El trabajo reproductivo y de cuidados se ha mantenido en la sombra de todos los indicadores económicos. Estos quehaceres, invisibilizados por el amor o el cariño, no solo aportan a la economía, sino que son indispensables para la vida en sociedad y obviarlos ha contribuido en empeorar la vida de las mujeres madres y dueñas de casa.
Me despierta Alén, mi hijo de 9 meses. Miro el reloj: son las 07:30 de la mañana. Me levanto para mudarlo y darle desayuno. Mientras tanto despierto a Amanda, mi hija de 6 años, que está con clases online hasta las 12:30. La vigilo mientras estimulo al bebé que, por suerte, hace una siesta a entre medio. En ese ratito aprovecho para revisar mis cosas de la Universidad.
En un momento de distensión entre las lecturas de la universidad, veo que la tercera versión del Termómetro de Salud Mental de la Universidad Católica y la Asociación Chilena de Seguridad estableció que, desde el 2020 en adelante, las mujeres han mostrado mayor prevalencia en este tipo de síntomas y durante abril llegaron a un 54,7%, 17 puntos más que los hombres.
[cita tipo=»destaque»] La Constitución que vamos a redactar tiene que poner estos cuidados en el centro, de manera que se revaloricen entendiendo su importancia para el desarrollo de la vida. [/cita]
Mi indignación por ese fenómeno se ve interrumpida por Alén, que despertó de su siesta. Miro el reloj: las 13 horas. Preparo el almuerzo. Mientras hago fideos con salsa me doy cuenta de que se está acabando el ajo y recuerdo que tengo que anotar la lista de la feria. Me gusta almorzar puntual a las 14 horas. La verdad es que a veces terminamos comiendo a las 16.
Después de comer trato de buscar un momento para colgar la ropa que dejó mi pareja lavando en la mañana. Le doy colación al menor, y mientras busco un yogurt, me acuerdo de que todavía no hago la lista. Mientras el bebé toma su segunda siesta sigo con mis cosas de la universidad o de la campaña. Una mujer de mi equipo comparte en el grupo de WhatsApp que tenemos el estudio “Cuanto Aportamos al PIB”, desarrollado por Comunidad Mujeres con apoyo de la Unión Europea.
Lo reviso mientras Amanda estudia y Alén duerme. El primer dato que encuentro no me sorprende: las mujeres desarrollan una serie de actividades en el día a día que permiten el funcionamiento de la casa y de la familia. El mismo estudio establece que nosotras dedicamos más tiempo a actividades de trabajo no remunerado. Amanda interrumpe mi lectura porque necesita ayuda con una suma. Me pregunta si compré la cartulina para el trabajo que tiene que hacer sobre su animal favorito. Le digo que la saldré a comprar en un rato.
Me doy un rato de relajo para lavar la loza. Mientras tanto, repaso mentalmente unos datos; la Encuesta Nacional de Uso de Tiempo Libre 2015 (ENUT) dio algunas luces respecto a cuánto tiempo pasamos las mujeres haciéndonos cargo de las labores necesarias para sostener la vida. El 17,4% de las horas del día se utilizan, en promedio, para la realización de trabajo no remunerado. Para la realización de trabajo remunerado o estudios se utiliza un 18,6%.
Respecto a cómo nos repartimos las horas de trabajo remunerado y no remunerado, el estudio indica que las mujeres destinamos 5,9 horas al día para trabajos domésticos y de cuidados, versus los hombres que solo 2,7. Del mismo modo, las mujeres dedican menos tiempo al ocio y vida social, con un promedio de 5:57 horas, versus las 6:27 que usan los hombres al día. Me seco las manos y me preparo para la universidad.
Tipo 19 horas comienzan mis clases. Mi pareja llega del trabajo pasada esa hora, así que suelo empezar las cátedras con Alén en brazos o, de plano, no puedo comenzar. Mi pareja llega, ve a los niños y hace el resto de las tareas del hogar. Parte por colgar la ropa que dejó lavando y olvidé poner a secar. En parejas heterosexuales que cohabitan y donde ambos están insertos en el mercado laboral, los hombres realizan apenas el 32% del trabajo doméstico y de cuidado no remunerado.
Pienso en el informe de salud mental que leí en la mañana. No es tan difícil entender por qué las mujeres sufren más las consecuencias del encierro y padecen de más síntomas depresivos en esta pandemia. Mientras los hombres están un 63,3% cómodos con el tiempo que tienen, solo el 53,6% de mis congéneres declara lo mismo.
Una cifra sin duda negativa si se considera la importancia que tiene para el desarrollo económico el trabajo de cuidados y reproductivo no remunerado. El Producto Interno Bruto, que es por excelencia el indicador macroeconómico más utilizado, se construye solamente a través de las actividades enmarcadas por los límites de la producción. Se obvia en los cálculos que, para que mi pareja pueda ir a su lugar de trabajo, debe estar cubierto el cuidado de los niños, que la ropa esté planchada o que alguien haya comprado y cocinado la comida.
Sé que estos quehaceres no se dan únicamente en mi casa, sino que en todo el país. Este trabajo genera un valor que, si bien no genera riqueza, es un aporte estructural y funcional y por lo tanto no se puede prescindir de él para el funcionamiento de la sociedad. La mala repartición de actividades y el no reconocimiento de las labores de cuidado no solamente impacta en la salud mental de nosotras, sino que también afecta nuestra seguridad social.
Al trabajar toda la vida cuidando la casa y los hijos sin remuneración alguna, nos vemos sin posibilidad de acceder a créditos de vivienda, un sueldo fijo ni cotización previsional para nuestra vejez. A las mujeres se nos ha robado el valor de nuestro trabajo bajo la excusa de que hacer aseo, cocinar y cuidar niños es un acto de amor. Es urgente que las instituciones comprendan que estos quehaceres son tarea de todos porque su realización aporta directamente al crecimiento de la sociedad. Sin ir más lejos, las estimaciones realizadas por Comunidad Mujer atribuyen al trabajo reproductivo un 22% del PIB.
La Constitución que vamos a redactar tiene que poner estos cuidados en el centro, de manera que se revaloricen entendiendo su importancia para el desarrollo de la vida. Este prisma cuidador debe impregnarse en el Estado, de manera que nos hagamos cargo de la colectivización de estas labores mediante un Sistema Nacional de Cuidados.
Última clase del día. Alén me pide pecho. Mientras el profesor da la cátedra, me concentro en sus palabras mientras mi hijo se alimenta. Finalizo las clases a las 22. Le doy las buenas noches a mi hija y se va a acostar. Terminamos de hacer cosas a las 23. Me acuesto repasando mentalmente todo lo que tengo para el día siguiente, y me doy cuenta de que no compré la cartulina de Amanda.