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Rousseff ahora corteja a los inversores después de que sus «sorpresas» los alejaron de Brasil


La presidente de Brasil Dilma Rousseff está trazando un nuevo rumbo para reactivar una economía desfalleciente: escuchar más a los inversores y tomar menos decisiones unilaterales.

Desde el 1º de enero, Rousseff se reunió a solas con once hombres de negocios, desde el multimillonario Eike Batista al presidente de Banco Santander SA Emilo Botín, para revertir la caída de la confianza que explica la tercera peor caída accionaria del mundo, esta semana la mandataria envió a funcionarios como el ministro de Hacienda Guido Mantega a Nueva York y Londres en busca de US$235.000 millones en inversiones en infraestructura.

La ofensiva llega antes de que mañana se conozca un informe que, según los pronósticos, mostrará que la economía creció un 1 por ciento el año pasado, la mitad del ritmo de los Estados Unidos, en tanto la inflación superó el 6 por ciento. Mientras que el resto de América del Sur se ve beneficiada por el optimismo respecto a que la crisis de deuda de Europa está siendo contenida y el crecimiento chino ha repuntado, en Brasil los inversores se preguntan que vendrá después de la lluvia de medidas tomadas desde que Rousseff llegó al poder en 2011, que incluyeron desde abruptos giros en la política monetaria a reducciones de los impuestos y las tarifas de los servicios públicos.

“Las autoridades se dan cuenta de que tienen un problema de confianza y es por eso que están ensayando una ofensiva de seducción”, dijo Luis Oganes, responsable de investigación latinoamericana de JPMorgan Chase Co., en una entrevista telefónica desde Nueva York. “Hay conciencia de que la política hiperactiva del año pasado dañó la imagen del gobierno. Lo que nos transmiten los funcionarios es que quieren bajarle el tono a esto y dar señales más claras” a los inversores.

Desconfianza de los inversores

Tras una década en el poder en la que se distribuyó a los pobres la riqueza generada por el auge de las materias primas de Brasil, el Partido de los Trabajadores (PT) de Rousseff ahora está tratando de superar obstáculos de larga data a un crecimiento más veloz que reciben el nombre de “Custo Brasil” o costo brasileño. El Banco Mundial clasifica la anticuada infraestructura brasileña por debajo de la de muchos países africanos y la carga impositiva del país como porcentaje del producto interno bruto casi duplica el promedio de 20 por ciento de la región, afirma Oganes.

Uno de los motivos de la dificultad del PT para atraer inversiones es la desconfianza que siente por la empresa privada. Rousseff, ex guerrillera que estuvo detenida durante la dictadura militar brasileña de la década de 1970, el 7 de septiembre prometió en un discurso televisado para conmemorar el Día de la Independencia “no descansar” hasta que los bancos y las compañías energéticas bajen sus comisiones y tarifas a niveles “civilizados”.

Brasil está lejos de una crisis como la que sufrió en 2002, cuando el mentor y antecesor de Rousseff, Luiz Inacio Lula da Silva, llegó a la presidencia mientras los inversores se deshacían de la deuda del país por el temor de que el ex sindicalista dispusiera una cesación de pagos.

Los niveles de deuda bruta, aunque en aumento desde 2011, son la envidia de las economías avanzadas, un vigoroso mercado laboral promueve una fuerte demanda y la inversión extranjera directa de US$65.000 millones el año pasado superó a todos los países excepto Estados Unidos, China y Hong Kong.

“Todavía tienen muchas cartas en la mano y, si las juegan bien, tendrán un gran futuro”, dijo en entrevista telefónica desde Nueva York Christian Deseglise, responsable de ventas de HSBC Holdings Plc para América y codirector del BRICLab de la Universidad de Columbia.

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