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¿Me voy a morir doctor? Historias de sábanas

¿Me voy a morir doctor?

Conti Constanzo
Por : Conti Constanzo Descubrió su pasión por los libros de pequeña, cuando veía a su abuelo leerlos y atesorarlos con su vida. Cada ejemplar de su biblioteca debía cumplir un único requisito para estar ahí: haber sido leído.
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En una de las salas del hospital que daban hacia las consultas de los médicos, esperaba Andrea mordiéndose las uñas. Estaba nerviosa esperando a su traumatólogo, no porque él fuera un hombre simpático, sino todo lo contrario, era una de esas personas en las que el sarcasmo y el humor negro dominaban y eso a ella le molestaba. Pero… ese no era el verdadero motivo de su nerviosismo, sino el hombre que siempre lo acompañaba. En las dos ocasiones que se habían visto, él no dejaba de comérsela con la mirada y ella… bueno, a ella le encantaba. ¿Quién era ese ojitos de piscina?

Una enfermera voceó su nombre:

-Andrea Ortiz.

De un salto se levantó de la silla y con decisión caminó hacia la consulta. Lo vio.
-¿Me trajo los exámenes para operarla?- quiso saber su médico sin siquiera mirarla, anotando unas cosas en la computadora.

Ella se sentía tan cohibida por aquel hombre de mirada penetrante, que en vez de responder con la personalidad que la caracterizaba, sólo pudo decir un escueto “sí, doctor”.

Tras hojear los exámenes por un momento se los entregó a su colega, quien se detuvo más en ellos. Luego, con una sonrisa capaz de bajarle las bragas a cualquier mujer, se los devolvió con delicadeza.

-¿Están bien?- preguntó asustada.

-Normales- respondió el traumatólogo.

En ese momento se imaginó saltando sobre la mesa para darle un sacudón al hombre que impávido le decía “Normal”. ¡Cómo lo odiaba! Pero al hacer el más mínimo movimiento reflejo, su mano le recordó por qué estaba ahí. Cómo le dolía la maldita mano, menos mal que era la izquierda y eso le permitía dominar bien la derecha, gracias a eso y a un rápido movimiento pudo arrebatarle los papeles.

-Bueno señorita Ortiz, al fin consiguió su operación, mañana a las 9 ingresa a pabellón para operar su muñeca, y así no se queja más.

« ¿No se queja más?», pensó Andrea.

-No es que me queje, me duele.

-Es sólo la muñeca- respondió como si nada. – Imagínese fuera el brazo.

Definitivo, quería matarlo, pero lo necesitaba vivito y coleando para que la pudiera operar. Sin más dilación, se levantó de la silla para retirarse, y fue en ese momento en que el otro doctor, que con suerte había abierto la boca, se puso de pie para abrirle la puerta. Cuando estaba a punto de salir escuchó al insoportable:

-Debe venir bien bañada mañana.

«Trágame tierra y escúpeme en mi casa», pensó, y como si se tratara de la niña del exorcista giró su cabeza para mirarlo con odio, entregándole algo parecido a una sonrisa.

Una vez en su casa, dejó salir toda su ira desahogándose con unos almohadones que estaban en el suelo.

-¿Qué pasa?

-Es que no lo aguanto Eli, el médico es de lo peor, te juro que si no fuera porque me tiene que operar le diría unas cuantas verdades.

-Tranquila Andy- le dijo su mejor amiga acariciándole el hombro para que se tranquilizara. -Todo pasará en unos días.

-Mañana termina mi tortura, me operan y ya no lo veo más- sonrió aliviada.

-¡Mañana!- chilló aliviada la chica- Por fin, y así podrás seguir con tu vida normal.

-Es lo único que espero, Eli. ¡Ah! y no sabes lo que me dijo el muy…

-¡Andy!- la regañó con cariño- ¿Qué te dijo el médico?

-¡Que me bañara bien! Y todo delante del ojitos de piscina.

-¿De quién?- preguntó su amiga asombrada ante esa nueva información.

-Nada. Nada.

-¿Nada? Los patos nadan en el agua, ahora tú, dime, quién es el ojitos de piscina y no me digas que nada porque no te creo.

Viéndose acorralada respondió suspirando:

-No sé.

-Cómo que no sé.

-Eso, no lo sé, sólo lo he visto un par de veces…

-¿Dónde?- la cortó impaciente.

-En… en el hospital.

-¡Y no me lo habías dicho! ¿Te lo habías guardado?

-No…

-¡¿Cómo qué no?!

-Bueno es que no sé quién es, sólo anota cosas en la consulta del insensato.

-Debe ser un enfermero entonces- concluyó Eli, mirándola con picardía-, el enfermero ojitos de piscina, mmm interesante.

-¿Qué película se está pasando tu mente?

-Ninguna película, la serie completita de Grey’s Anatomy amiga, con hospital y todo incluido.

-Deja de decir tonteras- rió, lanzándole el almohadón y dando por terminada la conversación.

Esa noche a Andrea le costó conciliar el sueño. Cada vez que cerraba los ojos pensaba en ojitos de piscina y eso le producía un escalofrío, uno muy agradable.

