Publicidad
Capítulo 10: Es hora de la verdad Historias de sábanas

Capítulo 10: Es hora de la verdad

Conti Constanzo
Por : Conti Constanzo Descubrió su pasión por los libros de pequeña, cuando veía a su abuelo leerlos y atesorarlos con su vida. Cada ejemplar de su biblioteca debía cumplir un único requisito para estar ahí: haber sido leído.
Ver Más


Mauricio se aparta de la puerta, y con sus ojos echando fuego me mira sin comprender aun bien la situación. Parpadea un par de veces y con movimientos robóticos camina hacia mí cogiéndome de la cintura, y presiento que es porque el carabinero me está mirando solo a mí. En cambio la «paca» puedo jurar que se lo está comiendo con la mirada.

-¿Se encuentra bien, señorita? El conserje nos avisó sobre un incidente, a lo menos sospechoso.

-Un error -habla Mauricio tajante.

Eso me molesta enormemente, sobre todo por el tono de soberbia que utiliza y antes de que pueda volver a hablar, el carabinero prosigue:

-Según el conserje usted pidió que nos llamaran, ¿podría explicarnos la situación, señorita?

-Yo…, bueno, sí, sucede que el sr. Costabal llegó de repente entonces… -Dios, a cada palabra que digo me pongo más nerviosa.

-Carabineros de Chile no está para juegos, señorita -habla la «paca» sacando una libreta, y ahora se dirige a Mauricio-, ¿usted vive o no aquí, señor?

-No -responde casi entre dientes.

-¿Engañó al conserje para subir a este piso?

-No.

-¡Claro que sí! -exclama don Hugo y por más que intento hacerle alguna señal, él continúa-. Me engañó y además fue violento con la señorita Andrade.

-¿Perdón? -escucho que dice Mauricio avanzando hacia él de mala manera, sin importarle siquiera que los dos carabineros lo estén mirando-. ¿Usted es idiota o se hace?

Don Hugo se queda con la boca abierta y retrocede un par de pasos.

-Jamás fui violento con la señorita Andrade.

-¿Pero sí acepta haber engañado al conserje para subir a este piso?

-Necesitaba subir, era urgente.

-La justificación solo agrava la falta, señor -agrega el carabinero y Mauricio lo fulmina nuevamente de muy mala gana y sin ningún respeto-. Deberá acompañarnos a la comisaría, señor.

-No voy a poner ninguna denuncia -logro decir para tratar de arreglar un poco todo este mal entendido.

-Con o sin denuncia el señor aquí presente deberá abandonar el domicilio y acompañarnos a la comisaría.

Alargo la mano para coger la de Mauricio, pero ya ha dado un paso hacia adelante quedando al lado de los carabineros, ni siquiera me mira y es él mismo el que cierra la puerta de mi departamento, como diciendo que es ¡él! quien tiene la última palabra.

Cuando la puerta se cierra me quedo un par de minutos mirando, y a decir verdad también escuchando, pero todo está en completo silencio.  Cansada, abrumada y totalmente sobrepasada por la situación me acurruco en mi cama y sin saber cómo me duermo profundamente.

Lo primero que se me pasa por la mente cuando apago la alarma es Mauricio, y a posterior, ¡que no es casado! Y eso indudablemente me saca la primera sonrisa de mi cara.

Con ese ánimo me arreglo para ir a trabajar, y de corazón espero que mi querido hdp termine de contarme su verdad.

El ambiente en la oficina aun es de algarabía, en dos días nos vamos a unas pequeñas y merecidas vacaciones, y esta vez, sí que quiero ir.

Carmen es la primera en preguntarme cómo estoy y con una genuina sonrisa le respondo que bien. Me siento a trabajar llena de esperanza y sería mentirosa si niego que a cada dos por tres miro hacia el ascensor: sí, estoy esperando con ansias al señor Costabal.

Ni cuenta me doy cuando el reloj marca la una de la tarde y con eso ya sé que es la hora de almorzar.

-Hoy sí te invito la comida china -me dice Raúl, y con lo contenta que estoy lo cojo del brazo y así nos dirigimos hacia el ascensor. Ni siquiera me molesta cuando en el tercer piso se nos une María José de recursos humanos, incluso a ella le entrego una sonrisa.

Hoy, el sol sale para mí.

El almuerzo se me pasa rapidísimo -con Raúl es imposible pasar penas- y escucharlo hablar de sus hijos y de su mujer por alguna extraña razón me hace añorar a mi familia. Así que antes de volver llamo a mi mamá y me quedo un buen rato charlando con ella. No alcanzo a cortar cuando entra una llamada de Claudia y recién en ese momento me acuerdo que no les he contado nada y ellas siguen creyendo que el señor Costabal es casado.

-¡Mierda! -chillo hablando sola cuan loca, y como una verdadera cobarde dejo que el teléfono suene hasta que se pierde la llamada. En vez de irme a mi escritorio me voy a la sala de la fotocopiadora, único lugar que siempre está vacío, me siento y empiezo a teclear un escueto mensaje al grupo de “Las Brujas”.

14:15 *Antes que todo, no me maten porque realmente estoy viva, y viva de verdad, mañana les contaré todo en extenso, pero lo que sí les puedo decir es que el hdp no es casado!!!!

No alcanzo a terminar de escribir cuando un mensaje de Claudia aparece.

 14:15 Quiero saberlo todo….

 14:16 Con lujo y detalle.

Acota Paula, y veo como ahora dice, Fran escribiendo…

Y eso me aterra, porque llevo más de un minuto esperando y aun no aparece su papiro, y no solo yo estoy esperando sino que todas las chicas, porque nadie ha puesto nada, hasta que de repente aparece en la pantalla.

14:18 Me guardo todos mis comentarios.

-¡Qué! -chillo mirando a la pantalla, ¿más de cinco minutos para solo leer esto? Y a pesar de llevarme el primer dardo venenoso me atrevo a escribir:

14:19 Segura que no dirás nada, no es tu estilo.

