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“Mi pareja se encierra a teletrabajar, yo me quedo en el comedor y los niños dando vueltas, mis jefes hinchando y todos esperando que haga almuerzo” BRAGA Créditos: Elina Krima en Pexels

“Mi pareja se encierra a teletrabajar, yo me quedo en el comedor y los niños dando vueltas, mis jefes hinchando y todos esperando que haga almuerzo”

Natalia Espinoza C
Por : Natalia Espinoza C Periodista - Contacto: braga@elmostrador.cl / (sólo wsp) Fono sección: +569 99182473
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“Mientras el rol de proveedor y “cabeza de familia” sea visto como algo exclusivo del hombre, su trabajo siempre va a ser más valorado que el de la mujer. Porque además en un sistema capitalista, quién aporta la mayor suma de dinero al hogar, se adjudica el derecho a ser primera prioridad”, explica la Socióloga de la Universidad de Chile con diplomado en “Derechos Humanos, no discriminación y políticas públicas para la inclusión”, Paula Alvarado.


“Mi esposo y yo teletrabajamos, pero él se encierra en la pieza porque ‘no se puede concentrar’, yo me siento en el comedor a hacer mi pega, pero mis dos hijos de 3 y 7 años también se quedan ahí jugando o peleando y es desesperante, a mí igual me cuesta concentrarme pero por ejemplo si no preparo la comida los niños no comen, todos hinchando, pero a él hablarle para pedirle algo es interrumpirlo, siento como si mi pega valiera menos que la de él”, cuenta Camila Navarro*, teleoperadora de servicio al cliente de una empresa de telecomunicaciones.

El teletrabajo ha sido claramente una situación que ha cambiado nuestras rutinas de vida, si bien la situación que vive Camila puede darse al revés, o también ocurre que muchas parejas han logrado llegar al equilibrio, aun surge la legítima duda de ¿A qué se debe la existencia de familias en las que esa equidad no existe?, ¿por qué se desvaloriza el teletrabajo de uno (generalmente el de la mujer) en post del trabajo del otro? Para responder esas y otras inquietudes es que habló con El Mostrador Braga, la Socióloga de la Universidad de Chile con diplomado en “Derechos Humanos, no discriminación y políticas públicas para la inclusión”, Paula Alvarado.

Históricamente, las labores de cuidado de otros/as han sido depositadas en las mujeres incluso desde las primeras tribus. El feminismo denuncia que vivimos en una cultura “machista y patriarcal”, pero ¿qué significa esto realmente? Esta expresión que solemos escuchar tan comúnmente quiere decir que, dentro de nuestros códigos de comportamiento cultural, “las relaciones entre hombres y mujeres son simbólicamente asimétricas”, explica Alvarado.

Ese patrón cultural conlleva muchas cosas, entre ellas, la reproducción de la imagen del hombre como proveedor y sostenedor del hogar (…) Por otro lado, ese mismo patrón construye a la mujer como responsable del cuidado y crianza de hijas e hijos, además de mantener el hogar en orden”, analiza la experta. Sin embargo, pareciera que en estos tiempos en donde ya no es tan común que solo uno de la pareja trabaje, sino que ambos lo hagan, no debieran entonces las labores domésticas estar tan relegadas a la mujer, si el caso no es el de trabajador/a v/s dueña/o de casa, como suele darse comúnmente en este tipo de análisis.

En este sentido, la experta atribuye esta situación a los roles tradicionales de géneros explicados anteriormente, de forma concreta y en palabras simples, al hecho de que “a determinado sexo, se le impone un conjunto de características y de comportamientos que debe mantener a lo largo de su vida. Esos roles nos acompañan en todos los espacios, ya sean públicos o privados. ¿Cuál es el efecto práctico de esto? Que mientras el rol de proveedor y “cabeza de familia” sea visto como algo exclusivo del hombre, su trabajo siempre va a ser más valorado que el de la mujer. Porque además en un sistema capitalista, quién aporta la mayor suma de dinero al hogar, se adjudica el derecho a ser primera prioridad”.