Al otro día muy temprano, mientras se amarraba la bolsa en la muñeca para ir a ducharse, refunfuñaba en contra de su médico, pero irremediablemente pensaba en el hombre misterioso que no la dejó dormir. Una vez que estuvo lista, se fue al hospital junto a su amiga.

Al llegar sí que estaba nerviosa, lentamente se quitaba la ropa tal y como el camillero le había indicado. Intentaba aquietar el temblor de su cuerpo diciéndose a sí misma que todo iba a salir bien, que era una operación simple y bla bla bla, pero la verdad es que el solo hecho de saber que la anestesiarían completamente, la aterraba. Casi se le salió el corazón al llegar a los pabellones. Hasta que vio llegar a su médico.

-Doctor, dígame ¿cómo me va a quedar la muñeca?

Él, en su forma de siempre, detuvo a una enfermera y le preguntó:

-Juanita, ¿cómo me quedan a mí las muñecas operadas?

-Bien doctor, muy bien.

-Ya lo ves. No tienes de qué preocuparte muchacha, si seré yo quien te opere, te quedará bien.

-Tengo unas dudas y quisiera aclararlas.

-Espera. Te mandaré a alguien- le dijo antes de entrar al pabellón y dejarla completamente sola en el pasillo, esperando.

En ese preciso momento, como si el universo se apiadara de ella, apareció su ojitos de piscina, vestido completamente de verde y con una sonrisa digna de comercial de pasta de diente.

-Andrea…

-¿Doc… Doctor…?

-Sí, soy el becario del doctor Suárez y lo asistiré en tu operación.

-¿Tú…?- preguntó ella en un tono más alto del que hubiera querido.

-Sí, yo, por qué, ¿tienes algún problema?

-Sí, eh…, no, no, ninguno- tartamudeó, atropellándose con las palabras-, es que pensé que eras enfermero.

-¿Y te molesta que sea médico?- inquirió levantando una ceja.

«¡Sííí, porque ahora me verás babear y con mi peor cara!», pensó, o mejor dicho gritó en su interior.

-No.

-Bueno, dime, cuál era tu duda.

-¿Duda?

-El doctor Suárez me dijo que tenías dudas.

Respirando profundamente antes de preguntar habló mientras exhalaba:

-¿Me voy morir doctor?

En ese momento, en vez de reír a carcajadas por la pregunta, él la miró con ternura y pasándole la mano por la mejilla respondió:

-Yo me voy a encargar de ti y de que no suceda nada mientras estás en el pabellón.

Antes de que ella pudiera responderle, apareció una enfermera para ingresarla.

Justo cuando la estaban pasando a la cama metálica, la camisola se le abrió completamente, dejando toda su humanidad a la vista, especialmente a ojos de uno que no disimuló una sonrisa al ver su tatuaje ubicado justo sobre su coxis.

Andrea suspiró, al fin la operaban de su mano y al fin volvería a ser ella otra vez. Justo cuando estaba a punto de cerrar los ojos, escuchó:

-Me encanta cazar mariposas, especialmente la que acabo de ver…

En ese momento, ambos se miraron como si se necesitasen, sintiendo una atracción que aumentaba, hasta que el medicamento hizo efecto y Andrea se durmió profundamente.

Álvaro, más conocido como Ojitos de Piscina, movió la cabeza de un lado a otro, ese… no era el momento ni el lugar para albergar los pensamientos que estaba teniendo.

Un par de horas después, Andrea despertó de la anestesia. Estaba todo bien.

Pasaron los días. Andrea ya se recuperaba en casa. Pero no había podido olvidar a su doctor favorito. Estaba pensando en él cuando Eli la distrajo de sus pensamientos.

-Ay amiga, mañana no podré acompañarte nuevamente al hospital, mi jefe no me dio permiso para llegar más tarde.

-No te preocupes, será solo una revisión, ya ni si quiera me duele.

-Y… ¿estás ansiosa por ir?

-¡¡No!!

-Como que no, si cada vez que vamos miras para todos lados buscando a alguien, y no me mientas que te convertirás en Pinocho, y narigona no te verías nada bien.

-¡Eli! No, ¿qué dices?

-Sólo la verdad amiga querida, nada más que la verdad.

Al día siguiente, Andrea sí iba con la esperanza de encontrarse al fin con Ojitos de Piscina. Ya había pasado más de un mes y varias visitas al hospital y nada. Había llegado a creer que todo había sido un sueño durante la operación.
Aún faltaba media hora para que la recibiera el kinesiólogo. De pronto, como llevada por alguna conexión especial, levantó la cabeza y lo vio. Andrea sonrió. No se atrevió a moverse. Además de detenerse ante cualquier persona que le preguntaba algo, era tan atractivo. Recordó su mirada, esa que le había dado toda la seguridad para cerrar los ojos y entregarse a lo que fuera en ese momento tan importante para ella.

Dejándose llevar por un impulso, Andrea se levantó por fin y caminó hacia lo que verdaderamente era una aventura. Su propia aventura. Parapetándose entre medio de la gente, esperó a que él se quedara solo en la consulta. Era ahora o nunca.