14:20 Y el tuyo tampoco es ser tan descriteriada, nosotras estamos para ti a la hora que sea y tú… decides comunicarte con nosotras casi un día entero después. Si tú no tienes consideración con nosotras, a mí no me interesa tenerla contigo.                        

No doy crédito a lo que leo, pero muy en el fondo sé que tiene razón, y no dispuesta a dejar esto pasar, porque sí se merece una explicación, marco su número y antes del primer ring me responde:

-No gastes tu tiempo explicándome nada porque en este momento no quiero escucharte, Beatriz -murmura con tono cansado.

-Solo te llamaba para decirte que tienes razón.

-Siempre la tengo, esta no sería la primera vez. Ahora sigue trabajando, mañana hablamos.

-Fran… escúchame.

-Ahora no, Beatriz, así como a ti te gusta que respetemos tus minutos de no querer saber nada de nadie, hazlo tú conmigo. Mañana hablamos. Adiós.

Sin ganas de nada me devuelvo a mi puesto, y antes de sentarme Carmen me indica que el señor Costabal quiere verme.

-¿A mí?

-Pues sí, y debo decirte que no tiene muy buena cara.

«Mierda», y por una décima de segundo pienso en pedirle a Carmen que le diga que no estoy  o que le invente algo, y justo cuando estoy por decirle mi plan maestro, la puerta de su oficina se abre, y él como el diablo que es aparece sobresaltándonos a las dos.

-La espero desde hace más de media hora.

-Estaba almorzando, señor Costabal.

-¿Comida china? -inquiere más que en tono de pregunta de acusación.

-Sí -le respondo picaneándolo-, y con Raúl. ¿Tiene algún problema, señor Costabal?

-No tendría ninguno si cumpliera el horario de trabajo, como le dije anteriormente llevo esperándola media hora.

Con la rabia fluyendo por mis venas voy a responder, pero antes de poder hacerlo, el desgraciado mira su reloj pulsera y agrega:

-14:30 de la tarde, ¿tiene algo que agregar? -critica levantando una ceja, y hasta ahí llega mi defensa, treinta minutos tarde. Como ve que no respondo me hace una seña con la cabeza para que entre en su oficina, y aunque intento quedarme parada en la puerta, es él que con su mano me indica que tome asiento.

Nos miramos unos minutos sin decir nada, aunque tengo claro que me está recriminando por lo del almuerzo, hasta que al fin habla:

-Hoy es martes.

-No me diga -me mofo pero al segundo me arrepiento-. ¿Sí, por?

-Hoy no cenas ni te juntas con tus amigas, ¿verdad?

-No.

-Perfecto, entonces cenamos juntos. Creo que aún no terminamos de conversar.

-No es necesario…

-Lo es -me corta tajante y el muy desgraciado pasa su vista por mi escote haciendo que me sienta muy incómoda-. ¿Le parece a las nueve?

-O sea…, sí puede cenar conmigo, pero no soy buena para que su hija me vea… -se me sale del alma, él coge aire y mirando hacia otro lado responde:

-Para no creer necesario tener una conversación…

-No diga nada -pido compungida.

-Perfecto, puede retirarse, nos juntamos en el restorán chino que está cerca de su casa.

-¡Chinos! -exclamo-, pero acabo de almorzar comida china.

-Pero yo no -me corta enérgico-. ¿Tiene algún problema con eso?

-Para nada -respondo poniéndome de pie, y cuando estoy a punto de llegar a la puerta suelto-, ¿me puede aclarar una duda, sr. Costabal?

-Cuál -bufa de vuelta.

 

-¿Usted qué edad tiene? ¿15? Porque si es así avíseme para no ser pedófila -dicho esto y dejándolo con la última palabra en la boca cierro la puerta y me voy a trabajar.

A la media hora veo como Carmen, que a estas alturas creo que es una santa, entra en la oficina del diablo con una bolsa café, con lo que me imagino debe ser comida, yo podría haberle traído un arrollado primavera, pienso y me río sola.

Justo cuando dan las seis me levanto para irme, pero Raúl me pide que lo espere, y yo encantada me quedo un rato más esperándolo, así caminamos juntos hasta el metro, hasta que de pronto sale el señor Costabal.

-¿Paga horas extras? Que yo sepa no se las he cobrado -me dice-. ¿No tiene nada mejor que hacer, que aún está aquí en la oficina?

-Yo, he… -tartamudeo, pero es Raúl quien acude en mi rescate.

-Ya nos vamos señor Costabal, es que le pedí a Beatriz que me esperara -dice de lo más inocente, y es en este momento cuando veo como su mano se abre y se cierra en cosa de segundos.

-Caminamos juntos al metro -me apresuro en dar explicaciones, pero parece que al señor Costabal no le importan y así como llegó se va dejándonos a ambos sin entender nada, o bueno, a Raúl más que a mí. Como puedo distraigo a Raúl porque no tengo cara para decirle la verdad, y así, ambos salimos al fin de la oficina, y tal como quedamos caminamos juntos al metro, él toma el tren con dirección hacia «Los Dominicos» y yo con dirección hacia «San Pablo» para en un par de estaciones más hacer combinación y ser un cordero más que va al matadero, porque eso es lo que parecemos todos los simples mortales al tratar de tomar la línea morada o azul a las seis treinta de la tarde.

Una vez en el departamento me doy una ducha, me jabono hasta los lugares más oscuros de mi cuerpo y como si no quiere la cosa cojo la máquina de afeitar, uno nunca sabe cuándo se puede estar de fiesta, y yo… ¡quiero ver hasta los fuegos artificiales del año nuevo!

