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Volver a casa Yo opino Créditos: Foto de Christian Iglesias/Aton Chile.

Volver a casa

Marcela Puentes
Por : Marcela Puentes Directora de la Escuela de Obstetricia y Neonatología de la Universidad Diego Portales, ganadora del Premio a la Defensa de los Derechos de la Mujeres otorgado por la Confederación Internacional de Matronas.
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Durante estos días, al final de un año lleno de incertidumbre y dolor por la pandemia, deberíamos estar junto a quienes queremos, reflexionando sobre lo ocurrido y haciendo un resumen en la mesa de nuestros hogares, riendo y acompañándonos. Pero habrá algunas mesas en nuestro país con un puesto vacío, en silencio, con un mar de penas y una historia trágica sentada en el lugar.

Este año les han arrebatado la vida a 58 mujeres, llenas de proyectos, sueños y esperanzas sólo por el hecho de ser mujeres. Eso es lo tremendo de la violencia de género, no hay razones, la culpa no está en ellas, ni se lo buscaron, tampoco se descuidaron, no fueron débiles y menos lo merecían.

[cita tipo=»destaque»] Es inconcebible seguir constatando que nacimos para vivir en peligro, de ser acosadas, agredidas, violentadas, obligadas y amedrentadas. [/cita]

¿Hasta cuándo nos matan?

Aparecerá alguna voz indolente que dirá que es parte de los riesgos que corren las jóvenes por andar solas por la noche, salir con desconocidos. Esas mismas personas que meten en el mismo saco al asalto, el ajuste de cuentas. No señora, no señor, nos están matando y esto no es lo mismo.

A estas mujeres, madres y amigas, las matan los hombres, y no cualquiera, sino el que debería amarlas, acompañarlas, que en verdad creen que las mujeres son de su propiedad, un cuerpo sin valor a su disposición y deseo. Ellos son los únicos culpables, los que se encargaron de socavar su autoestima, aislándolas de quienes las querían de verdad, haciéndolas presas de un círculo de violencia que es muy complejo con muchas aristas que hace casi milagrosa su escapatoria.

Las matan, porque les perdieron el miedo, se separaron de ellos, sus captores, porque fueron capaces de salir y buscar ayuda, porque constataron que las perdieron, que ellas rompieron las cadenas que las ataban, dándose cuenta de sus mentiras, chantajes y extorsiones. Dijeron basta, se intentaron salvar y huir de sus redes de abuso, pero trágicamente igual las persiguieron, las encontraron y les arrebataron la vida.

Que impotencia más absoluta, más doliente, más furiosa me alberga, nos une y aglutina como mujeres, porque sólo nosotras sabemos que esto es así y no cambiará mientras sigamos mirando este sistema opresor con benevolencia y espera paciente

Esta realidad debe cambiar ahora y no mañana, la justicia, las policías deben hacer su trabajo con mayor prolijidad y energía. Estamos llegando tarde, cada joven que muere nos da cuenta de eso. Estuve sola y nadie escuchó mi lamento, por miedo, por no querer involucrarse. No podemos ser más cómplices de esta violencia estructural, hay que involucrarse, meter las manos al barro, de otra forma no habrá cambio alguno.

Es inconcebible seguir constatando que nacimos para vivir en peligro, de ser acosadas, agredidas, violentadas, obligadas y amedrentadas. No es natural, la violencia no está ligada a la genética, ni a la locura, ni la testosterona sino al patriarcado, esa estructura social y cultural que nos hace tener menor valor, esa que no nos cree, que siempre piensa que nos escapamos de casa, nos fugamos por amor, tomamos copas de más, vestíamos de manera provocativa, caminábamos solas y viajamos sin compañía. Es el patriarcado el que nos seguir revictimizando y responsabilizando de la violencia de la que nos afecta.

¿Hasta cuándo el “amor” es una trampa mortal?

Ese amor romántico y sublime que nos contaron, no, no existe, así de simple. Ese amor que todo lo puede, todo lo soporta, todo lo comprende, ese que nos inculcan desde pequeñas y nos forman en la empatía sin límites. Esa quimera de la media naranja, en la que va a cambiar por amor y que no podemos solas. Ese amor irreal que se vende por todos lados, el que nos pone en peligro, nos acecha.

Hay que romper desde la primera infancia con estas fantasías tan peligrosas. No nacimos para ser princesas, nacimos para ser libres y diversas, nadie nos tiene que salvar, somos nosotras y quienes nos educan quienes deben hacernos sentir poderosas, fuertes, independientes y valientes.

Es necesario y urgente que eduquemos a las niñas como protagonistas de su destino, heroínas de sus cuentos, dejando de atribuir a la naturaleza y biología los espacios, roles y capacidades de mujeres y hombres, dejando de creer que las mujeres nacimos para cuidar, atender y ser de otros y para otros, como seres desprovistos de valor en sí mismas.

Amiga, hermana, compañera, seguiremos luchando sin claudicar jamás por equiparar esta cancha tan desigual que nos pone siempre en un segundo orden, que nos culpa de lo que nos pasa y que oculta conscientemente la verdad del abuso y la violencia que nos golpea.

Hay que construir un mundo distinto, con urgencia, con certeza y con las acciones necesarias para que pare esta pesadilla, nos tenemos a nosotras y eso es un gran paso, pero faltan muchas y sus ausencias serán la levadura de este movimiento que crece sin límite. Nos falta mucho camino pedregoso que recorrer porque nos siguen matando y lo seguirán haciendo mientras el mundo no despierte realmente.

Por ti y por todas nosotras seguiremos empujando hasta que el patriarcado se derrumbe a pedazos, con la esperanza de un mundo mejor, en el que podamos vivir sin frenos ni miedos que un día no podamos volver a casa.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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