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Preguntas por Fernanda, Nicole, Ximena y más: «De los agresores y femicidas no se habla, sus trayectorias de violencia se ocultan» Yo opino

Preguntas por Fernanda, Nicole, Ximena y más: «De los agresores y femicidas no se habla, sus trayectorias de violencia se ocultan»

Antonia Orellana Guarello
Por : Antonia Orellana Guarello Ministra de la Mujer y la Equidad de Género.
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Pese a la visibilidad que ha ganado la violencia contra las mujeres se sigue hablando de esta como algo que radica más en quien sufre la violencia que en quien la ejerce. Porque de los agresores y femicidas no se habla, sus nombres se ocultan y sus habitualmente largas trayectorias de violencia se esconden.


Yo no creo en videntes, astrólogas ni adivinos. Pero si alguien de mi entorno cumpliera días desaparecida, las instituciones encargadas de buscarla no me contestaran y un productor de televisión me ofreciera acompañar a una vidente a recorrer sus lugares, tocar su ropa, quemar hojas de té o lo que fuera, probablemente lo haría.

La familia de Fernanda Maciel hizo lo que pudo para impedir que la olvidáramos y solo cabe admirar su tesón. ¿Cómo habría terminado todo si no hubieran persistido en esa presencia mediática? Probablemente como muchos crímenes femicidas sin resolver. Como Carolina Hidalgo en Valdivia, Irma Solís en Punta Arenas o Erica Hagan en Temuco.

Con la excusa de la búsqueda montaron un espectáculo del dolor cuya última barrera de indignidad fue la exposición del perfil psicológico de la joven Fernanda.

[cita tipo=»destaque»] Pero el femicidio no es un destino fatal impreso en la hoja de nacimiento de algunas mujeres. Cuando la prensa monta un espectáculo o construye el guión del femicidio inevitable se olvidan, además, de hacer las preguntas pertinentes.[/cita]

Recuerdo cuando hubo hallazgos de otras mujeres muertas e inmediatamente un móvil se dirigía a la casa de su familia en Conchalí buscando captar el momento preciso en que su familia se enteraba o no. Espectáculo cruel en un doble sentido: para la familia de Fernanda y para los de quien había sido encontrada, que perdía interés en tanto no era el caso fetiche del matinal.

La visibilidad de la violencia contra las mujeres ha aumentado notoriamente en la última década y cada día son menos las notas en que se refieren a los femicidios como “crímenes pasionales”. Esto no significa que las víctimas estén libres de una permanente sospecha: algo hicieron, algo son o de alguna forma actuaron para ocasionar su muerte, abuso o golpiza.

De un tiempo a esta parte, además, el femicidio aparece como una suerte de destino predeterminado para algunas mujeres. “Había denunciado hace unos días”, informan en los despachos, como queriendo decir que se intentó rebelar ante la tragedia que era inevitablemente su destino. No llegamos a saber cómo es el otro futuro posible, porque aunque violencia intrafamiliar y maltrato habitual sean de los delitos más denunciados del país de ellos no se habla ni pregunta.

Pero el femicidio no es un destino fatal impreso en la hoja de nacimiento de algunas mujeres. Cuando la prensa monta un espectáculo o construye el guión del femicidio inevitable se olvidan, además, de hacer las preguntas pertinentes.

No nos enteramos jamás cómo es que Helen Barra denunció a su femicida un 30 de abril y murió asesinada casi dos meses después sin haber recibido medida alguna de protección. ¿Saben los funcionarios que reciben las denuncias aplicar el protocolo para evaluar el riesgo en que está una mujer? ¿Hay personal y recursos para hacer cumplir las medidas de protección? ¿Existe desidia en las fiscalías por investigar estos crímenes por la alta probabilidad de que las denunciantes desistan? No sabemos, pero sí tenemos muchos detalles de la vida personal de las víctimas.

Aún no se explica cómo es posible que Fernanda Maciel estuviera en un terreno de 800 metros que, se supone, ya había sido revisado. La porfía de no escuchar a la familia de la víctima remite tristemente a la del asesinato de Yini Sandoval y sus tres hijos en Temuco. Gracias al sacrificio de su madre y presión del movimiento feminista se logró revertir la calificación del hecho como incendio y hoy, tres años después, Claudio Toloza está ad portas de recibir condena después de haber confesado. ¿Tendrán que seguir las familias y organizaciones pujando por justicia, buscando ellas la evidencia, como han tenido que hacer las familias de Nicole Saavedra y Ximena Cortés?

Podría seguir enumerando nombres, dudas, omisiones, negligencias y silencios. ¿Hay complicidad con los crímenes o simple inoperancia? ¿Faltan recursos, a quienes los tienen no les interesa actuar o no saben cómo hacerlo? No sabemos. No sabemos porque a editores, periodistas y conductores les sigue pareciendo más importante escarbar en los aspectos de la vida de las víctimas que puedan ser reprobables al ojo público que intentar establecer los culpables de sus muertes.

Pese a la visibilidad que ha ganado la violencia contra las mujeres se sigue hablando de esta como algo que radica más en quien sufre la violencia que en quien la ejerce. Porque de los agresores y femicidas no se habla, sus nombres se ocultan y sus habitualmente largas trayectorias de violencia se esconden.

Permanecen a la sombra mientras sus víctimas son expuestas hasta en sus rasgos psicológicos o notas de primero medio. De los organismos judiciales negligentes jamás sabemos si tuvieron que rendir cuentas o explicar siquiera su actuar. El Ministerio de la Mujer siempre lamenta y condena el femicidio, en una frase hecha repetida hasta el hartazgo. A la larga pareciera que nadie más entra en la ecuación y que la muerte de estas mujeres fue por obra y gracia de ellas mismas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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