Me decido al fin por un vestido rojo que me hace sentir sexi, y para acompañar todo, las medias de ligas que sé que le gustan tanto. No lo voy a negar, sé para donde quiero llegar, o mejor dicho donde quiero terminar y no me voy a mentir a mí misma aunque por caliente me vaya al mismo infierno y me queme en él. Total, no seré ni la primera ni la última en quemarse por un hdp, pero es que el señor Costabal… ¡lo vale!

Con los ojos bien delineados, y los labios bien pintados me miro al espejo y sí, la mujer que me devuelve la mirada es la que quiero ser.

Cuan diva por la vida, y como si el universo me sonriera tomo el Uber que acaba de llegar, me queda claro por la cara del conductor que me veo para matar, y así, en cosa de minutos, y puntual como nunca, diez para las nueve llego al restorán. Me siento en la última mesa y como soy una mujer segura de mí misma me pido un pisco sour, pero no uno cualquiera, sino que el catedral.

Veinte minutos después comienzo a tamborilear los dedos contra la mesa mientras con la otra mano juego tetris en el celular. El maldito del sr. Costabal aún no aparece y ni siquiera un mensaje avisando que va a llegar tarde. Juro por todos los santos que en este minuto lo estoy odiando con todo mi ser, cierro los ojos y pienso que como es un crío de 15 años capaz y está en su casa corriéndose la paja frustrado y enojado para darme una lección, y ni siquiera pienso en disimular mis pensamientos, total, si en las primeras páginas de un libro que me hicieron leer en el colegio el escritor lo pone así textualmente, ¿por qué yo no puedo pensarlo?. “Mala onda” la cosa.

Se acabó, una hora después, dos catedral  y cuatro wantanes en el cuerpo decido que ya no más. Pido el Uber y me avisa que en diez minutos llegará, y como si eso no fuera suficiente castigo porque ya siento que toda la gente me mira y dice «pobre tonta» o «la dejaron plantada» la app me indica que está en tarifa dinámica, o sea me costara más del doble… para eso me hubiera ido en un taxi normal, pero a decir verdad, me da un poco de susto salir así a la calle, uno nunca sabe con qué loco se puede encontrar. Y cuando me estoy levantando al fin para irme, se me ilumina el alma y el corazón, así de patética soy. Mauricio Costabal con cara de circunstancias cruza la puerta del restorán. Como si caminara en cámara lenta lo observo sonreír amablemente a la china de la caja, y ella misma se levanta para guiarlo, hasta que me ve y su ceño se vuelve a fruncir.

-¿Te vas?

Antes de que le conteste suena mi teléfono y es el conductor del Uber quien me llama, seguro para indicarme que ya está afuera esperándome.

-Te prometo que tuve un problema -me dice realmente apenado y yo abro los ojos un poco más y me aplaudo a mí misma, ¡pensaba que me iba! Bueno, me iba, pero ahora que ha llegado, cambia la cosa…, así que como soy bipolar decido ganarme el Altazor y con mucha coquetería tomo el celular y respondo:

-No te preocupes Carlos -blufeo como si le hablara a un conocido, que claramente no entiende nada porque me pregunta ¿qué? dos veces, pero yo continuo con mi teatro-. Decidí a último minuto que me voy a quedar -concluyo cortando el teléfono.

-No tenía como avisarte.

-O sea -le digo envalentonada por los dos catedrales que tengo-, sabes mi dirección, lo que hablo con mis amigas ¿y no tienes mi número de celular?

-Aunque no lo creas…

-No te creo, eso sería insultar tus rasgos psicopáticos y hablaría muy mal de ti. Mejor simplemente dime que no ibas a venir y a última hora cambiaste de opinión.

-¿Qué crees que estaba haciendo? -inquiere con una sonrisa que juro me dan ganas de borrar.

-¿Quieres la verdad o te miento?

-Siempre la verdad.

-Mmm. -Bueno, ¿no quiere la verdad?-. Pensé que estabas masturbándote en tu casa.

Por supuesto que se le borra la sonrisa y casi se le salen los ojos cuando le suelto la barbaridad que pensé, pero es la verdad. Y sin darme tiempo a nada más llama al camarero y ordena un menú completo, y no contento con eso añade un vaso de agua.

-No estoy ebria -me defiendo.

-Pero tampoco sobria, y quiero que hablemos.

-Bueno, tú dirás, Mauricio –lo tuteo haciéndole un mohín de lo más infantil-, sino me queda más remedio, te escucho.

-Primero, ¿por qué siempre tienes que estar con Raúl?, y segundo, ¿quién era ese tal Carlos que te venía a buscar? ¿Que no tienes amigas que te recojan?

-¡Perdón! -exclamo un tanto fuerte llamando la atención de más de una persona-, yo tengo miles de preguntas, no quiero ni voy a responderte nada hasta que tú lo hagas.

-Dime -suspira exasperado.

-Primero, cuando fui a devolverte la billetera, tu hija, a la que no quieres que vea no sé por qué, me dijo que le avisaría a su mamá, y si mal no recuerdo se supone que eres viudo…

-No se supone -me corta enojado-, lo soy. Continua.

-Eso primero quiero saber.

Me ignora y con un gesto llama al camarero de nuevo, y este antes de llegar mágicamente nos trae el pedido, y lo primero que hace el sr. Costabal es entregarme el vaso de agua y espera a que lo beba. Lo hago solo por darle en el gusto porque ni de lejos estoy ebria con solo dos… ¿copitas? Tal vez un poco más valiente y eso me agrada.

-Esto será un monologo y te rogaría que me escucharas hasta el final sin interrumpir, lo que te voy a contar no es fácil.

-Bueno qué, me dirás que tu mujer se murió en un accidente y que ibas manejando tú -digo aburrida de tanto esperar y molesta por su forma de hablar.

-No iba conduciendo yo, lo estaba haciendo Soledad.

Eso me golpea. Fuerte, directo y siento que todo el efecto achispado del catedral me abandona repentinamente, y solo puedo pensar en «csm» esto no me puede estar pasando a mí.

-No me mires así, Beatriz -me advierte recostándose en la silla-, no necesito ni tu compasión ni tu simpatía.

