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Feminismo del pellejo Yo opino

Feminismo del pellejo

Lorena Cisternas
Por : Lorena Cisternas feminista, Revolución Democrática, territorio Pedro Aguirre Cerda
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El feminismo del pellejo como categorización conceptual nos permite conocer y entender, si queremos, una potencialidad de la lucha feminista que es invisible para muchas y muchos, pero que se torna un cuerpo robusto a la hora de pensar en un modelo democrático representativo, que nos empuje a transformar todos aquellos espacios de participación política, popular, institucional o no institucional, pero con profunda vocación revolucionaria.


Para intentar comprender desde el feminismo las diferentes realidades que nos rodean, se hace necesario evaluar las manifestaciones observables que se hacen evidentes en las relaciones entre las distintas sujetas sociales, determinando los marcos simbólicos que las definen. Desde aquí surge la necesidad de asignar alguna categoría para comprender o darle sentido a aquellas subjetividades que se ponen en juego, esto si de verdad nos interesa conocer a “la otra”.

Feminismo situado 

Algún querido profesor sonreirá por ahí al leer mi tan incorporado concepto del conocimiento situado. Toda generación de teoría y praxis es contextual, responde y se construye en momentos diversos y sus puntos ciegos en términos epistemológicos operan a partir de su propia concepción del mundo.

Desde esa concepción el feminismo no es distinto y su devenir se ha elaborado históricamente a partir de sus propios contextos, puntos ceros y contradicciones. Eso lo enriquece, lo diversifica y lo potencia como teoría crítica y contrahegemónica, pero es aquí también donde regularmente encontramos algunos escollos. Cuesta situarse en la vereda de enfrente, y esa falta de empatía no es siempre por carencia de voluntad sino más bien por ese mismo punto ciego desde donde nos construimos.

[cita tipo=»destaque»]El feminismo del pellejo crea saberes populares, alianzas indisolubles y atravesadas de realidad, no tiene pretensiones de mantel largo, elabora conocimiento desde su propio lugar, un lugar postergado la mayoría del tiempo, pero desde donde se hace fuerte y resistente. A las feministas nunca, nada, en la vida, en la historia nos ha sido regalado, a nosotras las pellejientas, mucho menos. [/cita]

Ponernos los lentes violeta duele, pero duele distinto, y es en esa diversidad del dolor en la que en ocasiones somos incapaces de reconocernos. Caemos vertiginosamente en la elaboración de consignas que se muestran vaciadas de contenido cuando intentamos representarnos a todas como un cuerpo uniforme que mira desde un solo prisma, sin relevar nuestras diferencias, que más que distanciarnos nos llenan de sentidos distintos, tan opuestos como comunes, tan lejanos como enlazados en una lucha que abrazamos todas, pero de maneras muy distintas.

Existe además una horizontalidad que se pone en juego en el discurso del feminismo a partir de la cual emerge un ordenamiento social identitario diferente que niega generalidades y que se crea a partir de las relaciones constitutivas . Aún no creo que sea una utopía, como me obligan a veces a pensar, que podamos reconocernos y respetarnos a pesar de nuestras inconmensurables diferencias.

 Analogía popular 

Dejaré de lado la retórica teórica (no menos cierta pero retórica al fin) para dar paso al cuerpo de lo que mi relato contiene. Es pretencioso decir que todas, pero si muchas, conocemos o fuimos parte de lo que la cultura popular entiende por “la mesa del pellejo”. Aquella mesa infantil donde los niños y las niñas éramos relegadas por no estar calificadas para sentarnos en la gran mesa principal, donde giraba la vida familiar en ese Chile de antaño, y considerarnos carentes de la madurez y el criterio adecuados para participar de las conversaciones que ahí se desarrollaban y más aún, se nos negaba también la posibilidad de acceder a los suculentos banquetes que desfilaban por aquel mantel largo e inalcanzable, forzándonos a la resignación de una buena fritanga en nuestro infantil paladar. 

En más ocasiones de las que quisiera las remembranzas de esa mesa principal se trasladan a nuestras propios entornos sociales, se nos presenta entonces como una mesa hegemónica, servida sólo para algunas, las preparadas, las ungidas, en donde la participación y la representación sustantiva de las otras, las diversas, se vuelve una utopía tan inalcanzable como movilizadora. ¿Movilizadora? Si. Se siente en el aire el aroma de la fritanga sabrosa del feminismo del pellejo, o de la feminista pellejienta, si me lo permiten, para la que no hay cubiertos ni puesto en la mesa, la que come en plato de cartón, sin censura ni normas de etiqueta, pero que impregna de revolución cada acto de su vida, porque se ha formado a si misma, como todas, por la pura necesidad de sobrevivir.

En muchos sentidos las analogías y las metáforas sirven para explicar subjetividades, se tornan formas narrativas que encapsulan identidades a partir de las cuales podemos comprender las problemáticas sociales del feminismo y establecer una vinculación de los conceptos con la realidad y con la temporalidad social, que no signifiquen un desacople de estas y que además nos sirvan para transformar la realidad, porque es finalmente ahí es donde recae el desafío.

Categorización conceptual 

El feminismo del pellejo como categorización conceptual nos permite conocer y entender, si queremos, una potencialidad de la lucha feminista que es invisible para muchas y muchos, pero que se torna un cuerpo robusto a la hora de pensar en un modelo democrático representativo, que nos empuje a transformar todos aquellos espacios de participación política, popular, institucional o no institucional, pero con profunda vocación revolucionaria. ¿Recordemos qué es Revolucionar? Es transformar radicalmente el orden establecido, y que viniendo desde una teoría y práctica crítica como es el feminismo no se puede permitir renunciar a la impugnación permanente, aunque esta signifique tener que arder por dentro.

Hay otras lecciones y conclusiones que nos deja la analogía de la mesa del pellejo y he aquí una reivindicación: Después de mucho tiempo de mirar la mesa grande a la distancia, pensando en las múltiples formas de escabullirme entre sus patas para intentar escuchar algo de lo que ahí ocurría, decidí voltearme a mirar mi entorno.

Miré las caras de mis primas y primos, graciosos, risueños, pegoteados y ruidosos, contando sus hazañas escolares, sus aventuras fantasmales y sus encuentros del tercer tipo, los platos chorreados, las burbujeantes bebidas de fantasía y entendí que ese era mi lugar en el mundo, pero que no me limitaba. Desde ahí podía navegar universos extensos, aprender y enseñar, crear memoria y construir puentes indestructibles de variada belleza y sabiduría.

Así mismo, el feminismo del pellejo crea saberes populares, alianzas indisolubles y atravesadas de realidad, no tiene pretensiones de mantel largo, elabora conocimiento desde su propio lugar, un lugar postergado la mayoría del tiempo, pero desde donde se hace fuerte y resistente. A las feministas nunca, nada, en la vida, en la historia nos ha sido regalado, a nosotras las pellejientas, mucho menos.

Categorizarnos desde aquí nos vuelve poderosas, por desfachatez quizá, por falta de pretensiones dirán otras, yo digo que es fundamentalismo poblacional, porque cuando la mesa grande no alcanza para que nos sentemos todas, las outsiders nos volvemos creadoras, irritantes y molestosas, feministas dirán otras.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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