No resulta igual de fácil decir que no a una ensalada que a un apetitoso pastel. No es que uno no tenga fuerza de voluntad, es que nuestro cerebro nos bombardea doblemente con un estímulo de placer. Aquí te explicamos.
Es como si el universo quisiera ponernos a prueba. La comida a la que más nos cuesta renunciar es frecuentemente aquella que peor le sienta a nuestro cuerpo.
Si a uno le dicen que tiene que dejar de comer pepino, espinacas, zanahoria… El sacrificio no pareciera tan grande. Pero ¿y renunciar a unas papas fritas o a un dulce? Hay algo que los hacen casi irresistibles.
Pero, no, la culpa no es tuya. No es ni por falta de voluntad ni por un defecto genético. La culpa de que la comida que más nos apetezca comer sea la que más engorda la tiene el cerebro.
Un equipo investigador de la Universidad de Yale, en Estados Unidos, ha estudiado cómo nuestro cerebro responde a los alimentos y comprobado que aquellos que contienen tanto carbohidratos como grasas activan desmesuradamente su centro de recompensa.
Dana Small, líder del estudio publicado en la revista científica El metabolismo de la célula (Cell metabollism, en inglés) registró junto a su equipo de investigadores la actividad cerebral de un grupo de voluntarios a quienes enseñaron imágenes de alimentos con un alto contenido de carbohidratos, otros con un alto contenido en grasa y otras fotografías de productos que contenían los dos.
Después se les preguntó por qué alimento pujarían más si fuese sometido a una subasta.
En comparación con los productos que contenían solo azúcar o solo carbohidratos, el equipo vio que los alimentos con ambos componentes, como por ejemplo las donuts, generaban muchísima más actividad en el cuerpo estriado del cerebro, una región involucrada en la producción de la dopamina, el neurotransmisor del placer.
Además, también estaban dispuestos a pagar más dinero por un alimento con azúcar y carbohidratos.
Small cree que eso puede significar que el cerebro tiene sistemas distintos para evaluar alimentos grasos o altos en carbohidratos. Si ambos se activan al mismo tiempo, esto induce al cerebro a producir más dopamina y así obtener una mayor sensación de recompensa.
Pero eso es un efecto provocado por la comida que consumimos ahora. La investigadora sostiene que nuestros ancestros no se encontraban ante un doble estímulo cuando su dieta se basaba en animales y plantas.
«Nuestro cerebro está acostumbrado a recibir una única señal pero la comida moderna está engañando al sistema».
El hallazgo coincide con estudios en roedores que revelaron que estos mamíferos pueden regular su ingesta de calorías cuando se les da alimentos que contienen solo grasas o carbohidratos, pero se sobrealimentan y engordan cuando comen alimentos que contienen ambos componentes.