Un silencio incomodo cae entre nosotros y no puedo dejar de preguntarme cómo se me ocurrió bromear con algo así, ni siquiera puedo imaginarme su dolor. Pero su voz me saca de todo pensamiento y lo miro de forma brusca, y cuan cobarde, después de unos segundos saco una pelusa inexistente del mantel.

-Disculpa, yo jamás pretendí… -intento aclarar pasándome la mano por el pelo-, burlarme de algo así.

-Lo sé, pero eres impulsiva, Beatriz –dice respirando profundamente-. Hemos venido a conversar, aunque en realidad no esperaba tener que contarte esto todavía -me confiesa y puedo ver una punzada de dolor en su semblante-. Mi vida cambió de golpe.

-Si no quieres contarme nada, no lo hagas, no es necesario -pido ocultando el temblor de mis dedos, nunca imaginé una confesión como esta y no sé si estoy preparada para escucharla.

-Llegado a este punto, si es necesario -empieza mirándome fijo como si solo nosotros dos existiéramos-. Soledad era diseñadora, nos conocimos en la universidad, comenzamos a pololear, nos comprometimos y al yo encontrar mi primer trabajo le pedí que se casara conmigo -lo veo ponerse rígido como un palo y ahora mira a un punto ciego-. Murió hace un poco más de dos años y medio en un accidente automovilístico, en el que ella iba conduciendo. No es una historia de Disney con «el vivieron felices para siempre».

Trago saliva y me bebo el vaso de agua que tengo servido para intentar pasar el nudo que siento en la garganta.

-Lo siento mucho -murmuro apenada, y en un acto que jamás imaginé, Mauricio estira su mano por sobre la mesa, vacilo un poco antes de tomarla y cuando lo hago puedo sentir su pulso acelerado a un ritmo que antes nunca había sentido.

-Desde ese punto en adelante la vida se nos pasó rápidamente, nos casamos el 2009 y al año siguiente Soledad quedó embarazada de Sofía, ninguno de los dos lo esperaba -se encoge de hombros como disculpándose de un acontecimiento no planeado-. Ante eso busqué un trabajo mejor, necesitaba más dinero para tener una mejor solvencia económica y darles lo mejor. Eso hice -sonríe tristemente-, y así los días, las semanas, los meses y los años nos pasaron por encima sin darnos cuenta.

Un día Soledad decidió darme una sorpresa. Fue a buscarme a la oficina para que nos tomáramos el fin de semana libre, solos los dos -instintivamente aprieto su mano no sé si para darle valor a él o fuerza a mí para lo que seguro viene a continuación-. Estábamos en pleno invierno y a ella le encantaba esquiar, así que decidió que nos iríamos a Farellones, a la montaña, al menos así lo había planeado ella, pero yo sabía que si subíamos un poco más encontraríamos mejores rutas para el descenso. Arrendamos una cabaña en lo más alto que pudimos llegar. Al otro día por la tarde mi suegra nos llamó para contarnos que Sofía estaba con fiebre, le dije a Soledad que no se preocupara, que con un paracetamol se le pasaría, que disfrutáramos del fin de semana, pero al llegar la noche ella estaba intranquila, y de repente me dijo que nos íbamos, que había llamado y que la niña seguía enferma. Me molesté y lo único que hice fue subirme al auto y esperar que Soledad empacara todo sola, cuando se subió al auto ni siquiera la miré, recliné el asiento y dejé que condujera ella -se detiene unos segundos y cierra los ojos, es como si lo estuviera recordando todo y yo incluso desde mi silla puedo sentir su angustia.

-No fue tu culpa, Mauricio -suelto con convicción, noto en su cuerpo que la culpa lo está matando.

-Estaba lloviendo fuerte, incluso sin ver lo podía sentir. Las curvas eran pronunciadas pero aun así Soledad no bajaba mucho la velocidad, y yo ni siquiera recliné mi asiento -repite resoplando un suspiro ahogado-. De repente sentí como el auto derrapaba y cuando abrí los ojos la vi maniobrar el volante de un lado a otro mientras nos ronceábamos por la carretera. De ahí en adelante todo sucedió demasiado rápido -se estremece frente a mí y ahora le cojo ambas manos con más fuerza-. El cinturón de seguridad no me permitió enderezarme, y lo que recuerdo perfectamente es el sonido de los neumáticos frenando, pero eso no sirvió de nada, nos estrellamos contra la baranda de contención y comenzamos a caer cerro abajo -mi estómago ahora sí que se me sube por la garganta y puedo imaginarme todo lo que me está contando como si lo viviera en primera persona-. Nos dimos varias vueltas de campana mientras rodábamos, pero yo casi no me movía de mi asiento, en cambio Soledad se golpeaba cada vez más duro como si fuera un muñeco de trapo que no pesara nada.

-¡Dios mío! -exclamo tapándome la boca con una mano, ya que Mauricio no me suelta la otra y me  la deja retenida.

-Lo siguiente que recuerdo cuando abrí los ojos es que estábamos de cabeza, yo en el asiento y Soledad tirada sobre el manubrio sin cinturón de seguridad. Habíamos dado tantas vueltas de campana que el auto estaba hecho mierda, pero a pesar de eso ella estaba respirando, o al menos así lo creía yo, porque juro por Dios que la escuchaba respirar. Intenté quitarme el cinturón pero no pude, ni siquiera podía tocarla. Con un pedazo de vidrio de la ventana trate de cortar mi cinturón pero nada… fue horrible. Empecé a gritarle a Soledad para que me mirara y nada.

-¿Estás seguro que quieres continuar? -le pregunto con toda la dulzura que soy capaz de reunir en cosa de segundos.

