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Educar desde el territorio: ¿Por qué la escuela rural es una oportunidad para Chile? Opinión www.freepik.es

Educar desde el territorio: ¿Por qué la escuela rural es una oportunidad para Chile?

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María Jesús Honorato
Por : María Jesús Honorato Decana Facultad de Educación Universidad de Las Américas.
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La pandemia transformó la relación entre las personas y sus territorios. En busca de mayor bienestar, tranquilidad y vínculos comunitarios, muchas familias y jóvenes optaron por dejar las grandes ciudades. En ese retorno a lo local y lo natural, surgió una nueva valoración del mundo rural y, con ella, una mirada renovada sobre el rol que cumplen sus escuelas.

Aprender en una escuela rural no es replicar en pequeño el modelo urbano. Es una forma distinta de enseñar y aprender. La cercanía entre docentes y estudiantes, las dinámicas multigrado y el trabajo colaborativo entre niños y niñas de distintas edades, generan experiencias pedagógicas profundas y significativas. Lo que en muchos contextos se impulsa como “educación inclusiva”, aquí es parte del día a día.

Hoy existen en Chile 3.380 escuelas rurales, que representan casi el 30% del sistema escolar. En ellas estudia el 8% del alumnado y trabaja el 12% del profesorado nacional. La mayoría imparte enseñanza entre 1° y 6° básico, y un 45% corresponde a escuelas uni, bi o tridocentes, donde un solo docente atiende a estudiantes de distintos niveles en una misma sala. Esta estructura, lejos de ser una desventaja, ha demostrado fortalecer la autonomía, el aprendizaje entre pares y el sentido de comunidad.

Si bien la matrícula rural venía disminuyendo, entre 2016 y 2020 esta tendencia se estabilizó e incluso mostró un leve repunte. En 2022, el 72,3% del alumnado en estos establecimientos era considerado prioritario, lo que da cuenta de su alta vulnerabilidad. Aun así, los resultados han mejorado: la tasa de graduación en enseñanza media se igualó con la urbana, la asistencia aumentó ligeramente y, en paralelo, el número de docentes creció un 23,8% en la última década, llegando a más de 31.800 educadores, quienes sostienen la educación rural en condiciones muchas veces adversas.

El valor de estas escuelas va más allá de lo pedagógico: son centros culturales, espacios de encuentro, redes de apoyo estatal y pilares de identidad comunitaria. Mantenerlas activas y con calidad no solo garantiza acceso a la educación, sino que favorece el arraigo y contribuye a frenar el despoblamiento.

Desde 2022 existe un Plan Nacional de Fortalecimiento de la Educación Rural, que, si bien representa un avance, muchas comunidades lo perciben como insuficiente y alejado de sus realidades. Para que tenga un impacto real, debe construirse desde los propios territorios: fortaleciendo microcentros, asegurando continuidad hacia la enseñanza media, articulando un modelo con matrícula sostenible, transporte adecuado, dotaciones completas, redes de apoyo y condiciones laborales dignas para quienes enseñan.

Chile necesita superar la mirada homogénea con que ha tratado históricamente su sistema escolar. La educación rural no es una debilidad que corregir, sino una fortaleza que debemos potenciar. Mientras no existan políticas construidas desde y para los territorios, seguiremos perdiendo la oportunidad de construir una educación más justa, pertinente y con sentido.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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