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Mi cuerpo, mi historia Yo opino

Mi cuerpo, mi historia

Daniela Barría
Por : Daniela Barría Socióloga y Magister en Trabajo Social y Políticas Sociales de la UDEC, Máster en Antropología y Etnografía de la Universidad de Barcelona. Experta en estereotipos femeninos de belleza, medios de comunicación y vida cotidiana de las mujeres.
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Nunca está demás volver a reflexionar sobre la construcción social del cuerpo femenino, esto porque siempre se está armado y desarmando, y con ello, obtiene nuevos significados a nivel macrosocial y distinto impacto en nuestras vidas cotidianas. En esta ocasión la reflexión va dirigida a las muchas veces mal llamadas aberraciones del cuerpo femenino y los efectos de sus correcciones en la vida de las mujeres.

Las consideradas aberraciones del cuerpo femenino, los “Pecados capitales del cuerpo de una mujer”, son principalmente la grasa en exceso o mal distribuida, la flacidez, la celulitis, la piel envejecida, ajada o con aspecto cansado, las marcas o manchas en la piel, las ojeras y el cabello poco brillante, reseco y con puntas partidas. Si me faltan algunas, deben ser las menos, y no
mencionaré a la dentadura pues es tema de salud bucal, cuestión algo más complejo que solo lo estético.

Una mujer con ojeras y arrugas cumple con dos pecados capitales que son percibidos directamente pues vamos dando la cara a los demás, ¿Cómo se salva de ser una pecadora?, corrigiendo el defecto por medio de tratamientos de belleza, algunos de larga duración, otros de corta duración, como sería una cirugía estética facial.

Esta última cirugía encierra un efecto muy poco reflexionado, que es la interrupción de la línea natural de la vida de una mujer, su historia escrita en la piel, lo explico con más detalle a continuación: resulta que nacemos y vamos creciendo, a medida que crecemos cumplimos años en este planeta llamado Tierra. Con el paso de los años, vamos adquiriendo marcas, no sólo en forma de arrugas, algunas son parte de vivencias que arman nuestra historia personal, como cicatrices de caídas en la niñez, operaciones, entre otras.

Borrar las marcas que son parte de nuestra historia personal nos transforma en un libro al cual se le borran capítulos y, como siempre pasa cuando uno borra algo que ya fue escrito, “deja rastros”. El ejemplo más claro es escribir con grafito sobre una hoja en blanco y luego borrar eso con una goma, o escribir con tinta y borrar con corrector. Claramente se elimina lo que se escribió, pero lamentablemente la situación jamás vuelve a ser exacta a la anterior, la hoja muestra de una u otra forma que ya fue escrita.

Al eliminar las arrugas del rostro, la mujer intenta volver al pasado, volver a ser joven, pero no reflexiona en que ya fue joven, que esa etapa ya pasó, por tanto para volver a obtener algo similar tendrá que estar abierta a las marcas que el procedimiento deje y además, a intervenir en su historia, borrando información de su cuaderno personal, su cuerpo.

Si bien la sociedad nos recuerda todos los días que estar vivos y jóvenes es lo óptimo por el sistema superficial y consumista en el que vivimos, mi reflexión del día es que tratemos de ser críticos, que al menos meditemos no solo en los riesgos que pueden traer las cirugías, sino también en la historia que nuestro cuerpo muestra con la mayor dignidad posible.

Con esto no me manifiesto en contra de cirugías estéticas que mejoran la calidad de vida de las personas que sufren vulneración de sus derechos por apariencia física, ni los que deciden una operación por salud, sea física, mental o emocional, pero creo que siempre es bueno analizar la cuestión desde diferentes puntos de vista, finalmente la palabra dignidad encuentra un sentido profundo al aceptar y amar cada cosa que nos hace ser lo que somos, únicos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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