Él asiente con la cabeza, toma un sorbo de mi agua, se aclara la garganta y continúa:

-No sentí miedo, sentí pánico y sobre todo me sentí impotente, no podía hacer nada y para más remate mi brazo derecho no se movía, estaba roto en dos partes. Como pude intenté remover a Soledad con mi pierna, pero nada, hasta que de nuevo, no sé cómo, el auto se volvió a mover y comenzamos a caer de nuevo y fue ahí cuando perdí la conciencia totalmente. Pasaron horas hasta que volví a abrir los ojos desconcertado de todo, solo vi a los bomberos que me decían que todo estaba bien, y yo, el muy imbécil creí que me decían la verdad, sobre todo cuando les pregunté por mi esposa y me dijeron que estaba siendo atendida en la otra ambulancia.

-No sé qué decirte -le hablo con total sinceridad, jamás esperé que me contara algo de esta envergadura, o si quiera que algo así pudiera suceder, esto no es un libro ni una película, es la vida real y con más drama que el que jamás me pude imaginar.

-No hay nada que me puedas decir -se encoje de hombros regalándome así una pequeña sonrisa-. Al otro día me enteré que Soledad había muerto en el accidente. Pensé en Sofía y en cómo decírselo, pero mi madre ya lo había hecho por mí -hace una pausa para exhalar la nostalgia-. Después de los funerales yo quería estar solo, y así estuve por una semana, hasta que mi hermana llegó con mi hija y me dijo que me tenía que hacer cargo -vuelve a sonreír-. Mi ángel solo me abrazó y en vez de contenerla yo, lo hizo ella conmigo mientras yo lloraba como un crío con una niña de cinco años. No fui a trabajar durante tres meses, me consumí en mi propio dolor y egoísmo, me despidieron de mi trabajo y me quedé sin nada, todo lo que había construido se esfumó de mis manos en un abrir y cerrar de ojos. Un día Sofía me dijo que tenía hambre, fui a la cocina ¿y sabes?-me dice y espera que le pregunte.

-¿Qué…?

-No tenía nada para darle de comer, ni plata para ir a comprar. Ese fue mi punto de quiebre, ese fue el clic que necesité para saber que no solo yo me estaba yendo a la mierda, sino que me estaba llevando a mi hija también. Me fui a la casa de mis padres y fue mi madre quien me ayudó, no me abrazó, ni me habló con palabras bonitas, me obligó a afeitarme, me pasó un traje de mi padre y me echó de su casa obligándome a buscar trabajo. Dice que eso ha sido lo más duro que ha hecho en su vida, pero resultó, esa misma semana encontré un empleo en la empresa y todo comenzó de nuevo.

-Recuerdo el día que llegaste -le digo en un hilo de voz, acordándome de cuando lo vi por primera vez, nos habían advertido a todos que llegaría un nuevo gerente y que tenía un genio del demonio.

-También me acuerdo de ese día… y te odié -me dice así sin más, sin atisbo de culpa.

-¿Y qué te hice yo?, ni siquiera te saludé.

-Te reías -evoca con melancolía-, y conversabas con una de tus amigas tan inmersa en tu mundo que ni siquiera te diste cuenta que yo estaba hablando con Carmen.

-Perdón…

-Tú eras feliz, lo tenías todo y yo lo había perdido todo e inexorablemente siempre estabas ahí.

-No solo yo -me defiendo no sé bien por qué-, todos en el departamento estábamos ahí.

-Pero yo no me fijé en los demás… tú eras la luz que yo necesitaba apagar.

Muevo la cabeza sin entender lo que me está diciendo, hasta que aparece el camarero trayéndonos el segundo plato, cuando ni siquiera hemos comido el wantan o los arrollados primavera. Mauricio se sirve, come y yo lo miro anonadada

-Tengo hambre –me explica encogiéndose de hombros, como si no me hubiera contado hace minutos la historia trágica de su vida.

-Tengo una duda.

Se ríe a carcajadas, se limpia la boca y me dice:

-No serías tú si no la tuvieras.

-Tu hija, Sofía -me corrijo-, me dijo que si quería hablar con su mamá.

-Le dice mamá a su abuela, a mi madre.

-¿Por qué te molestaste tanto cuando te dije que la había visto? Es una enana hermosa, no el jorobado de Notre Dame -le digo para quitarle un poco de hierro a la situación, creo que aún estoy en shock.

-Porque desde que pasó el accidente hemos sido ella y yo contra el mundo, y a Sofía sí que no sabría cómo explicarle esto -manifiesta apuntándonos a ambos con el tenedor.

-¿Cómo tú y ella contra el mundo?

-Definitivamente tú escuchas solo lo que a ti te interesa escuchar, te pregunté hace algún tiempo si me habías visto con alguna novia o polola, ¿recuerdas?

-Sí, y te dije que no -afirmo.

-Pues bien, ella y mi familia tampoco.

-¡Cómo qué tampoco!

-A buen entendedor…pocas palabras, Beatriz.

Ahora sí que se me abre la boca en una perfecta “O” de incredulidad, no puedo imaginarme a semejante hombre solo como un dedo durante todo este tiempo, a pura manuela palma como diría mi hermano mayor. Y es en este momento cuando algo en mi cerebro me hace clic y logro procesar las sensaciones que provoca el señor Costabal. Emociones peligrosas, pero sobre todo complicadas y verdaderas. No sé bien como tomarme esto, o sí, en realidad lo sé, tal cual se toma un jarabe amargo que sé que al final me va a sanar o peor aún, me va a hacer adicta, porque yo me lo puedo pasar la raja, pero Mauricio siempre seguirá siendo el señor Costabal, y ahora con mochila incluida.

Al final siempre he hecho lo que él ha querido y ni siquiera tengo cara para tener vergüenza, porque cuando me toca…, uf, soy incapaz de controlarme porque se me revolucionan hasta las hormonas dormidas.

-Creo que todo lo que me has dicho es espantoso -confieso-, y no entiendo porque me lo has contado.

-Beatriz… -suspira y deja de comer-, te conté mi pasado para que entiendas mi presente y tengamos algo en un futuro.

