con otros padres que viven realidades similares trae alivio, comprensión y una validación que transforma. El sentido de pertenencia no solo disminuye la carga individual, sino que alimenta la resiliencia colectiva. No es simplemente un grupo: es un refugio emocional, un espacio para aprender, reír, llorar y celebrar cada avance.
La culpa también aparece, como una compañera silenciosa. Culpa por no “hacerlo todo”, por sentir cansancio, por no alcanzar expectativas. Pero en comunidad aprendemos a mirarla con perspectiva, a reconocer que la crianza perfecta no existe, y que lo que importa es ofrecer amor, seguridad y oportunidades para que nuestros hijos crezcan siendo quienes son.
Criar hijos neurodivergentes es un acto profundo de compromiso y esperanza. Es un camino que nos recuerda, todos los días, que la verdadera inclusión también empieza por cuidar a quienes cuidan. Y en ese cuidado mutuo, descubrimos que nunca hemos estado realmente solos.
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