Por ello, las labores domésticas y de cuidado no han sido todavía reconocidas como ‘trabajo no remunerado’ (que es lo que son, realmente); si no que siguen siendo vistas como “muestras de amor” o como “cosas propias” de la mujer. ¿Por qué? Porque para el patriarcado, el espacio doméstico es de su responsabilidad, connota la socióloga.

La sobrecarga en los hombros de la mujer

Y es que esta situación no es meramente algo de que las mujeres “se quejen” en redes sociales sin sustento teórico, en el estudio “No es amor, es trabajo no pagado”, realizado por la Fundación Sol, reveló que las mujeres dedican en promedio 41 horas semanales a labores domésticas y de cuidado, versus las 19 que promedian los hombres. Es decir, estamos hablando de una brecha de 22 horas a la semana. Si bien la brecha se ha ido acortado con el tiempo, esta sigue existiendo con fuerza en muchos hogares chilenos.

Es por ello que, para solucionar este tipo de situaciones y seguir acortando la brecha, la comunicación es lo más importante, dividirse las tareas y que estas estén a cargo de cada miembro de la familia y que sean hechas sin la necesidad de que haya un constante recordatorio por parte de la madre o de quien suele hacerse cargo de las labores domésticas. Sin embargo, ante la resistencia que puede tener la pareja a ceder y cumplir lo que le corresponde, la psicóloga Marcia Stuardo, recomienda una técnica de desgaste que, si bien está dirigida para adolescentes, es tremendamente efectiva con los adultos también.

Reforzamiento de hábitos positivos

Cuando las tareas estén divididas, si se le olvida a algún miembro y no hace lo que le correspondía y lo hace la contraparte, es como reforzar el hábito de no hacer las obligaciones designadas, porque “si yo no lo hago al final otro lo hará, así que da igual” entonces ahí lo importante es no reforzar la conducta, que haya consecuencias que provoquen que a la persona le pese la no acción de esa labor.

Por ejemplo, “con mis pacientes adolescentes y el aseo de las piezas, yo les digo a las mamás que no se estresen tanto y pongan reglas claras, si les dicen a sus hijos ‘la ropa sucia va acá’ y los niños no la dejan donde corresponde y ellas recolectan igual la ropa sucia, al final fomentan el hábito de no hacer lo que se les pide”.

Es por ello por lo que, para comenzar a formar los hábitos, las tareas designadas a los miembros de la familia que suelen no hacer nada, deben ser tareas que los afecten directamente en caso de que no cumplan. “Así que ahí se les deja no más, se les puede avisar, por ejemplo, ‘hoy lavo ropa, así que déjame la ropa sucia aquí’. Si esta es dejada en el sitio correspondiente se lava, y si no está, no se lava y punto”. Ser firmes es el primer paso.

“No hay cambio sin antes cuestionar las tradiciones con las que vivimos”

Alvarado considera que, a título muy personal, “hace falta tomarse el momento de reflexionar sobre el trabajo propio y sobre las responsabilidades compartidas. Porque si todos habitan el mismo espacio, si todos comen y ensucian ¿por qué la limpieza y cocinar debería ser responsabilidad de una sola persona?  ¿Por qué la crianza de las y los hijos, es responsabilidad de una sola persona?”

En torno a ello, la socióloga concluye que tanto el machismo como el patriarcado, son elementos instalados culturalmente. “Son parte de nuestro inconsciente, de la crianza que compartimos y que entregamos a diario; está en todos los gestos que damos por hecho que otros y otras deben tener. Nadie se salva; por eso la tarea es desnaturalizarlo, cuestionarlo, discutirlo y -sobretodo- cambiarlo. Y es un cambio que va a tomar algunas generaciones; afortunadamente y gracias a las que vinieron antes que nosotras, esos mitos se están desmoronando uno a uno”, finalizó.

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