-¿Qué? ¿Cómo qué algo?

-Te lo dije en tu departamento.

-Esto es tan raro -suspiro.

-No fuiste tú la que dijiste que querías intentarlo.

-Y tú me dijiste que, deja recordar tus palabras exactas… ¿me cagarías?

-Destruiría, ese fue el término exacto.

-¿Entonces?

-Ahora necesito pensarlo.

-¿Por qué? -me habla en tono agresivo-. Porque soy un hijo de puta, porque soy viudo o porque tengo una hija.

-A todo lo que acabas de decir la respuesta es sí, eres todo eso y más, pero no eres un hijo de puta, y eso te lo digo porque creo que tienes una santa madre, pero no por eso no eres un cabrón. Sí eres viudo y sí tienes una hija.

-Y

-Quiero pensarlo, eso es todo.

-Y si querías pensarlo, ¿por eso viniste vestida así y con esa boquita pintada de rojo?

Me quedo mirándolo fijamente, en cosa de segundos ha vuelto a ser el de siempre.

-Realmente eres un cabrón, pero déjame decirte una cosita, yo puede que me pinte los labios de rojo, pero tú vas por la vida creyéndote la última chupada del mate, porque sabes que eres guapo -le suelto con una sonrisa maquiavélica en los labios-. Y si has estado solo todo este tiempo es porque tú y solo tú lo has querido, simplemente por una elección.

-Eres una caja de sorpresas -sonríe y como no le contesto nada se acerca un poco más a mí por sobre la mesa-. Te sientes muy segura de ti misma, ¿verdad?

-No soy una mujer insegura. Ya deberías saberlo.

-Pues a mí no me lo parece.

-Entonces es que no te has fijado bien -refuto y al decirlo me felicito a mí misma porque me siento realmente orgullosa de lo que soy.

-Te he mirado más de lo que crees, pero a partir de ahora me fijaré aún más.

Y así con esas palabras damos por terminada la conversación y continuamos cenando como si no me hubiera tirado una bomba de racimo. Ni siquiera soy capaz de pedir postre, así que cuando terminamos salimos sin decirnos mucho, o al menos yo.

-Espero que ahora se te quiten las ganas de comer comida china.

Como estoy distraída solo lo escucho pero no atino a responderle nada y es ahí cuando vuelve a atacar muy en su tono.

-No quiero que almuerces con Raúl.

Me vuelvo a mirarlo, levanto las cejas y de corazón se me escapa una risa realmente catártica que creo lo enfurece, pero antes de que hable levanto la mano para acallarlo:

-Raúl es mi amigo y compañero, y como si eso fuera poco lo conozco desde antes que a ti, así que evítate el disgusto porque seguiré almorzando cuantas veces quiera con él, así como tú puedes hacerlo con María José o con quien se te dé la gana.

-Eso lo veremos. Ahora te llevo a tu casa.

-Me puede llevar Carlos -lo molesto con mi mentira anterior.

-Sube -me dice, o en realidad me ordena en su tono de siempre, y yo, ante un Carlos inexistente le obedezco.

-Gracias por la cena y las confesiones.

-A ti por escucharme, pero, cuéntame. ¿Qué vas a hacer ahora, tienes algo pensado?

-Ahora me irás a dejar a mi casa, tengo un jefe que odia que llegue tarde, es un tanto, a ver cómo decirlo… -me bajo un poco la falda que se me ha subido más de lo debido y veo como los ojos de Mauricio me comen-. Cabrón.

-O sea, no eres tan segura de ti misma si no puedes plantarle cara -se acomoda bien en su asiento adoptando la posición de diablo-. Ya me lo suponía -expresa arrancando su auto de mala gana, y es ahí cuando una perversa pero pequeña idea comienza a fraguarse en mi interior, así como diría Carlos Pinto «nada hacía presagiar… lo que vendría a continuación».

Apenas llegamos al semáforo que ruego marque el rojo, me desabrocho el cinturón de seguridad que me obligó a ponerme y tomándolo desprevenido lo tomo por la cabeza y le estampo el beso que tantas ganas tenía de darle desde cuando lo vi con los ojos tristes. Lo tengo cogido con las dos manos y está tan sorprendido que no sabe cómo reaccionar en tanto yo lo beso como una salvaje y enrosco mi lengua con la de él, disfrutando del mejor de los manjares, como el postre que no me comí.

Me devuelve el beso incluso con un mordisco que instintivamente siento en mi entrepierna y mi mano se va directo a su pecho, hasta que ambos sentimos como el idiota de atrás nos da un bocinazo para que avancemos.

-Me importa una mierda lo que le inventes a tu jefe mañana -dice con la mirada turbada por la lujuria-. Siéntate y ponte el cinturón, ya.

Tal como si fuera un auto de carreras que no es, pasamos de 0 a 50 km por hora en cosa de segundos, claramente está tan caliente como yo y antes de reírme a carcajadas me muerdo el labio, pero ni eso basta para que ahogue el suspiro cuando deliberadamente toma mi mano y la pone sobre su pene, duro como una roca.

-Esto lo solucionas -se queja apretando tanto el volante que los nudillos se le ponen blancos. ¡Y qué me dijeron a mí! Sin siquiera dejarlo terminar le subo la camisa y con una maestría que no sabía que poseía desabrocho el botón de su pantalón y acaricio su bóxer, porque, bueno, soy osada pero no kamikaze.

-Maldición -gruñe ronco-, pasa la mano por debajo -musita casi en tono de súplica.

Al hacerlo, soy yo la que gime de gozo al sentirlo húmedo, es una sensación de placer que ni siquiera sabía que existía y como si mi mano tuviera vida propia comienzo a acariciarlo desde arriba hacia abajo sintiendo cada roce en mi interior.

-A esto me refería cuando te dije que eras una caja de sorpresas.

-¿Buena o mala? -jadeo excitada, quemándome por dentro.

