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La muerte, una oportunidad para replantearnos la vida FT Weekend

La muerte, una oportunidad para replantearnos la vida

Convertirse en huérfano a fines de la mediana edad puede ser liberador. Ahora estoy más dispuesta a tomar riesgos, sin padres a quienes complacer o cuidar en sus años de decadencia. Con mis hijos ya en edad adulta tengo menos ataduras. Así que, si quiero hacer algo arriesgado, no hay nadie que me detenga.


Por Lucy Kellaway*

En noviembre escribí un artículo que incitaba a las personas de una determinada edad a dejar sus importantes trabajos y acompañarme en la formación para ser profesor en una complicada escuela de Londres. Era un verdadero desafío, pero esperaba atraer el interés suficiente para un pequeño proyecto piloto. Algunas docenas de solicitudes habrían sido aceptables. Sin embargo, hasta la fecha, Now Teach, la organización que cofundé, ha recibido cerca de 800.

Al analizar cuidadosamente los currículum he estado buscando patrones, muchos de los cuales son como esperaba, sobre todo aquellos donde el encanto del mundo corporativo disminuye con el tiempo, mientras que el deseo de hacer algo más útil se hacía más fuerte.

Pero hay algo que me sorprendió: el papel desempeñado por la muerte.

La semana pasada, un futuro profesor me contó que lo que lo motivó a postular fue el funeral de un ex compañero suyo de la escuela de negocios. Este hombre se había convertido en un médico distinguido que había hecho cosas muy buenas en la vida. Su ex compañero de clases utilizó sus propios logros en marketing y bienes y decidió cambiar.

Lucy Kellaway.

Generalmente lo que genera este cambio es la muerte de tus padres, especialmente cuando el último de ellos fallece. Convertirse en huérfano a los cincuenta parece alentar a las personas a dejar la comodidad (como ser un socio en una firma de contabilidad) y presentar una solicitud para hacer algo agotador y posiblemente también muy incómodo (como ser un profesor de física).

Esto no debería sorprenderme, ya que es precisamente lo que me ocurrió. En mayo, mi padre falleció. Él tenía 90 años y había tenido una larga vida. Un par de días después de su muerte me arrastré al trabajo, sabiendo que a él no le habría gustado que me hiciera la enferma quedándome en casa.

Recuerdo haber escuchado a mis colegas discutir sobre un titular y mirándolos con incredulidad pensé: ¿Es en serio? No podía imaginar cómo a personas inteligentes y adultas les podía importar algo tan irrelevante.

Al final de esa miserable semana, le dije a mis amigos más cercanos que necesitaba hacer algo diferente con mi vida, y todos me respondieron: no lo hagas. Me dijeron que era absurdo hacer algo precipitado en momentos de aflicción y me advirtieron que ese sentimiento de desconexión no duraría.

Sabía que sobre esto último tenían razón. Cuando mi madre falleció 10 años atrás, fantasee sobre la idea de ser profesora pero no duró mucho, porque al cabo de unos meses el periodismo parecía tan fascinante como siempre.

Pero cuando mi padre murió, supe que esperar podría ser fatal. Poco tiempo después de informarle a mi empleador sobre mis planes, encontré un socio para ayudarme a establecer Now Teach.

Ahora que descubro que no soy la única, me he estado preguntando qué es lo que tiene la muerte que es tan estimulante. Obviamente, te obliga a preguntarte si estás haciendo lo que realmente quieres hacer. Hay un ejercicio realizado por los psicólogos que consiste en imaginar lo que dirán las personas en tu funeral. Esto siempre me ha parecido demasiado morboso y artificial, pero la muerte real de alguien a quien tú amas te hace reflexionar, quieras o no.

En segundo lugar, la muerte rompe la rutina. Una de las razones por la que las personas avanzan con dificultad en los mismos trabajos es porque es más fácil seguir en ellos que detenerse. La brutalidad de la muerte interrumpe la costumbre, detiene la vida en el acto.

Convertirse en huérfano a fines de la mediana edad puede ser liberador. Ahora estoy más dispuesta a tomar riesgos, sin padres a quienes complacer o cuidar en sus años de decadencia. Con mis hijos ya en edad adulta tengo menos ataduras. Así que, si quiero hacer algo arriesgado, no hay nadie que me detenga.

La última reflexión es acerca de la mortalidad. Toda persona dice que la muerte de ambos padres te obliga a pensar que “pronto será mi turno”. Pero para mí es lo opuesto, ya que mi padre vivió hasta los 90 años, por lo tanto, es probable que yo viva mucho más. De hecho, acabo de ingresar mis datos en una página para calcular mi esperanza de vida, la que me asegura que viviré hasta que tenga 94 años. «¡Aún quedan treinta y siete años!»

En vez de que el tiempo sea alarmantemente corto, puede ser aún más alarmantemente largo. Lo que la muerte de mi padre me ha enseñado es que a fines de la mediana edad hay tiempo de sobra para volver a empezar.

*Traducido por Francisca Olguín, Traducción Inglés Español, Universidad Arturo Prat (UNAP).

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