[cita tipo=»destaque»] Feliz de ver que su locura era aceptada y no se estaba tirando del puente sola, se lanzó a sus brazos para besarlo como llevaba días anhelando, su piel se erizó al sentir su lengua aterciopelada jugando con la suya. [/cita]

Cuando abrió la puerta, lo primero que vio fue a Álvaro anotando algo en una hoja, ni siquiera lo pensó, cerró la puerta tras de sí y tragándose todo su nerviosismo le habló:

-Si mal no recuerdo me dijiste que te gustaba cazar mariposas.

Ojitos de Piscina la miró anonadado. Tras unas milésimas de segundo, se levantó dispuesto a tomar lo que ella le entregaba.

-Y ten por seguro que la voy a cazar.

Feliz de ver que su locura era aceptada y no se estaba tirando del puente sola, se lanzó a sus brazos para besarlo como llevaba días anhelando, su piel se erizó al sentir su lengua aterciopelada jugando con la suya y ese sabor tan especial mezclado con menta, la terminó de enloquecer. Álvaro no sólo la estaba besando, literalmente se la estaba comiendo con la boca sin pensar siquiera en que estaban en la consulta del hospital.

Entusiasmada y sin medir consecuencias, dejándose llevar por el placer que estaba sintiendo, Andrea bajó su mano hacia el cinturón y desabrochó el botón del pantalón de Álvaro, introduciendo la mano buena. Se escuchó un gruñido de satisfacción.

-Esto es mejor de lo que pensé.

-¿Pensaste en mí?- le preguntó ella, sin dejar de acariciar su virilidad.

-Claro que pensé en ti- afirmó. Cómo le gustaba aquella mujer y más ahora que lo miraba con auténtico deseo. Puso una de sus grandes manos sobre sus senos tocándolos como si llevara toda la vida esperándola. Aunque hubiera deseado alargar el encuentro, sabía que en cualquier momento golpearían la puerta avisándole sobre su próximo paciente. Debían ser rápidos si querían saciar sus necesidades más animales, ¡y vaya que en ese momento eran un par de animales!

Así que, sin perder más tiempo, la acercó hacia el escritorio que estaba lleno de fichas, las tiró al suelo y sus cuerpos se entregaron al placer. Andrea agradeció al universo haber ido con falda, eso les facilitaba el trabajo enormemente, sobre todo ahora que Álvaro subía la mano por su muslo desnudo.

-Cazo a la mariposa.

Con la adrenalina corriéndole por las venas, Andrea asintió y fue el momento perfecto para que ojitos de piscina terminara de separar sus piernas e introdujera su erecto miembro.

Andrea gimió al primer contacto y sin saber por qué le dio un pequeño azote que hizo que el médico se calentara aún más, demostrándoselo con pequeñas, pero certeras embestidas, mientras susurraba:

-Cazada la mariposa.

Después de todo lo que estaba sintiendo, Andrea no sólo quería que Álvaro cazara a la mariposa, si quería podía poseerla por siempre.

-Podría quedarme aquí por siempre, pero…

No alcanzó a terminar, cuando una oleada abrazadora lanzó todo su autocontrol por la borda. Andrea ronroneaba en su oído.

-Yo también, pero ya estoy…

Nada, no la dejó si quiera terminar, no podía o acabaría en la gloria antes de lo pronosticado, así que volvió a atacar su boca con lujuria, acallando cada gemido. Ambos estaban disfrutando sin importarles las consecuencias. Andrea suplicó:

-No pares, dame más… dame más.

Encendido, Álvaro se lo entregó todo entrando y saliendo rítmicamente de su cuerpo sin parar. Luego de unas embestidas más, como si estuvieran sincronizados ahogando un grito de placer con sus bocas, ambos llegaron a la cima para caer en picada en el mayor de los éxtasis.

-¡Dios…!- susurró Andrea, sintiendo los temblores de su cuerpo y el palpitar de su miembro aun erecto dentro de ella, ninguno de los dos quería separarse, y mucho menos dejar de mirarse.

-Increíble.

Sólo nueve letras bastaron para que Andrea no se arrepintiera de nada de lo que había sucedido.

Una vez que sus corazones se calmaron, el doctor se retiró de su cuerpo. Segundos después, la puerta comenzó a sonar y una voz femenina se escuchó desde el exterior.

-Doctor, ya está su próxima paciente.

-Gracias, ya te aviso yo cuando la hagas pasar.

-¡Dios mío!- exclamó Andrea al darse cuenta de todo lo que había sucedido en realidad. -¿Qué voy a hacer ahora?

-Lo primero es tranquilizarte, y lo segundo- dijo él sonriendo- es cambiar de doctor.

-¿Cómo?- preguntó aún aturdida.

-Eso- repitió como si nada- cambiar de doctor, porque lo que es yo, quiero seguir cazando mariposas.

Ella sonrió, y estirando la mano para que se la cogiera respondió:

-Y yo quiero que sigas cazándolas.

A partir de ese instante, Andrea cambió de médico y nadó por mucho tiempo en esos profundos ojitos de piscina.

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