-Maldición, Beatriz, soy contador auditor, en mi vida todo cuadra perfecto y está planeado.

-En la mía esto se llama dejarse llevar -me defiendo sin aminorar el ritmo-, solo deja de pensar, además tu diversión está por terminar, estamos a punto de llegar a mi departamento.

Mauricio gira la cabeza como la niña del exorcista, y con una sonrisa pícara me informa que se va a bajar, y antes de que pueda refutarle estaciona el auto en frente del edificio. No sé en qué momento se abrocha el botón, pero me lleva de la mano hasta que entramos al ascensor, y cuando las puertas se cierran me tira contra la pared y apega su erección.

-Me estás provocando, Beatriz… -y en respuesta a eso yo apego aún más mi pelvis-, así ni diez minutos voy a durar.

Y aunque esa frase podría sonar mata pasiones, a mí me llena de alegría, a penas llegamos a mi piso saco la llave, pero no soy yo la que abre, sino que Mauricio que apenas cierra la puerta atrapa mi boca con vehemencia y con esa misma fuerza empieza a tironearme el vestido, que por supuesto que como no es Hulk ni el animal favorito de Escocia no se rasga ni nada por el estilo, así que soy yo misma la que me bajo el cierre y es ahí cuando mi lobo hambriento de más, sin quitarme el sostén, atrapa mis pezones, y lo siguiente que veo es su boca succionándomelos. Cierro los ojos, porque así la que no va a durar nada soy yo, así que como puedo empiezo a desnudarlo y sin ayuda, porque él lo único que hace es tocarme, ¡parece pulpo!… ¡y me encanta!

Paso la lengua por su cuello y con pequeños besos que algunos terminan en mordidas voy bajando hacia su pecho y cuando llego a sus pezones los muerdo igual como él lo hizo anteriormente y con las manos temblorosas desabrocho de nuevo su botón para bajar hacia el sur arrastrando conmigo sus pantalones y su bóxer. Justo cuando estoy lista para chupar, Mauricio me detiene con su mano, eso sí, casi sin fuerza de voluntad.

-Para… por favor.

-Solo siente, Mauricio.

-No es eso -me vuelve acariciar el pelo-, así no voy a durar, deseo sentirte, Beatriz.

-Y lo harás.

-No quiero esperar -me dice sonando absolutamente resuelto y con eso me jala por los brazos y quedo a su altura.

-Pidiéndomelo así -le coqueteo quitándome al fin el vestido. Me levanta por la cintura sin previo aviso y yo chillo de placer, Mauricio juguetón me pone… me pone caliente.

-Voy a follarte a mi modo, a mi forma y sin contemplaciones -gruñe-, así como tú cumpliste tu fantasía, yo voy a cumplir la mía -jadea asaltando mi boca con tanta brusquedad que hasta nuestros dientes chocan al juntarse-. Dime que estás caliente.

-¡Mauricio! -exclamo porque jamás lo había escuchado expresarse así.

-¿Qué? ¿Me dirás que no lo estás? Estás húmeda y sé que es por mí -se jacta y yo asiento, para que le voy a mentir, ¡y ahora!

Sin esperar más, se quita el pantalón aun conmigo en brazos, me lleva a la habitación, que gracias al cielo está ordenada, y justo cuando me deja sobre la cama me penetra sin compasión de una sola vez. Le rodeo con las piernas en tanto sus embestidas son feroces, incluso dolorosas… y aunque me avergüence reconocerlo, me gustan. Siento tanto que incluso sus testículos hinchados me golpean excitándome aún más con cada empujón.

-Te gusta duro -no sé si pregunta o afirma, porque además creo que la respuesta no le importa, esto es a su modo y yo no tengo ni voz ni voto-. No cierres los ojos -me ordena cuando intento pestañar para aguantar un poco más-. Siénteme, acéptame….

¡Dios! «Acéptame» es más que sexo, es más que todo esto. Apenas puedo procesar esas ocho letras mientras me está llenando por completo. De pronto y no sé cómo, ahora quedo yo sobre él sentada a horcajadas y me permite a mi marcar, o mejor dicho sentir con el ritmo frenético que ambos tenemos. Por mis venas no corre sangre, sino que pura adrenalina que se abre paso al placer desenfrenado que ambos sentimos, nos faltan manos para tocarnos y bocas para besarnos. A nuestro alrededor los jadeos y gemidos se mezclan con nuestras respiraciones agitadas abriéndose paso bruscamente en nuestros cuerpos. Sus manos se apegan en mis caderas para apresurar mi propio ritmo, y de pronto, una embestida, seca, dura y brutal me hace gemir más fuerte de lo habitual, pero rápidamente es acallado con un beso abrasador que me lleva en cosa de segundos al punto más brillante de mi propia galaxia.

-Dámelo todo -me exige-, ¡lo quiero todo y ya!

Igual como se quema un fósforo arqueando su palo, mi espalda se curva en un orgasmo bestial que no solo me lleva a mí al precipicio, sino que nos arrasa a los dos.

Y cuando lo miro a los ojos, veo algo abrumador. Me veo a mí misma, y lo peor es que un sentimiento de pequeñez me embarga. Con cuidado me salgo de encima y me acuesto en la cama dándole la espalda a Mauricio, rezo para que no me toque, no solo mi respiración está a mil, sino que algo mucho peor también. Mis sentimientos.

De pronto lo primero que siento en mi trasero es su pene tan erecto como hace dos segundos, y luego su pecho pegado a mi espalda mientras su brazo rodea mi cintura, atrapándome un poco más.

-Mierda… -murmura.

-¿Qué… te pasa? -pregunto sintiéndome culpable, recriminándome todo lo que acabamos de hacer, sobre todo después de tamaña confesión.

-Me pasas tú -y como se dice vulgarmente me «puntea» y suelta una risita, que hasta podría jurar que nerviosa-, no te escondas de mí, Beatriz.

