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Mi viejo me invitó a abortar Yo opino

Mi viejo me invitó a abortar

Giannina Gutiérrez
Por : Giannina Gutiérrez Feminista y profesora de historia
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Debió ser a los 12 o 13 años cuando escuché por primera vez la palabra “maraca”. También fue la primera vez que alguien que no fuera de la escuela, me hablara de sexualidad y de cómo eran vistas las mujeres a cierta edad y “cumpliendo algunos requisitos sociales”. Era obvio, mi viejo sólo buscaba protegerme, y en su minuto así lo entendí. Pero la naturaleza es sabia y me entregó vida para recordar, pensar y cuestionar esas palabras. Bastaron unos 12 años para llegar a la siguiente reflexión, y cito a mi viejo –o lo que mi memoria permite que diga- para clarificar este recuerdo.

“Hija, anda pensando en cómo te vas a cuidar, porque es un tema complicado y sé que tu mamá no te dirá esto hasta que tengas 20 y será tarde”, sonaba consciente… “Usted puede pololear y tener relaciones sexuales con cuántos hombres quiera, pero no te embaraces. Tienes que pedirle al cabrito de turno -asumiendo que tendría una sexualidad activa- que use condón y tu preocuparte de tomar la píldora siempre, porque aunque sea una vez la que te hayas acostado con alguien y te embarazas, todos los que vengan después creerán que eres maraca porque así somos y así pensamos.” ¡Plop!

Fue un balde de agua fría, realidad y desilusión. No cuando lo dijo, con 12 o 13 años ya ni me acuerdo. El impacto lo sentí cuando me embaracé y parí una hija, un ser humano de sexo femenino. Ese proceso me obligó, en pleno desconocimiento de las penas judiciales que viven las mujeres que abortan, a parir. Por años pensé que  había “decidido” ser madre, en realidad no fue así. Fue cuando supe formalmente que estaba embarazada –porque en realidad somos tan sabias que cada cambio físico, intelectual, psicológico, externo, podemos sentirlo- supe que debía resolver algunas cositas. Por ejemplo, eso de que me dijeran maraca por parir.

Mi viejo nunca lo supo pero su consejo permitió que no me embarazara a la primera, y que pudiera defenderme al vivir violencia machista dentro y fuera de pololeos, relaciones de convivencia, laboral, escolar, callejera, etc., etc., etc. Ese beneficio inventado y vivido, también me llevó por mucho tiempo a pensar lo mismo ¡gran error!

Quienes están equivocados son quienes nos achacan con sus presunciones y prejuicios, opiniones gratuitas que la mayoría de las veces no queremos oír. Por otra parte, eso de “tu madre no te lo dirá hasta los 20”, ratificó mi desilusión puesto que fue cierto. Me encontré en el ser que más amo con una fuerza contradictoria, llena de fuerza y empuje pero con mirada machista, heredada de una familia materna proletaria y machista donde a los hombres les servían más comida porque “trabajan más que las mujeres”, como si criar 10 niños y niñas fuera la papa. En fin. Seguí en mi recuerdo reflexivo y llegué a preguntarme… ¿Por qué mi viejo es quien verbaliza la preocupación, mi viejo y todo, pero un hombre? Volví a la tradición machista que la pobreza ha sabido reproducir.

Avancé a lo de “la pastilla” y aunque en su afán de protegerme de “los buitres” como dice mi viejo, me contó que los hombres usan condón, o al menos yo debería hacer explicita mi voluntad de que así fuera, igual me enrostró esa responsabilidad impuesta de la planificación familiar. Las píldoras, famosas, molestas, pequeñas, se pierde una y el mundo se acaba. Puro control sobre mi cuerpo. Y no solo con ello, era mayoritariamente mía la responsabilidad de no embarazarme – como si las ETS no fueran lo suficientemente peligrosas como para incluirlas en su consejo- y además debía procurar no hacerlo para que no me trataran de maraca “porque los hombres pensamos así”. Ya ¿y? Maraca hasta donde se es un instrumento musical. Y la guagua no suena cuando una la porta, lleva, vive en el útero. Pero lo del sonido es secundario, me preocupa que otros que no conozco opinen sobre mi sexualidad. Me entristece saber que, si no detenemos este machismo asqueroso ahora, mi hija vivirá lo mismo. No sólo que no pueda decidir sobre su cuerpo, sino que, si se embaraza, le dirán maraca. Lo que es lo menos grave si le toca vivir violencia obstétrica, luego encargar la guagua para salir a trabajar, donde además le pagarán menos por nacer mujer. La acosarán en la calle, verá como unos señores que sumando las edades que tienen, reflejan la data de sus concepciones sobre los derechos reproductivos, los que además, salvo algunas excepciones parlamentarias, no priorizarán por nuestra autonomía, sino por el rol que el estado machista desde siempre no ha adjudicado –sin pedirnos la opinión.

Las palabras de mi viejo fueron la reproducción de un machismo progre, estilo “compañero lleve la guagua”, donde no se cuestiona la instrumentalización de nuestros cuerpos como objetos sexuales, placenteros para los hombres, donde cumplimos un rol pasivo respecto a nuestros derechos reproductivos, sino que además se nos estigmatiza.

Pasaron varios años, no fue la única vez que escuché eso. Y es realmente triste ver, gracias a los lentes feministas, las múltiples formas de violencia hacia nosotras, donde los derechos reproductivos son más tema de quienes no se embarazan, que de quienes sí. Me pregunto entonces ¿por qué hemos demorado tanto en defender y visibilizar que somos dueñas de nuestros cuerpos y libres de decidir sobre qué hacemos con él? La respuesta fue inminente: “por miedo”.

El Servicio Nacional de la Mujer y la Equidad de Género -actual ministerio-, en julio de este año se refirió a este problema, indicando que las mujeres víctimas de violencia de género demoran en promedio 7 años en denunciar a sus agresores. Las razones para dilatar la presentación de una denuncia por maltratos físicos, psicológicos o sexuales responden principalmente al miedo de las víctimas, quienes generalmente no cuenta con las redes de apoyo de cercanos; la dependencia económica o la baja autoestima”.

Por su parte la Red chilena contra la violencia hacia las mujeres registra 58 femicidios en lo que va del año 2017, los que pudieron evitarse si padres como el mío no nos tiraran “su verdad” de golpe y nos enseñaran a pensar y cuestionar, a responder cuando nos violentan, a defendernos y ser solidarias entre nosotras. Ellos siempre se protegen y defienden para justificar sus acciones.

Por miedo y después de parir, aborté. El recuerdo de las palabras de mi viejo que me invitó a abortar. Los detalles me los guardo para crecer. Aborté la opción de ser madre nuevamente, aborté los prejuicios, aborté para que la palabra maraca se use en lo que corresponde y no como un prejuicio hacia nosotras por vivir una sexualidad informada,  placentera, libre. Aborté porque mi cuerpo es mi territorio. Aborté para vivir y fue mi viejo quien me enseñó a hacerlo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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