Lentamente me giro y quedamos frente a frente, mirándonos. Alisa mi pelo y con una ternura dolorosa me quita el sudor de la frente.

-No pierdas esa seguridad en ti misma que te caracteriza pensando algo errado de lo que acaba de suceder.

-No sé qué pensar…

-No tienes nada que pensar, Beatriz, solo tienes que sentir -me aclara y empieza a besarme lentamente y yo sin siquiera darme cuenta ya estoy sobre él abriéndome de piernas para dejarlo entrar en tanto él con sus dedos comienza a acariciar mi clítoris hinchado, y me susurra pegado a mis labios-. Te gusta así, Beatriz.

«¿Qué si me gusta?, ¡Dios! Estoy en las estrellas», así que en vez de hablar, solo asiento con la cabeza y me muevo un poco más, en tanto el cabrón sonríe satisfecho por lo que está haciendo.

Con sus manos me acomoda a un costado y me indica que me ponga en cuatro mientras él se pone detrás. Primero me tenso, luego cuando siento su pene ingresar por el camino correcto y no prohibido logro relajarme un poco, sobre todo cuando sus dedos retoman el masaje justo donde lo había dejado.

-¿Estás preparada? -me pregunta enroscando su mano libre en mi pelo y antes de que pueda responder siento la primera estocada que arquea mi espalda, y aunque siempre pensé que era delicada del pelo, porque cuando me lo tengo que desenredar llego a llorar, ahora compruebo que no. Mi cuello se arquea en cada embestida erotizando todos mis sentidos expulsándolos en forma de gemidos femeninos que se entrelazan con los roncos y masculinos gruñidos de Mauricio.

-Me tienes loco.

Y así, con esa simple oración, expuesta ante él completamente llega mi segundo orgasmo, con tanta fuerza como el primero, con la única diferencia que esta vez no tengo fuerza para gritar, pero no por eso mi cabrón favorito no lo hace, avisándome a mí y a todos los vecinos que espero no estén escuchando que también ha llegado a su final abrazándome, rodeándome por la espalda sin dejar que me separe. Ambos caemos a la cama y aunque me encanta la sensación de Mauricio pegado a mi espalda, sobre todo cuando besa mi nuca, siento que necesito respirar sin un peso adicional. Y creo que como siempre me lee el pensamiento, se hace un lado, y cuando creo que voy a poder respirar me rodea con sus brazos firmemente. La sensación me conmueve, pero eso no es lo peor, me sobrepasa, me sorprende y por primera vez en toda mi vida me siento pequeña, y no solo eso… me siento completa.

-Me quiero quedar así -susurra en mi oído.

Sonrío en silencio, yo quiero lo mismo, así que en respuesta me vuelvo a pegar a él y lo siento.

-¿Qué? -le digo dándome vueltas ahora para mirarlo-. ¿Eres insaciable?

Se encoge de hombros como si no fuera tal cosa, y mi respuesta automática es mover mi pierna y ponerla sobre su pene que esta como un boy scout “siempre listo”

-Si te duchas -digo bajito cerrando los ojos, porque aunque no parezca, sí tengo vergüenza-, puedo solucionarlo.

-Solo si nos duchamos juntos y tú me dejas hacer lo mismo.

-Yo no tengo ese problema -chillo moviendo mi pierna-, el problema eres tú.

El niega con la cabeza.

-Mi problema se llama Beatriz.

-Mauricio… yo no quiero ser un problema en tu vida.

-Eres mi maldito problema, señorita Andrade, desde el día que entré en la empresa y te vi sonreír.

-Cuando me odiaste –le recuerdo sus propias palabras.

-Cuando me gustaste -me corrige besándome en la nariz-, y solo llevaba ocho meses de viudez.

Eso me golpea frío y directo, no esperaba tanta sinceridad post coital.

-Mauricio yo…

-¿Vamos a la ducha?

Ninfómana seguro que me estoy volviendo, esa mísera propuesta me vuelve a excitar, lo tomo de la mano y juntos entramos a la ducha y el agua caliente cubre nuestros cuerpos al mismo tiempo que yo siento ese sabor salado al que creo que me estoy haciendo adicta, y tal como me lo advirtió, la reciprocidad del placer también me embarga a mi dejándome satisfecha de placer. Con movimientos lentos esta vez volvemos a la cama. Mauricio apoya su frente sobre la mía y un silencio cómplice abre una extraña conexión entre nosotros. Respiramos hondo bebiéndonos nuestros suspiros mientras sus manos se entierran en mi pelo ahora sí que muy enredado.

-No muevas más los dedos, me va a doler -pido acariciando su espalda húmeda.

-Te advertí la primera vez que dolería.

-Que me destruirías, para ser exacto -le recuerdo-, pero esto lo solucionará el bálsamo.

-¿Y tendrás suficiente bálsamo para mí? -me interroga y siento que no se refiere al pelo.

-Te pedí que me dejarás pensarlo… -le sonrío cómplice, y antes de que termine la frase él despega sus caderas de las mías.

Suspira, me mira, resopla y un par de minutos después me dice al mismo tiempo que se levanta.

-No llegue tarde mañana a trabajar, señorita Andrade, follarse al jefe no le dará ningún beneficio.

Apoyo el codo en el colchón y muevo la cabeza de un lado a otro por incredulidad a lo que me acaba de decir, pero tal como pensé en el restorán chino, Mauricio siempre será el señor Costabal, y eso no cambiará.

-No se preocupe señor Costabal, tengo quien me lleve mañana a trabajar -le miento, y acto seguido cojo las sábanas y me tapo con ellas, sorprendiéndolo-. No necesito mostrarle la salida, usted ya la conoce.

Sé que se está vistiendo, porque siento cada prenda que se pone acompañada de un bufido, pero yo no lo miro, no puedo… hasta que cinco minutos después siento la puerta cerrarse y con eso sé que se fue.

Publicidad

Tendencias